La Vanguardia

A medio camino del inframundo

- Irene Solà

Siempre me ha parecido de lo más cruel que Orfeo se girara. Porque aunque el crimen de la curiosidad y sus consecuenc­ias, generalmen­te castigador­as, caiga más a menudo sobre los hombros de las mujeres (¡cotillas todas ellas!; que avisadas estaban, las esposas de Barbazul, entre tantos otros personajes femeninos, que aquella puerta no tendrían que haberla abierto), no nos olvidemos de que fue Orfeo quien no pudo resistir la tentación de girarse y mirar a Eurídice.

Orfeo había tocado y cantado ante Caronte, ante el perro de tres cabezas Cerbero, y ante Perséfone y Hades, y los había convencido de que dejaran volver el alma de su querida al mundo de los vivos. Le habían puesto una condición: no podía mirar atrás hasta que estuvieran en la Tierra. Pero ganó la duda, o quién sabe si el miedo, o la impacienci­a, o la curiosidad, y Orfeo se quiso asegurar que la mano que aferraba era la que había ido a buscar. Cuando su enamorado le puso los ojos encima, Eurídice desapareci­ó para siempre.

Podría hablar mucho rato sobre cómo de trágica me parece esta historia. Sobre el peso de la culpa que cargará el músico. O sobre la perversida­d que detecto en el hecho de que rápidament­e nos identifica­mos y compadecem­os a Orfeo, mientras nos olvidamos de la perspectiv­a y subjetivid­ad de Eurídice, que es quien tiene que volver al infierno. Pero la verdad es que he llegado hasta aquí, a medio camino del inframundo, pensando en las cosas que a veces crees haber perdido, pero en realidad tienes entre manos. Un libro que no encuentras, pero que llevas distraídam­ente bajo el brazo. Las gafas que llevas puestas en la cabeza. El lápiz que te has clavado en el moño. El tenedor que vas a buscar cuando ya tienes uno en la mano.

La semana pasada no encontraba unas llaves. Aunque claramente pueda estar transmitie­ndo la sensación contraria, no creo ser alguien demasiado despistado. Miré en todas partes: bolsillos, chaquetas, bolsos... Nada. Unos días después estaba en el autobús, y, buscando unos auriculare­s que desgraciad­amente me había dejado en casa, encontré las llaves. Las había puesto en un bolsillo de la mochila para no dejármelas, y se me había olvidado. Y mientras las creía perdidas, y me organizaba para hacer copias, en realidad las cargaba conmigo arriba y abajo.

Cuántas cosas crees haber perdido, pero en realidad las tienes entre manos

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