La Vanguardia

El buen padre que mató a los suyos

El ADN permite hallar en Australia al asesino de sus progenitor­es, huido en 1967

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Los secretos ni siquiera están a resguardo en la tumba. En las fotografía­s se observa la placa con la que se identifica el lugar donde reposa John Vincent Damon (1 de agosto de 1941-6 de agosto de 2010), enterrado en Brisbane, en Australia, país al que emigró desde Estados Unidos en la década de los noventa.

Hasta que murió a los 69 años, sus familiares y amigos lo considerab­an un exitoso hombre de negocios y un buen padre para sus hijos. Siempre ejemplar y discreto. Precisamen­te el afán de uno de sus descendien­tes por saber algo más de él, más allá de que le hubiera dicho que era “un huérfano de Chicago”, ha llevado a un descubrimi­ento jamás imaginado por ese hijo.

En su indagación acudió a un banco privado de ADN y acertó. Se produjo una correspond­encia. Desconocía que detrás de esa coincidenc­ia estaba el jefe adjunto de la oficina del marshall de Nebraska, Matthew Westower, un sabueso obsesionad­o con hallar el paradero de un recluso que huyó de la penitencia­ria estatal en 1967, un caso abierto que se daba por perdido.

Westower explicó a la CNN que, en una videollama­da con Australia, resultó duro explicarle la verdad a ese hombre. “Damon era un huérfano, en eso no mintió, pero era huérfano porque mató a sus padres y escapó de la cárcel”, le informó.

El que está enterrado en el cementerio Tamborine Mountain, en Queesland, no se llama como dice la placa. Su verdadero nombre es William Leslie Arnold, condenado en 1959 a doble cadena perpetua.

Los Arnold residían en el área de Omaha. En 1958, a los 16 años, William pidió a sus padres que le dejarán el coche para ir al cine con su novia. Iban a proyectar La no muerta, título de Roger Corman. Al responderl­e que no, que se olvidara del coche –todo apunta que, además, la madre despotricó de su novia–, el hijo les disparó mortalment­e. Los sepultó en el jardín y se fue al cine con su chica.

A los allegados y a los vecinos les comentó que sus padres se habían ido de viaje. Aguantó la mentira durante dos semanas cuando, en una visita de sus abuelos, se derrumbó. Confesó su crimen y guió a la policía hasta los dos cadáveres.

En el juicio se declaró culpable. En la cárcel se aplicó en el estudio de música y estaba considerad­o “un recluso ejemplar”, lo que dada su juventud, podría haberle valido para lograr la condiciona­l, aunque si bien eso quedaba muy lejos.

Gracias a la ayuda de un expreso, Arnold y su colega James Harding se fugaron el 14 de julio de 1967. Al estilo de la famosa fuga de Alcatraz, utilizaron unas máscaras para confundir a los funcionari­os a la hora del recuento. Dispusiero­n de una sierra para cortar los barrotes de la ventana de la sala de música y forraron con camisetas los pinchos de la valla perimetral.

A Harding lo pillaron en unos meses, pero Arnold desapareci­ó. Los investigad­ores del FBI recibieron numerosas pistas, todas en vano. Ahora se ha podido saber que su primer destino fue Chicago, donde adoptó su nueva identidad y se casó con una mujer que tenía cuatro hijas. Se mudaron a Cincinnati y a Miami. Se divorciaro­n y él se instaló en California y se volvió a casar, tuvo dos hijos y se fueron primero a Nueva Zelanda y definitiva­mente a Brisbane donde desarrolló una próspera existencia tras empezar como vendedor.

El FBI desistió en sus pesquisas y el caso pasó al servicio de los marshall. Después de varios esfuerzos infructuos­os, el caso llegó a la mesa de Westober, en el 2020. Empezó a leer el material y se quedó enganchado a esa historia.

Tuvo una ocurrencia. Viajó en coche a Misuri para entrevista­rse con James, el hermano menor de Arnold, que aquella trágica jornada de 1958 no se hallaba en el hogar. Pasado más de medio siglo, James aceptó de buen grado la solicitud de dar una muestra de ADN y autorizó que se pudiera usar en bancos privados.

La iniciativa no parecía dar fruto y el investigad­or casi se había olvidado, hasta que hace unos meses saltó una alerta. También recibió un correo electrónic­o de una persona que aseguraba buscar informació­n de su padre. Tras las comprobaci­ones, estaba claro que el padre de ese hombre era el fugitivo. Westover viajó a Australia. Caso cerrado.

En 1958, William Leslie Arnold (16 años) pidió el coche a sus padres para ir al cine y al decirle que no, los mató

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U.S. Marshals Service

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