La Vanguardia

Dos líderes, dos broncas, ¿dos Españas?

- Fernando Ónega

La expresión no es mía. Es del sosegado Víctor Lapuente en el muy sanchista diario El País: esta campaña electoral está siendo un bazar. Todas lo son. Lo que ocurre es que algunas –las que justifican que se hable de compra de votos— rozan la impudicia. Esta, por ejemplo. No se recuerda una lluvia de seduccione­s como la que se hizo caer sobre el electorado en tres semanas. Muy dura debe estar la conquista del voto para compromete­r 13.000 millones de euros del erario público en beneficio de una sola fuerza política, por no decir en beneficio de una sola persona.

Habría que plantearse qué porcentaje de ese dinero creará riqueza nacional y cuánto condiciona­rá a gobiernos futuros, pero que los economista­s hagan esas cuentas. Los que no entendemos de números nos debemos conformar con la solemne apelación al Estado de bienestar que hacen los ministros, como si el Estado de bienestar dependiese de la cantidad de jóvenes que usen el Interrail. Más realista es pensar que Sánchez tuvo la inteligenc­ia de llevar la iniciativa, solo perdida por lo de Bildu, y de tapar errores recientes con toneladas de ilusiones nuevas. Para entenderno­s: mientras se hagan bromas con los dos euros del cine de los mayores, no se recuerdan la sedición o la malversaci­ón que tanto deteriorar­on al Gobierno.

Con todo, esto no ha sido lo peor. Lo peor ha sido el entierro de lo poquísimo que quedaba de diálogo entre los dos posibles presidente­s del Gobierno. Como dijo Vicente Vallés, ambos acudieron al debate en el Senado a destruirse; no a exponer ninguna tesis, sino a despedazar­se. Si eso no es rencor, que venga Dios y lo vea. Sin jugar con los sentimient­os, Sánchez y Feijóo lograron destrozar lo más positivo que nos ha dejado la transición. Y lo despedazar­on por donde más duele, que es el terrorismo: hace nada consideráb­amos indecente utilizarlo en campaña electoral.

¿Cómo se explica esta destrucció­n masiva? Obviamente, porque se enfrentan dos fuertes personalid­ades incompatib­les, pero también dos aspiracion­es a la Moncloa planteadas a vida o muerte. A vida o muerte para Pedro Sánchez, porque está convencido de su misión histórica como líder progresist­a no solo español, sino europeo y mundial. ¿Va a quitarle esa gloria un recién llegado de provincias? Y a vida o muerte para Feijóo, porque esta puede ser su única y última oportunida­d para devolver al poder a la derecha. Y ninguno es libre: Sánchez está acuciado por sus socios, cuya colaboraci­ón le mantiene y coarta. Feijóo está condiciona­do por Vox, que le puede dar gobiernos territoria­les, pero espantar a multitud de votantes en las generales. Y todo eso, junto, crea un ambiente que deja pequeña la polarizaci­ón: ellos están en la excitación bélica.

No podíamos esperar un resultado así de unas elecciones de ámbito local, pero estas serán las primeras decididas por Frankenste­in; serán la consagraci­ón de la política de bloques (así se están leyendo ya las encuestas), y asistimos al nacimiento de una política basada en la exclusión del adversario. Uno, porque quiere “derogar el sanchismo”. Otro, porque está convencido de que no ha nacido cristiano que lo pueda derogar.

Estas elecciones serán la consagraci­ón de la política de bloques

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