La Vanguardia

El niño que jugaba con los mayores

Baloncesto El base barcelonis­ta Rokas Jokubaitis, la gran esperanza del baloncesto lituano, es uno de los principale­s focos de atención de la ‘final four’ que comienza esta tarde en Kaunas

- Luis Buxeres launas

Rokas Jokubaitis (Mazeikiai, 2000) tiene el don de caer bien. Es así de simple. A su cabellera rizada siempre le acompaña una sonrisa. Incluso en la pista, su rostro de concentrac­ión desliza amabilidad. “Se llevaba bien con todo el mundo, en el equipo y en el colegio; hizo amigos con facilidad desde el primer día”, confirma en conversaci­ón telefónica Alfredas Kaniava, su entrenador en Klaipeda, la primera ciudad en la que vivió alejado de su familia cuando aún era un teenager.

Jokubaitis es la gran esperanza del baloncesto lituano. Sigue siendo el único jugador de su país que ha recibido el premio Rising Star a la mejor promesa de la Euroliga y con la final four jugándose en Kaunas se ha convertido en uno de los grandes focos de atención en la capital nacional de la canasta. “Es una de esas cosas que pasa una vez en la vida, por primera vez se disputa el título en Lituania y nos hemos clasificad­o. Mi carrera profesiona­l comenzó en Kaunas y tendré a toda mi familia y amigos en la grada, me han pedido muchas entradas”, bromea el propio jugador a La Vanguardia.

El playmaker de Mazeikiai nació con una pelota de baloncesto en las manos. Su padre, Aivaras, se dedicaba a la canasta, y también su madre y su hermana jugaban. Con cinco años, en los descansos de los partidos de su padre, Jokubaitis se hizo amigo

“Tener a Jasikevici­us de entrenador es la mejor escuela para él”, relata su padre, Aivaras Jokubaitis

del balón. “Siempre estuvo cerca del baloncesto, era un niño muy activo. En los descansos jugaba con la pelota corriendo de un lado a otro”, recuerda feliz a este diario Aivaras Jokubaitis. “El baloncesto siempre ha sido todo para Rokas”, subraya. Eso sí, admite que el fútbol rondó también su cabeza durante un tiempo, pero el baloncesto le acabó ganando la partida por goleada.

Con un físico privilegia­do y una pasión inacabable, Jokubaitis ya comenzó a despuntar desde muy joven, jugando aún en su ciudad natal, Mazeikiai. Se paklaipeda, saba los veranos entrenando con su padre en una pista que tenían al lado de casa. “Al principio le costaba un poco, era un poco perezoso, pero le despertaba por las mañanas y entrenábam­os. Yo hacía el papel de malo, pero al final sirvió para algo”, se congratula Aivaras. Aquellos inicios empezaron a forjar su carácter en la pista. Enseguida empezó a jugar con niños mayores que él. “Yo lo prefería, quería que se endurecier­a. Eso le sirvió para mejorar y jugar cada vez mejor”, añade su padre.

El talento de Jokubaitis no tardó en llamar la atención de los ojeadores del país y así empezó a jugar en Plunge, a 50 kilómetros de su casa. Sus padres trabajaban y su abuelo se ofreció a llevarle a los entrenos con su Volkswagen Jetta. Fue una etapa dura pero feliz, siempre con el aliciente de los pasteles de su abuela al volver. A pesar de su tremenda superiorid­ad, con 53 puntos en un solo partido que impresiona­ron a su propio entrenador, en aquella época nadie podía imaginar que acabaría convirtién­dose en una estrella. Ese pensamient­o sí empezó a asomar la cabeza cuando Alfredas Kaniava, técnico del le llamó para ficharle con 15 años. Ese ya era un salto a tener en cuenta. “Yo ya había visto su potencial en Mazeikiai y hablé con sus padres para que viniera a entrenar con nosotros”, cuenta el propio Kaniava.

No fue una decisión fácil para la familia Jokubaitis. Klaipeda está a 120 kilómetros de Mazeikiai y Rokas aún era muy joven para irse de casa. Se decidió que, durante el primer año, de lunes a jueves seguiría en casa y que pasaría los fines de semana en Klaipeda, adonde le acompañaba siempre fiel su querido abuelo. “Vivía en mi casa y entrenaba

seis veces en tres días, hablábamos mucho de baloncesto y de tácticas viendo vídeos”, rescata Kaniava de la memoria. Pero la situación no era nada fácil, y al año siguiente Jokubaitis se trasladó a vivir a Klaipeda, instalándo­se en casa del capitán del equipo y amigo suyo. “Fue algo natural porque hablaba con todo el mundo, era muy abierto. Cayó de pie y nunca se quejó”, agrega el técnico lituano, recordando que ya por entonces Rokas empezó a entrenar con sus dos equipos, los nacidos en 1999, un año mayores que él, y los de su edad.

La llamada de Kaniava empezó a cambiar la vida de Jokubaitis, pero el giro definitivo llegó cuando Tomas Masiulis le fichó para jugar en el Zalgiris Kaunas, el orgullo del país. Ahí empezó a jugar bajo el paraguas de Sarunas Jasikevici­us, del que aún no se ha apartado. “Es una persona clave en mi carrera. Jasikevicu­s ha sido uno de los mejores bases de Europa y conoce mi posición a la perfección. Que me dé consejos y me empuje a seguir mejorando cada día es algo muy importante”, proclama orgulloso Jokubaitis. “Fichar por el Zalgiris fue un trampolín para él”, resalta Kaniava. “Tenerle de entrenador es la mejor escuela posible para Rokas”, concluye su padre.

Nada más aterrizar en Kaunas, Jokubaitis completó el partido que catapultó definitiva­mente su carrera. “Fue uno de los mejores de mi vida”, confirma. Jugando con los reservas del Zalgiris anotó más de 30 puntos ante el Vytautas Prienaibir­stonas de los recién llegados mediáticos hermanos Ball, Lamelo y Liangelo. “Jugué muy motivado porque sabía que el partido se iba a retransmit­ir en todo el mundo y fue increíble. Es un recuerdo precioso”, relata el jugador. De ahí saltó al primer equipo del Zalgiris y, luego, Jasikevici­us se lo llevó al Barça. El niño que jugaba con los mayores ya era adulto.c

“Fichar por el Zalgiris fue su trampolín definitivo”, recuerda Alfredas Kaniava, su técnico en Klaipeda

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Rokas Jokubaitis, ayer entrenando en el Zalgirio Arena de Kaunas
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