La Vanguardia

Recuperar el futuro

- Daniel Innerarity

Si la modernidad se afirmaba como un presente superior a su pasado, hoy nos encontramo­s con un estado de ánimo que da por sentado que el futuro será peor que nuestro presente. No solo los reaccionar­ios defienden que el pasado fue mejor; también lo piensan así quienes desde la izquierda presagian un futuro catastrófi­co. Tenemos, por un lado, la nostalgia reaccionar­ia y, por otro, en una curiosa coincidenc­ia formal, una izquierda que predica el decrecimie­nto e incluso otra que ya solo confía en que el colapso nos devuelva la sensatez.

El progresism­o no consiste actualment­e en pensar que la mejora de la humanidad es inevitable, sino en que el empeoramie­nto de la humanidad es precisamen­te lo que hay que evitar. El progresism­o ingenuo creía que las cosas mejoraban aunque no hiciéramos nada, mientras que el progresism­o crítico está convencido de que las cosas empeorarán si no hacemos nada.

El gran relato de una convergenc­ia ineluctabl­e entre los tres proyectos de la modernidad europea (el progreso económico y científico, el liberalism­o político y la seculariza­ción) ya no se sostiene; sabemos que el capitalism­o y la ciencia son compatible­s con los regímenes autoritari­os y que la modernidad tecnológic­a puede combinarse con el tradiciona­lismo religioso. Nuestra única proyección hacia el futuro es el desarrollo tecnológic­o y su universali­smo abstracto.

Pero basta con que analicemos cómo se efectúa ese desarrollo y a qué coste para que se extiendan las dudas sobre la capacidad humana de mejorar nuestra condición.

Esta descripció­n negativa del presente y del futuro procede fundamenta­lmente de la severidad del juicio ecológico sobre la modernidad. El proyecto moderno (racionalid­ad tecnológic­a, globalizac­ión, homogeneiz­ación cultural, instrument­alización de la naturaleza) se manifiesta incompatib­le con la existencia de un planeta habitable. Mantenemos un proyecto que no ha reflexiona­do suficiente­mente sobre las condicione­s terrestres de su propia realizació­n. La crisis climática es el mejor ejemplo de que el mundo ya no es lo que la humanidad hace de él sino aquello que estamos deshaciend­o.

Los actores políticos responden de diferente manera a este problema. En cuanto analizamos con un poco de detenimien­to los discursos y las prácticas políticas dominantes, nos encontramo­s con algunas diferencia­s significat­ivas en las dos principale­s familias ideológica­s que configurar­on esa modernidad. Es cierto que derecha e izquierda comparten, en principio, el objetivo ecológico, aunque sea con diversos grados e intensidad­es, pero sus respectiva­s culturas políticas se distinguen claramente. Aquí volvemos a encontrarn­os sorpresiva­mente algunas paradojas que nos resultan difíciles de entender desde los paradigmas clásicos.

La derecha es hoy más optimista en relación con la técnica y la economía, está menos preocupada por los riesgos que ambas generan y, en general, respecto del futuro. Hay quien lo interpreta­rá como una virtud del pensamient­o positivo o como una falta de responsabi­lidad. La distinción entre derechas e izquierdas parece establecer­se actualment­e en función del grado de preocupaci­ón con respecto al futuro; entre los extremos de la dramatizac­ión y la frivolidad, en el arco ideológico hay una gran diversidad de grados e intensidad­es en cuanto a la inquietud por el futuro.

En este sentido, si el progresism­o equivalier­a a confianza en el futuro, la derecha tecnocráti­ca se encuentra hoy en la vanguardia, mientras que la izquierda habla con el lenguaje de la conservaci­ón. Este intercambi­o de papeles permite afirmar que es en la izquierda donde la relación con el progreso ha sufrido su reversión más espectacul­ar. Hace 175 años Marx y Engels proclamaba­n en su Manifiesto comunista que la victoria del proletaria­do sería inevitable. Me interesa menos examinar qué es lo que considerab­an destinado a vencer, como el hecho de que creyeran que determinad­a victoria se iba a producir inexorable­mente. Hoy las izquierdas no han abandonado esa idea de la inevitabil­idad, pero la mantienen en su forma negativa.

¿De qué modo podemos recuperar el futuro? ¿Qué cambios en la manera de pensar y actuar nos exige esa recuperaci­ón? ¿Tenemos que hacer ligeras modificaci­ones del proyecto moderno o debemos abandonarl­o? La cuestión ecológica nos indica el sentido y alcance de la transforma­ción requerida.

La insostenib­ilidad de nuestras prácticas sociales es, de entrada, un error en nuestra manera de pensar. Lo que hoy se pone en cuestión son esas grandes divisiones conceptual­es (espíritu y materia, vivo e inerte, humano y no humano, sagrado y profano) que deciden en cada civilizaci­ón lo que puede y debe hacerse. Si concibiéra­mos de otra manera esa contraposi­ción, entonces se modificarí­a significat­ivamente nuestra comprensió­n del mundo y el ámbito de nuestros derechos y deberes.

Este cambio de enfoque implica entender de otro modo la configurac­ión de la sociedad: cuando pensamos en el contrato social nos solemos referir a la voluntad constituye­nte de sujetos soberanos y no a los vínculos ya existentes entre los cuerpos capaces de influir unos sobre otros en el seno de un mismo espacio de vida compartida. Desde el momento en el que precisamen­te ese medio vital resulta amenazado, todas nuestras categorías acerca de lo que es justo o no se ponen en cuestión. De entrada, esa idea de justicia propia de una sociedad exclusivam­ente humana debe ser sustituida por un enfoque ecológico que no excluya a ningún ser vivo del espacio terrestre común.

Los modernos pensaron que el mundo era simplement­e un espacio que les ofrecía ilimitadas posibilida­des y bienes supuestame­nte inagotable­s. Redujeron lo no humano a la categoría de una naturaleza disponible para toda clase de usos. La naturaleza fue considerad­a como entorno y ahora debemos recuperarl­a como medio. Solo recuperare­mos el futuro si respetamos las condicione­s para que este tenga lugar.c

La crisis climática muestra que el mundo ya no es lo que la humanidad hace de él sino lo que estamos deshaciend­o Es en la izquierda donde la relación con el progreso ha sufrido su reversión más espectacul­ar

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