Las mejoras urbanísticas provocan temor a la expulsión del barrio
Vecinos con ‘gentriansiedad’ prefieren renunciar a equipamientos y zonas verdes
De entrada, que abran una nueva biblioteca pública en el barrio debería ser siempre una buena noticia. Y más si es una monumental, que recibe premios, una como la Gabriel García Márquez del distrito de Sant Martí, la encarnación misma de lo que el sociólogo estadounidense Eric Klinenberg llama “palacios para el pueblo”.
Klinenberg, autor de un libro que se llama así, Palacios para el pueblo (Capitán Swing), visitó la biblioteca García Márquez cuando estuvo en Barcelona y, maravillado, colgó en su cuenta de Twitter fotos del edificio de aire escandinavo. “Es mágica, es real”, escribió. El escritor Jordi Corominas, cuyo último libro, Bohigas contra Barcelona (Athenaica) es muy crítico contra el urbanismo grandilocuente, le contestó: “Tu reacción es de guiri culto. Real es, pero mágica no. No nos flipemos. A lo sumo gentrificadora y un derroche de pasta que vale 15 bibliotecas de barrio”. A partir de ese diálogo, se generó una discusión entre quienes ven esa biblioteca como un delirio hecho para las fotos y quienes la contemplan como un lugar bello, funcional y necesario. “Si nos ponen espacios públicos agradables con arquitectura bonita en los barrios, es gentrificación y derroche. Lo mejor para nosotros es hacer nuestras vidas en sitios feos y genéricos por el bien del barrio” se lamentaba otro usuario.
El propio Klinenberg sacó una conclusión: “Una cosa perturbadora sobre este momento en el urbanismo es que cada proyecto bello genera tanta ansiedad por la gentrificación como elogios por hacer las cosas mejor. Y más perturbador aún es saber que esas ansiedades están justificadas”. Ya no es solo que surja un café de especialidad o una panadería con pan de molde de trigo sarraceno, ahora también los vecinos de los barrios, o al menos los que no tienen pisos en propiedad, temen la llegada de bibliotecas, tranvías, paradas de bicis públicas y zonas peatonales porque esas mejoras en el espacio público pueden acabar provocando su propia expulsión. Un fenómeno bautizable como gentriansiedad, cuando te da pavor que tu barrio se ponga demasiado bonito, o peor, demasiado habitable.
Jorge Sequera, director del Grupo de Estudios Críticos Urbanos (GECU) de la UNED, dice del fenómeno: “Existe ese problema y no deberíamos entenderlo como algo paradójico, sino como parte del diagnóstico de vulnerabilidad de muchos vecinos”. Tiene presentes, por ejemplo, las conversaciones con miembros de movimientos vecinales de Carabanchel Alto, en Madrid, que preferían que a su barrio no llegase Bicimad, el sistema de alquiler de bicis públicas, por miedo al efecto expulsión que podrían generar.
También en Madrid, las demoliciones de los llamados scalextric de la M-30 generan lo que la investigadora Isabelle Anguelovski, de la Universitat Autònoma de Barcelona, denomina “gentrificación verde”. Su proyecto Greenlulus (Green Unwanted Local Land Areas) recibió 1,5 millones de euros de la Unión Europea para estudiar cómo la implantación de zonas verdes había afectado el tejido demográfico de 40 ciudades europeas y norteamericanas. La
Quienes no tienen un piso en propiedad se muestran inquietos ante la muy probable subida de los alquileres
principal conclusión es que allá donde se coloca un parque suben los precios de las viviendas (hasta 500 metros alrededor) y se produce una sustitución de unos vecinos por otros con mayor renta y nivel educativo. “También hay un cambio de usos, las nuevas zonas son utilizadas más por jóvenes, sobre todo en horario nocturno, que por personas mayores, y desaparecen las minorías étnicas que están muy presentes en la calle, porque llegan las cámaras de vigilancia y esas personas pueden no tener papeles. Se produce una higienización social”.
En una conferencia en Málaga, recuerda Sequera, llegaron los investigadores “con sus a prioris” y descubrieron que muchos vecinos del centro, muy tensionado, no querían oír hablar de zonas peatonales, invadidas de bares y terrazas. “Preferían tener los coches debajo de casa que zonas peatonales porque lo que perdían en contaminación ambiental lo ganaban en contaminación acústica y lumínica, y falta de descanso. Esto puede llevar a que los vecinos acaben reclamando: quiero coches debajo de mi casa”.
El periodista Jorge Dioni ha publicado El malestar de las ciudades (Arpa), donde vuelve la mirada de la periferia a los centros urbanos después de analizar la España de las piscinas en su anterior ensayo. El libro arranca con un recuerdo del último piso de ciudad que habitó antes de comprar una casa en las afueras de Madrid. Estaba en Consell de Cent, en Barcelona, la nueva calle estrella del Eixample, el lugar en el que, si se enfoca bien, cada foto parece un render, aunque es también un lugar perfectamente paseable y ganado a los coches: “Ahora no podría permitirme vivir allí como el joven redactor de periódico que era, hace años que no podría. El alquiler de la que era mi casa cuesta como todo mi sueldo de entonces o más, y supongo que ahora subirá más aún”. Dioni cree que en este contexto incluso una biblioteca “puede convertirse en un cartel de: aquí hay plusvalías. Y gran parte de la ansiedad nace de esa contradicción. Tengo que mostrar cosas que llamen la atención, pero hacerlo puede ser peligroso porque puedo llamar demasiado la atención y poner esa zona en el mercado”.c