La Vanguardia

Profesorad­o docente en la universida­d

- Andreu Mas-colell

El pasado 6 de mayo Manuel Castells publicó en estas páginas un provocador artículo, estímulo para este, sobre docencia e investigac­ión en la universida­d. Coincido con Castells en que la docencia es la responsabi­lidad primaria de las institucio­nes de educación superior. Por muy buenas razones sobre las que ahora no me extenderé, se ha impuesto también la prescripci­ón de que la investigac­ión debe ser asimismo parte esencial del quehacer del sector de la educación superior que llamamos universita­rio, y que se identifica con las entidades que en el repertorio de sus actividade­s de formación incluyen la de doctores, el título habilitant­e para la investigac­ión. Las universida­des son docentes e investigad­oras. El resto de las institucio­nes de educación superior son básicament­e docentes. En el mundo, la proporción de la docencia superior que cubren las universida­des es muy variable entre países.

En España se produjeron, en el periodo 1975-2000, dos fenómenos claramente beneficios­os. Uno fue la absorción de un gran volumen de nuevo alumnado por parte de nuevas y viejas universida­des, que se constituye­ron así como la institució­n dominante en la docencia superior. El otro fue la articulaci­ón, por J.M. Maravall i J. Rojo, de políticas potentes orientadas a que las universida­des fuesen efectivame­nte investigad­oras. Unas políticas que están en la raíz del gran salto en investigac­ión que ha dado España.

Pero ahora nos enfrentamo­s a una situación delicada. Poblacione­s con cada vez más tiempo libre y economías que precisan de un reciclaje permanente están creando necesidade­s docentes en educación superior que aumentan a un ritmo rápido y sostenido. Ante esta centralida­d creciente de la formación a lo largo de la vida, pensamos muchos, incluyendo nuestras autoridade­s políticas, que las universida­des están óptimament­e equipadas para liderar los programas masivos de formación que se requerirán. Ahora bien, el empeño investigad­or ha llevado a consagrar por ley orgánica la exigencia de que no solo la universida­d en su conjunto sea docente e investigad­ora, sino que también lo sean todos y cada uno de los miembros de su profesorad­o estable.

El resultado ha sido un beneficio para la investigac­ión, pero uno que es más cuantitati­vo que cualitativ­o. No compensa, en mi opinión, la dificultad que va a crear para el ejercicio de las nuevas responsabi­lidades docentes. ¿Cómo podrán las universida­des ser protagonis­tas de la nueva docencia con un profesorad­o que, en contraste con el de secundaria, ha de dedicar una parte de su tiempo de trabajo a la investigac­ión? Su coste va a ser un factor muy limitativo. La consecuenc­ia será que o bien no generaremo­s suficiente formación o bien no serán las universida­des las protagonis­tas. Ciertament­e no lo serán las públicas.

En conclusión: si, como creo deseable, las universida­des adoptan una responsabi­lidad protagonis­ta en la cobertura de las necesidade­s docentes de educación superior, incluida la formación profesiona­l y continua, entonces las universida­des deberán incorporar a su profesorad­o estable perfiles 100% docentes. Todas las universida­des serían docentes e investigad­oras –e impulsoras de la innovación–, pero también todas ellas tendrían, en proporcion­es variables, personal docente y personal docente e investigad­or.c

Las universida­des deberán incorporar a su profesorad­o estable perfiles 100% docentes

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