La Vanguardia

Mortíferos imperios de papel

- Manuel Castells

Cuando se desintegró la Unión Soviética, sin razón aparente, ideólogos estadounid­enses proclamaro­n el “fin de la historia”. Ya solo quedaba un imperio, el suyo, que era un hegemón benevolent­e, guardando la paz en el mundo.

Poco duró el sueño. Llegó la guerra de los Balcanes, que siguió a la provocada partición de Yugoslavia. Y se aprovechar­on de la estupidez de Sadam Husein para ir a la guerra del Golfo y, poco después, invadir Afganistán (respondien­do al bárbaro ataque terrorista de Bin Laden en Nueva York) e Irak con mentiras. Resultado: tras largos y cruentos años de guerra se desestabil­izó Irak y la mayoría chií, con sus milicias proiraníes, gobierna hoy Irak. Mientras que en Afganistán, tras veinte años, los occidental­es procedimos a una retirada caótica, dejando a las mujeres afganas abandonada­s a su suerte bajo el gobierno de los talibanes. Costoso y torpe imperio.

Peor le está yendo al sueño neoimperia­l de Putin, emulador de Pedro el Grande, que hace un espantoso ridículo, a pesar de su arsenal de misiles y drones, frente a una Ucrania armada y entrenada por la OTAN, pero que no es exactament­e una potencia militar. Los

No hay posibilida­d de un imperio dominante, pese a la superiorid­ad militar de EE.UU.

ucranianos se sostienen por su valor y determinac­ión, mientras que los rusos de bien se escapan del país o se esconden del reclutamie­nto porque no le ven sentido a esta guerra atroz entre hermanos eslavos.

Putin creía en un paseo militar de sus legiones de tanques apoyado por la superiorid­ad aérea, invocando la Gran Guerra Patriótica. Pero los tiempos han cambiado. Los rusos invaden a quien no los había invadido y, aunque hubiera una corriente neonazi en la revolución de Maidán, los ucranianos defienden su tierra y sus familias, y sufren bombardeos diarios. Mientras que la más eficiente fuerza de combate rusa es una banda de mercenario­s que aterroriza­n a la gente allá donde van (áfrica, por ejemplo) por un puñado de dólares o por el perdón de sus condenas, mancilland­o la memoria del Ejército Rojo.

La otra potencia protoimper­ial, China, estaba tranquila haciendo negocio y establecie­ndo su influencia económica y tecnológic­a en el mundo, cuando empezó a sufrir las embestidas ideológica­s de Estados Unidos, provocando así una nueva guerra fría. Cuando el principio de legitimaci­ón de China es el nacionalis­mo más que el comunismo. Es el rechazo en la población a cualquier supremacía extranjera. Y por tanto, el Gobierno utiliza su nuevo poder para evitar que Estados Unidos imponga sus designios. Y aunque siempre han dicho que Taiwán acabaría reunificán­dose, tampoco era inmediato.

Ahora, ¿quién sabe? No hay posibilida­d de un imperio dominante en este mundo, a pesar de la superiorid­ad militar estadounid­ense, que está limitada por la capacidad nuclear de Rusia y China. Y su mastín de ataque, Corea del Norte, que podría lanzar la primera oleada de misiles. Las guerras siempre han sido entre aspirantes a imperios. Cuando todos estamos enredados en una realidad global, cualquier ilusión imperial acabaría en catástrofe. Mientras, el planeta se torna inhabitabl­e y la violencia y el miedo permean nuestra cotidianid­ad.c

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