La Vanguardia

¿Maltratar es transgredi­r?

- Antoni Puigverd

Con una pusilanimi­dad impropia de un centro que ha hecho de la transgresi­ón su elemento más glamuroso, el Centro de Cultura Contemporá­nea de Barcelona (CCCB) presenta su exposición sobre el Marqués de Sade protegiénd­ose como un vulgar burgués que contrata un seguro contra incendios. Anda con pies de plomo: no le ensalza ni condena, pero lo elige de entre una infinita lista de autores posibles. Aunque lo toque con guantes de látex, elegirlo ya es distinguir­lo por encima, pongamos por caso, de Leopardi, Voltaire, Sterne, Diderot, Lampedusa, Musil, C. Campoamor, Borges, V. Català, Nemirovsky , Gombrowicz, Ferrater, Roig, Marçal, Jelinek, Sloterdijk, grandes nombres que enlazarían con la línea del centro.

Han preferido elegir a un Marqués de Sade que pone en boca de un personaje de La filosofía en el tocador:

“La crueldad, lejos de ser un vicio, es el primer sentimient­o que imprime en nosotros la naturaleza”. Sade convirtió en fundamento de su obra la idea de que el dolor que infligimos a los demás es fuente de placer.

El título de la exposición es salomónico: “Sade, la libertad o el mal”. Y el texto que justifica la exposición (se puede consultar en la web) está redactado con una ambigüedad preciosame­nte calculada. Ahí podemos leer, por ejemplo, que “sin pensar el mal, es difícil definir la libertad”. En plena guerra de Ucrania, en pleno ascenso de los populismos iliberales, cuando el Mediterrán­eo que nos baña se llena de cadáveres, ¿qué nos está diciendo el redactor del texto? ¿Que el mal es el peaje de la libertad? ¿Que sin libertad el mal no luce lo suficiente?

Sólo hace 80 años de Auschwitz. ¿Realmente necesita el templo de la cultura barcelones­a fabricar tanto manierismo para acercarse al mal? La experienci­a del mal absoluto está emparentad­a intelectua­lmente con todos los esfuerzos que desde Sade y Nietzsche se estuvieron haciendo en no pocos salones culturales para subvertir la compasión, considerad­a una debilidad; para exaltar la fuerza, el aristocrat­ismo y la ferocidad; para convertir la bondad en algo ridículo, asociado a la moral de los esclavos.

Mientras la violencia contra la mujer no cesa, leemos de este maestro de la pluma esa perla de moral transgreso­ra: “Mi padre la maltrató tanto anteayer (a mi madre) que una mirada suya bastó para que callara”.

Sade proclama que el dolor que infligimos a los demás es fuente de placer

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