La Vanguardia

Objetivo: matar al rey Alfonso XIII

Documentos del Arxiu Nacional de Catalunya desvelan el complot del Garraf

- Joan esculies Leacl0 íe

El complot fracasa. Alguien ha cantado. ¿Pero quién? A finales de mayo de 1925, un grupúsculo de jóvenes separatist­as planifica un atentado contra Alfonso XIII. Inspirados por el intento de regicidio con bomba en una catedral de Sofía, Bulgaria, hace solo un mes, quieren hacer estallar un artefacto en los túneles del Garraf cuando pase el tren con la familia real y el dictador Miguel Primo de Rivera camino de Barcelona. Las dificultad­es para cubrirlo hacen que el día 26 Miquel Ferrer, Abelard Tona, Jaume Compte, Jaume Miravitlle­s, Miquel Badia y otros no lleguen a tiempo.

Entonces deciden que mejor dispararán al monarca cuando desfile en automóvil por la Ram

Macià era partidario de la lucha entre ejércitos o cuerpos de combate, pero no del “atentado de sangre o personal”

hacia el Liceu el día 29. Lo echan a suertes, pero quien tiene que ejecutarlo, al estilo de Gravrilo Princip, el asesino del archiduque de Austria, no osa y se vuelve al plan inicial. Dos días después, cuando un grupo vuelve al Garraf para esconder la bomba y detonarla con unos cables a distancia, la policía los detiene. La tentativa fracasa. El régimen los interroga sin miramiento­s y empieza a detener a diestro y siniestro. El separatism­o entra en pánico.

El principal trabajo sobre el episodio, El complot del Garraf

(1988), de Joan Crexell, puso encima de la mesa el nombre de Joan Tarrés Guerra como delator. El hombre que con su presencia en el Garraf alertó a la policía y que al ser detenido utilizó el nombre falso de Josep Talavera Rius-montes. El argumento del periodista, siguiendo la impresión de algunos independen­tistas, era que a Tarrés lo habían soltado sin ninguna diligencia poco después y eso le había hecho sospechoso.

La deducción, sin embargo, no fue tan rápida. Durante cuatro meses el separatism­o vivió una auténtica psicosis y vio delatores por todas partes. A partir de documentac­ión del fondo Francesc Macià del Arxiu Nacional de Catalunya a la que Crexell no tuvo acceso, La Vanguardia reconstruy­e cómo fue este proceso ahora, hace casi un siglo.

El complot fue obra de una quincena de separatist­as. Unos seguidores del químico Miquel Àngel Baltà –el grupo de los siete– y otros de Bandera Negra, una organizaci­ón creada por Daniel Cardona, disidente de la formación politicomi­litar Estat Català que lideraba Macià desde París. Este último no lo había avalado, ni estaba al corriente de la tentativa.

Macià, ingeniero militar de formación, era partidario de la lucha entre ejércitos o cuerpos de combate, pero no de lo que llamaba “atentado de sangre o personal”. No veía el beneficio del asesinato a sangre fría. Estaba tan en contra que Cardona y su colaborado­r Marcel·lí Perelló lo usaron para hacer chantaje al brazo derecho del Avi, Ventura Gassol.

En abril habían dicho al poeta, por ejemplo, que tenían una carta donde quedaba constancia de que él era favorable “a hacer algún atentado en Catalunya, si no se podía hacer un levantamie­nto, para calmar a los impaciente­s”. Gassol lo desmintió diciendo que si la organizaci­ón de un ejército para entrar en Catalunya fracasator­ios ba, defendía buscar otras vías, “¿unas columnas volantes como hacían en Irlanda? ¿Quizá una guerra de guerrillas?”.

En efecto, Macià explicó a sus dos más estrechos colaborado­res en Cuba, Josep Murillo y Josep Conangla i Fontanille­s que, con motivo del viaje del rey, “una asociación de jóvenes con sus impacienci­as habían producido en algunas ocasiones actos de indiscipli­na” y habían fabricado “una carga de oxígeno que pesaba 80 kilos, cuya explosión habría producido el hundimient­o del túnel”.

Y también que en los interrogap­osteriores a las detencione­s “se han dado casos que emocionan”. Uno de ellos había dicho que con el retrato del rey colgado en la pared no declararía, “entonces le pegaron una paliza que le hizo perder el conocimien­to; al volver en sí se lo llevaron a declarar otra vez y otra vez se negó”. Macià añadía que “otros no han querido declarar en castellano” y que los habían torturado. “Tiraban petróleo al suelo, le prendían fuego y les hacían andar y entonces aquellos patriotas cantaban Els segadors o la sardana de La santa espina”.

A pesar de no estar de acuerdo, después del atentado, Macià ayudó a los encarcelad­os y perseguido­s con el dinero del Emprèstit Pau Claris que había lanzado en abril para financiar a su ejército. En paralelo, el régimen primoriver­ista le quiso atribuir la dirección del intento de regicidio. Los informador­es del Avi le hicieron saber a finales de junio que los pisbla

La detención de los implicados llevó a la psicosis separatist­a para encontrar al traidor del complot

toleros del Sindicat Lliure se reorganiza­ban y que su avalador, el temido exgobernad­or civil de Barcelona y entonces subsecreta­rio del Ministerio de Gobernació­n, Severiano Martínez Anido, había ofrecido “una importante cantidad por vuestra cabeza”.

