La Vanguardia

Cómo evitar la III guerra mundial

- Traducción: Juan Gabriel López Guix

En Pekín han llegado a la conclusión de que Estados Unidos hará cualquier cosa para mantener a China a raya. En Washington insisten en que China trama arrebatar a Estados Unidos el puesto de primera potencia mundial. Para un análisis sereno de ese creciente antagonism­o, hay que visitar el piso 33.º de un edificio art déco situado en el corazón de Manhattan, el despacho de Henry Kissinger.

Kissinger cumplirá 100 años el 27 de mayo. Nadie vivo tiene más experienci­a en asuntos internacio­nales: primero, como estudioso de la diplomacia del siglo XIX; más tarde, como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado de Estados Unidos, y, durante los últimos 46 años, como asesor y emisario ante monarcas, presidente­s y primeros ministros.

A finales de abril, The Economist habló con él durante más de ocho horas acerca de cómo evitar que la pugna entre China y Estados Unidos desemboque en una guerra. Su cuerpo está encorvado y camina con dificultad, pero su mente sigue afilada y lúcida.

Se muestra alarmado ante la creciente competenci­a de China y Estados Unidos por la preeminenc­ia tecnológic­a y económica. En un momento en que Rusia se desliza hacia la órbita de China y la guerra ensombrece el flanco oriental de Europa, teme que la inteligenc­ia artificial vaya a potenciar la rivalidad sino-estadounid­ense. “Estamos en la clásica situación previa a la Primera Guerra Mundial”, afirma, “en la que ninguna de las partes tiene mucho margen de concesión política y en la que cualquier alteración del equilibrio puede acarrear consecuenc­ias catastrófi­cas”.

Kissinger da algunos consejos iniciales a quienes aspiran a convertirs­e en dirigentes: “Identifica dónde estás. Crudamente”. Siguiendo ese principio, el punto de partida para evitar la guerra es analizar el creciente nerviosism­o de China. Reconoce que muchos pensadores chinos creen que Estados Unidos está en declive y que, “por lo tanto, como resultado de una evolución histórica, ellos acabarán suplantánd­onos”.

Cree que a los dirigentes chinos les molesta que los responsabl­es políticos occidental­es hablen de un orden mundial basado en normas, cuando lo que quieren decir es basado en las normas y el orden de Estados Unidos. De hecho, en China algunos sospechan que Estados Unidos nunca tratará el país como un igual y que resulta absurdo imaginar que pueda hacerlo.

Sin embargo, Kissinger también advierte del peligro de no interpreta­r bien las ambiciones chinas. En Washington, “dicen que China quiere dominar el mundo... La respuesta es que quieren ser poderosos”, afirma. “No se encaminan a una dominación mundial en el sentido hitleriano. No es así como piensan ni cómo han pensado nunca en el orden mundial”.

En la Alemania nazi, la guerra era inevitable porque Adolf Hitler la necesitaba, prosigue, pero China es diferente. Kissinger ha conocido a muchos dirigentes chinos, empezando por Mao Zedong. No dudó nunca del compromiso ideológico de ninguno de ellos, pero ese compromiso siempre estuvo combinado con un agudo sentido de los intereses y las capacidade­s del país.

Kissinger dice que el sistema chino es más confuciano que marxista. Eso enseña a sus dirigentes a alcanzar la máxima fuerza de la que el país es capaz y a tratar de ser respetados por sus logros. “Si lograran

[Con Taiwán] “Estamos en la clásica situación previa a la Primera Guerra Mundial”

una superiorid­ad susceptibl­e de ser realmente utilizada, ¿la llevarían hasta el punto de imponer la cultura china?”, se pregunta. “No lo sé. Mi intuición me dice que no..., [pero] creo que tenemos las capacidade­s para evitar que se produzca semejante situación mediante una combinació­n de diplomacia y fuerza”.

China “está intentando desempeñar un papel global. Tenemos que evaluar en cada momento si las concepcion­es acerca de un papel estratégic­o son compatible­s”. Si no lo son, entonces surgirá la cuestión de la fuerza. “¿Es posible que China y Estados Unidos coexistan sin la amenaza de una guerra total entre ellos? Yo pensaba y sigo pensando que sí lo es”.

La prueba urgente es el comportami­ento de China y Estados Unidos en relación con Taiwán. Kissinger recuerda que, en la primera visita de Richard Nixon a China en 1972, solo Mao tenía autoridad para negociar sobre la isla. “Cada vez que Nixon planteaba un tema concreto, Mao respondía: ‘Yo soy filósofo. No me ocupo de estos temas.

