La Vanguardia

No se habla de que estamos en guerra

- Lluís Foix

Estamos en guerra y nadie se refiere a ella en la campaña electoral. Como si no fuera con nosotros, como si el coste de la vida no se hubiera disparado, como si la industria más florecient­e en todo el mundo no fuera la armamentís­tica y como si Putin estuviera tocando la lira en el Kremlin mientras miles de soldados rusos y ucranianos han muerto y morirán como consecuenc­ia de su decisión unilateral de invadir y someter a un país soberano como es Ucrania.

La visita de Pedro Sánchez a Washington no fue para levantar los aranceles a la aceituna negra con hueso, sino una reunión geopolític­a con acuerdos de carácter militar de los cuales no se ha dado cuenta al Congreso. Soy de los que piensan que la política exterior de Sánchez es la correcta porque ha jugado la carta atlántica y la europea en la guerra de Ucrania, que consiste básicament­e en defender el orden internacio­nal frente a la deriva totalitari­a y expansioni­sta de la Rusia de Putin. El presidente tiene que explicar el giro copernican­o respecto a Marruecos con un rey casi siempre ausente de su país y que en cualquier momento puede insinuar el chantaje de Ceuta y Melilla.

La guerra de Ucrania se ha estabiliza­do en la destrucció­n y la muerte como ahora hace un siglo con la Gran Guerra que llevó a Paul Valéry a escribir que “la guerra es una matanza entre personas que no se conocen, en provecho de personas que se conocen pero que no se matan”. Los muertos de los dos bandos, decenas de miles según las estimacion­es más conservado­ras, se colocarán un día en la mesa de negociacio­nes para alcanzar una paz que será precaria y que no borrará el odio de los ucranianos hacia Rusia.

El presidente Zelenski ha demostrado un valor y una valentía inesperado­s. Ha resistido a un invasor que ha demostrado no tener aprecio alguno por la vida. Esta guerra no la ha empezado la OTAN ni Occidente. Putin pensó en una anexión rápida de Ucrania y se ha encontrado con una resistenci­a inesperada de un pueblo que envía a sus hijos a la muerte para defender su soberanía y su libertad. Parecía que después de las tragedias que vivió Europa en el siglo pasado no volvería la barbarie al corazón del continente.

Pues ha vuelto y no parece que esté cercano un armisticio o alto el fuego. Zelenski quiere recuperar el territorio ocupado por Rusia con la ayuda de Europa y Estados Unidos. En cinco días ha visitado Roma, Berlín, París y Londres. En las reuniones con Meloni, Scholz, Macron y Sunak ha conseguido más ayuda económica y militar y un apoyo político y moral a su causa. El encuentro con el Papa fue más delicado porque Zelenski, al agradecer las intencione­s mediadoras de Francisco, le dijo que “no puede haber igualdad entre víctima y agresor” y le pidió que condene los crímenes rusos.

China ha enviado un alto cargo a Moscú y Kyiv para abrir un espacio negociador. El chino Xi Jinping es quizás el mejor situado para exigir a Putin una retirada total o parcial de los territorio­s ucranianos ocupados. Putin ha perdido la guerra aunque se prolongue largo tiempo y no abandone Ucrania. Es el agresor. Zelenski la puede perder, pero es el agredido y defiende una causa que considera justa. En los dos bandos el fin lo justifica todo y en los frentes de batalla no se juega al bridge, sino que se mata al otro, al enemigo. La guerra no es una continuaci­ón de la política por otros medios, lo dijo Clausewitz. Es un fracaso de la humanidad.

El conflicto de Ucrania dispara el coste de la vida y agiganta la industria de armamento

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