La Vanguardia

Fueron socios, ¿quién lo diría?

- Ramon Suñé

juzgar por lo visto y oído ayer en el auditorio del Cosmocaixa y por el relato preelector­al de las últimas semanas, parece increíble que Ada Colau y Jaume Collboni hayan podido cohabitar durante casi cuatro años en el gobierno municipal sin tirarse los trastos a la cabeza y sin causar mayor estropicio. El suyo ha sido un matrimonio político de convenienc­ia que ha terminado fatal, aunque seríamos ingenuos si pensáramos que comunes y socialista­s han enterrado todas las posibilida­des de prorrogar por otros cuatro años el contrato que los ha unido. Desde su primera intervenci­ón en el debate, el candidato del PSC se esforzó en marcar distancias, en deconstrui­r la obra de su socia, que a su vez no puede ni quiere disimular una mayor afinidad de proyecto con Ernest Maragall. De hecho, la alcaldesa pactaría hoy mismo con el cabeza de lista de ERC si pudiera borrar ese pasado con el que nunca se ha sentido cómoda y correr un tupido velo sobre lo sucedido hace cuatro años, siempre y cuando, no nos engañemos, ella pudiera mantener la alcaldía. Collboni le recrimina a Colau que no sea más agradecida con el Gobierno de Pedro Sánchez, su principal avalador en estas elecciones, y se sitúa al otro lado de la trinchera en la guerra que la alcaldesa ha declarado al vehículo privado. Pero no lo va a tener fácil para ganar posiciones en la carrera que todos los alcaldable­s mantienen para quedarse con la mayor porción de ese pastel de votos anti-colau que sospechan que es enorme, pero que nadie ha visto todavía.

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