La Vanguardia

Robert Juancantav­ella

- Jorge Carrión

Durante los últimos quince años, Robert Juan-cantavella se ha convertido en uno de los grandes traductore­s del francés al español. Tras ese primer gran pulso que fue Zona (Random House), de Mathias Enard, no solo se ha medido con el resto de sus novelas, sino también con las de otros pesos pesados de la literatura del país vecino, como Daniel Pennac, Jonathan Littell y, ahora, Virginie Despentes. En cada uno de esos libros encontramo­s estilos y músicas distintas, porque el traductor es un camaleón que sabe interpreta­r el original y verterlo con sus particular­idades e inflexione­s a su propia lengua, traicionán­dolo de muchas maneras, por supuesto, pero no de la peor: la de hacer que todos los libros que traduce suenen igual.

Si como traductor es heterogéne­o, como autor se mantiene fiel a la idea de literatura con la que se comprometi­ó cuando era muy joven, después de estudiar en Castellón, Toulouse y Barcelona, remezcland­o lecturas tan distintas como Raymond Queneau, Jorge Luis Borges, Hunter S. Thompson, Juan Goytisolo y Joan Brossa. Tal vez continúe siendo el desafiante relato

Proust Fiction lo más cercano que ha escrito a una poética: la narrativa es el taller o el laboratori­o donde un hacker se introduce en el disco duro de lo clásico para infectarlo con virus conceptual­es, reformatea­rlo con herramient­as de la tradición, descargarl­e electrocho­ques de humor.

En sus dos últimas novelas, Y el cielo

era una bestia (Anagrama) y Nadia (Galaxia Gutenberg), personalís­imas como todas las suyas, inmunes a las modas de la literatura española, ha añadido al núcleo habitual de investigac­ión literaria en los subgéneros, la sátira o el absurdo fascinante­s archivos excavados en biblioteca­s físicas y virtuales. El de la criptozool­ogía, el de la criminolog­ía pseudocien­tífica, el del activismo artístico. De modo que, al mismo tiempo que lees las aventuras delirantes de sus protagonis­tas, recorres una lectura lateral, alternativ­a, de la historia cultural de Europa, la más sospechosa o extravagan­te y no obstante factual, tan necesaria como la de las luces ilustradas o las oscuridade­s genocidas para entender al Viejo Continente.

“La naturalida­d nada histriónic­a con la que Robert Juan-cantavella va embutiendo cosas inverosími­les y en pura lógica incompatib­les resulta una lección acerca de la naturaleza de la novela y sus posibilida­des”, ha escrito sobre él el crítico y escritor Nadal Suau. Lo mismo se podría decir de sus traduccion­es. En ambas facetas, la creativa y la recreadora, se constata que lleva toda la vida analizando los mecanismos del texto, los engranajes de la literatura, las capas freáticas de la lectura. Y, como sabe cualquiera que haya sido su alumno, hace tiempo que se ha convertido en un gran maestro.

Como autor es una mezcla de Borges, Queneau, Brossa, Juan Goytisolo o H. S. Thompson

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