Aquel inicio de verano empezaron a llegar a Francia perseguido­s y detenidos a los que se les había permitido marchar. Por ejemplo, “Frederic Miquel: farmacéuti­co estudiante de Medicina, amigo de Jaume Miravitlle­s, dice que proporcion­ó ingredient­es para el proyectil; Joan Tarrés, jefe del pelotón Els Eriçons, a quien detuvieron en Garraf, dio el nombre falso y lo soltaron al cabo de tres días, procesado”, explicaba el informante Manuel Pagès, presidente del Catalunya Club de Perpiñán.

Un mes y medio después del complot, los separatist­as iban a ciegas, pero todo cambió cuando intercepta­ron una nota del 12 de julio de Tarrés dirigida a la policía de la frontera en el Ripollès. “Se me han entregado dos cartas para Joaquín Núñez que está en Tolosa, pero como van lacradas he encargado la confección de un sello igual y mañana estará listo y tan pronto lo tenga tomaré copia exacta y se las remitiré”. Las cartas a Núñez, exjefe del pelotón Els Eriçons de Barcelona, se las dio Daniel Cardona a Tarrés de paso por Perpiñán.

El 24 de julio Pagès informó a Macià. Había hecho “la deducción casi segura de que era Tarrés el confidente” y lo había notificado a Ventura Gassol y Joan Boladeras. Dos días después Pagès confirmó la sospecha. Y Boladeras, que hacía de enlace entre Macià y la dirección de Estat Català en Barcelona aprovechan­do que era viajante de quesos, supo que en su paso por Tolosa, Tarrés había querido crear cizaña diciendo que “la confidenci­a de la bomba había salido de los elementos directivos de Estat Català que eran contrarios al hecho”. Es decir, del propio Macià, lo que era falso.

A inicios de agosto, Boladeras también sospechaba de Frederic Miquel, lo que finalmente se descartó. “Todo es canguelo”, admitía. Con el nombre de Tarrés encima de la mesa, empezó una carrera contra reloj por averiguar quién era. Con poco resultado, al margen de determinar que era de Vic. Macià, el 19 de agosto, trasladó a Gassol y Boladeras que al descubrir al confidente actuaran “con la máxima energía, hace falta un escarmient­o muy fuerte. También hace falta que os remarque la excesiva precaución a tomar para cualquier cosa: sobre todo desconfiar de todo el mundo e ir con mucho cuidado al hablar”.

No todo el mundo le hizo caso. Al día siguiente Boladeras se quejó a otro jefe de pelotón de Estat Català, Josep Rovira, que para Manuel Pagès, “ya hoy todo el mundo sabe que hay una carta de un confidente y no hace falta que te diga las medidas que este tío habrá tomado”. En efecto, Tarrés retornó a Barcelona y consiguió trabajo en el Ayuntamien­to.

Un consejo de guerra condenó a los siete procesados por el complot a cadena perpetua o 12 años de prisión. Acabada la dictadura, se les amnistió. El 14 de abril de 1931 Macià proclamó la república catalana. Al día siguiente, la Guardia Cívica Republican­a, un cuerpo creado para defenderla, detuvo a Tarrés y lo llevó al Palau de la Generalita­t. Lo hicieron Benito Samper, miembro de Estat Català, y Miquel Ferrer, encarcelad­o por el complot, por orden de Miquel Badia. Cuando se enteró, el president ordenó que entregaran al delator a la justicia.

Antes, sin embargo, lo interrogar­on y le comunicaro­n que se le había condenado a muerte por “alta traición a Catalunya”. Lo tuvieron una noche en capilla y le hicieron confesar por alguien disfrazado de sacerdote. Después simularon que lo fusilaban en un campo de Vallvidrer­a. A última hora le comunicaro­n que lo habían indultado y entonces lo ingresaron en la prisión Model aterroriza­do. Tarrés habría reconocido entonces la delación, pero se desconoce qué lo motivó a traicionar a sus compañeros.

La prensa catalana informó entonces de que la policía lo detenía por orden gubernativ­a, pero no había ninguna causa en su contra y tras medio año, el 25 de octubre, se le liberó sin que se conozca quién lo decidió. Del fusilamien­to simulado apenas habló el madrileño Informacio­nes al empezar en noviembre de 1931. El propio Tarrés lo explicó en un escrito al gobernador civil de Barcelona, Josep Oriol Anguera de Sojo, que Joan Crexell recogió en su libro.

El escándalo que se habría originado en plena república impidió el asesinato de Tarrés, que reanudó el trabajo en el Consistori­o. Al inicio de la Guerra Civil, sin embargo, la crisis del régimen democrátic­o permitió que se lo fusilara en el Camp de la Bota, según uno de los partícipes del complot, Emili Granier Barrera. El nombre de Tarrés no consta en el depósito del hospital Clínic, ni se le abrió ningún proceso, como ha comprobado La Vanguardia. Los separatist­as, o quizá otros enemigos, no le olvidaron.c

Alguien disfrazado de sacerdote hizo confesar a Joan Tarrés, y simularon fusilarlo en Vallvidrer­a

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LLIBRE: ‘El complot del Garraf’ cuc Crimen y castigo. A la derecha, el rey Alfonso XIII bajando de un tren en los años veinte, cuando se planeó un atentado contra él en el Garraf. Arriba, dibujo de Opisso sobre el juicio con los acusados (desde la izquierda) Emili Granier-*arrera, +eo-r/cies 4ivit, :iquel *adia, ;aume 4ompte, :iquel <errer, ;aume ;uli/, :arcel=l> ?erelló y el juez <ern@ndez Baldés. :aci/ se opon>a al atentado, pero ayudó después a los condenados
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