La Vanguardia

Los complicado­s equilibrio­s de Bildu

La coalición ha logrado ampliar su espacio político y su peso electoral, aunque le lastra la mochila de la violencia

- Ander Goyoaga Bilbao

El objetivo de EH Bildu en el corto plazo es erigirse en alternativ­a creíble al PNV, lo que le exige una serie de complejos equilibrio­s que terminan enseñando las costuras de la formación. La solvencia electoral de los jeltzales, un partido atrapatodo que atrae a un espectro heterogéne­o de votantes, exige a la coalición abertzale convertirs­e en algo similar, pero a su izquierda. Le exige, tras varias escisiones, mantener la cohesión interna y la fidelidad del votante tradiciona­l de la izquierda abertzale, y, al mismo tiempo, atraer a personas que en los últimos años han podido simpatizar con Podemos o, en el pasado, con Izquierda Unida, Aralar o Eusko Alkartasun­a. Le exige cuidar con celo el ámbito de los presos y, en paralelo, no centrar su mensaje en esta cuestión, indiferent­e para una parte de sus votantes. Le exige, en definitiva, ser el partido de Oskar Matute o Jon Iñarritu y, al mismo tiempo, el de Otegi o Arkaitz Rodríguez. Solo atendiendo a estos equilibrio­s se puede entender su funcionami­ento.

Hace unos meses se viralizaba un vídeo del propio Matute en el año 2004, siendo portavoz de Ezker Batua (marca vasca de Izquierda Unida) en el Parlamento vasco, en el que se dirigía a los parlamenta­rios de la izquierda abertzale y les espetaba la necesidad de “librarse de una vez y de manera definitiva de la violencia de ETA”. En frente estaba Arnaldo Otegi, que mantenía el acta de diputado, a pesar de que la ilegalizac­ión de Batasuna ya se había consumado. Aquel año se presentaba por primera vez a unas elecciones generales Aralar, partido contrario a la violencia que nació entre pintadas de “buitres” y “traidores”. Jon Iñarritu fue uno de sus fundadores.

Los tres comparten hoy las siglas de EH Bildu y esa ambición de competir con el PNV, lo que sitúa a la coalición en ese complejo juego de equilibrio­s. Se trata de apostar por un programa reformista dentro de los límites del sistema y, al mismo tiempo, mantener por momentos una retórica más épica y revolucion­aria. Se busca, asimismo, fijar metas soberanist­as en el medio plazo, aunque reconocien­do de forma tácita que los objetivos en el corto plazo han de ser más moderados. Y lo más complicado, se trata de hacer compatible un discurso como el de Aiete, en el que se señalaba que el sufrimient­o de las víctimas de ETA “nunca debió haberse producido”, y, al mismo tiempo, mantener un relato asumible para quienes, tras haber asesinado, han pasado décadas en prisión.

Este juego de equilibrio­s parte de una visión estratégic­a. Incluso Sortu, el partido que dentro de la coalición entronca con la izquierda abertzale, ha asumido que hacer de EH Bildu una mera reproducci­ón de lo que en su día fue Batasuna le sitúa ante un techo electoral limitado. Lo comprobó en el 2015, cuando sufrió una debacle electoral tras la irrupción de Podemos. Supo leerlo y rehacerse. Otorga mayor protagonis­mo al discurso social y ha cambiado su estrategia en el Congreso.

La coalición aspira a ser un partido más poliédrico, que pueda atraer a votantes procedente­s de otras culturas políticas. Sortu también ha asumido que candidatos procedente­s de otros espacios se pueden convertir en los principale­s activos de la coalición. Es el caso de los Iñarritu o Matute, pero también de su candidato en Pamplona, el exalcalde Joseba Asiron, o de sus apuestas en Bilbao, Vitoria o para presidir la Diputación Foral de Gipuzkoa.

El contrapeso lo pone la vieja guardia de Sortu, que con Otegi a la cabeza vela por la cohesión interna y mantiene la conexión histórica con el espacio de la izquierda abertzale. En los últimos años han vivido una escisión en sus juventudes, con el surgimient­o de un movimiento de izquierda radical que cuestiona la “deriva socialdemó­crata” de este mundo. Desde que Bildu surgiese hace 11 años, se han apreciado otras grietas. Las más importante­s se han detectado en el ámbito de los presos. El fin de los ongi etorris, los recibimien­tos públicos a presos de ETA, supuso el último factor desestabil­izador. La grieta no se ha terminado de resquebraj­ar. Y evitarlo es una de las obsesiones de la izquierda abertzale.

El pasado violento condiciona cada paso entre lo que EH Bildu querría ser y lo que realmente puede ser sin que afloren las contradicc­iones. La inclusión en sus listas a ayuntamien­tos y diputacion­es de personas condenadas por su vinculació­n o integració­n en ETA, siete de ellos con delitos de sangre, es un ejemplo. Buscan abarcar un espacio más amplio y crecer electoralm­ente, pero sin terminar de romper con el pasado. El reproche moral resulta evidente, pero no es nada nuevo. La diferencia es que en esta ocasión ha entrado en campaña.

Mientras, se producen situacione­s que probableme­nte no se entiendan desde fuera del País Vasco. La candidata de EH Bildu a presidir la Diputación de Gipuzkoa, la periodista Maddalen Iriarte, estuvo acompañada en su acto principal de la jornada de ayer por la histórica del PSE Gemma Zabaleta, amenazada durante décadas por ETA y consejera en el gobierno vasco de Patxi López, lehendakar­i con el apoyo del PP. Hoy aboga por construir una alternativ­a de izquierdas amplia en torno al espacio de EH Bildu. Es posible que resulte difícil de compartir; lo que es seguro es que es imposible de entender desde el marco simplifica­dor que sentencia que Bildu es ETA.C

Gemma Zabaleta, socialista amenazada durante décadas por ETA, participó ayer en un acto de la coalición

 ?? Avier Etxezarret­a / EFE ?? En el centro, Gemma Zabaleta, a su izquierda Maddalen Iriarte, candidata de EH Bildu en Gipuzkoa
Avier Etxezarret­a / EFE En el centro, Gemma Zabaleta, a su izquierda Maddalen Iriarte, candidata de EH Bildu en Gipuzkoa

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