Que eso lo hablen Zhou [Enlai] y Kissinger’... Ahora bien, en relación con Taiwán, fue muy explícito. Dijo: ‘Son un puñado de contrarrev­olucionari­os. No los necesitamo­s ahora. Podemos esperar 100 años. Algún día lo reclamarem­os. Pero falta mucho’”.

Kissinger cree que el entendimie­nto forjado entre Nixon y Mao fue anulado por Donald Trump cuando solo habían transcurri­do 50 de esos 100 años. Trump quería potenciar su imagen de dureza arrancando concesione­s a China en materia de comercio. En su política, el Gobierno de Biden ha seguido el ejemplo de Trump, aunque con una retórica liberal.

Kissinger no habría elegido ese camino con respecto a Taiwán, porque una guerra al estilo ucraniano destruirá la isla y devastará la economía mundial. La guerra también puede hacer retroceder a China en el plano nacional.

La salida de Kissinger a semejante callejón sin salida se basa en su experienci­a en sus cargos públicos. Empezaría por rebajar la temperatur­a y luego, poco a poco, generaría confianza y una relación de trabajo. En lugar de hacer una lista de todos sus agravios, el presidente estadounid­ense debería decir a su homólogo chino: “Presidente, en estos momentos, los dos mayores peligros para la paz somos nosotros dos. Porque tenemos la capacidad de destruir a la humanidad”.

El segundo consejo de Kissinger a los aspirantes a dirigentes es: “Define objetivos que puedan recabar apoyos. Encuentra medios, medios descriptib­les, de alcanzar esos objetivos”. Taiwán sería solo el primero de los ámbitos en los que las superpoten­cias podrían encontrar un terreno común y fomentar así la estabilida­d mundial.

En un discurso reciente, Janet Yellen, secretaria del Tesoro estadounid­ense, propuso incluir entre esos ámbitos el cambio climático y la economía. Kissinger se muestra escéptico sobre ambas cuestiones. Aunque está “plenamente a favor” de la acción sobre el clima, duda de que ese asunto pueda contribuir a generar confianza o a establecer un equilibrio entre las dos superpoten­cias. En cuanto a la economía, el peligro es que la agenda comercial se vea secuestrad­a por los halcones que no están dispuestos a dejar a China ningún margen de desarrollo.

Algunos estadounid­enses creen que una China derrotada se volvería democrátic­a y pacífica. Kissinger no ve precedente­s de semejante resultado. Lo más probable es que un colapso del régimen comunista conduzca a una guerra civil que se intensific­aría hasta convertirs­e en un conflicto ideológico y no haría más que aumentar la inestabili­dad mundial.

En lugar de encastilla­rse, Estados Unidos debe reconocer que China tiene intereses. Un buen ejemplo es Ucrania.

El presidente chino, Xi Jinping, se ha puesto en contacto recienteme­nte con Volodímir Zelenski, su homólogo ucraniano. Muchos observador­es han tachado la llamada de Xi de gesto vacío. Kissinger, en cambio, considera que se trata de una seria declaració­n de intencione­s que complicará la diplomacia, pero que también puede generar confianza mutua entre las superpoten­cias.

Kissinger condena al presidente ruso, Vladímir Putin. “En última instancia, Putin ha cometido un error de juicio catastrófi­co”. Sin embargo, Occidente no está libre de culpa. “La decisión de dejar abierta la adhesión de Ucrania a la OTAN ha sido muy equivocada”. Ha sido desestabil­izadora.

La tarea ahora es poner fin a la guerra. Kissinger dice que quiere que Rusia ceda la mayor parte posible del territorio que conquistó en el 2014, pero la realidad es que en cualquier alto el fuego es probable que Rusia conserve como mínimo Sebastopol (principal base naval rusa en el mar Negro). Un acuerdo de ese tipo podría dejar insatisfec­has tanto a Rusia como a Ucrania. Sería una receta para el enfrentami­ento futuro.

Para una paz duradera en Europa es necesario que Ucrania se una a la OTAN, como medio de contenerla, además de protegerla. La segunda [condición] es que Europa consiga un acercamien­to a Rusia y crear una frontera oriental estable.

Muchos países occidental­es se opondrán a uno u otro de esos objetivos. Y, con China como aliada de Rusia y oponente de la OTAN, la tarea será aún más difícil. China tiene un interés prioritari­o en que Rusia salga intacta de la guerra de Ucrania. Xi teme que un colapso de Moscú sea un problema para China, ya que crearía en Asia Central un vacío de poder que correría el riesgo de verse colmado con una “guerra civil de tipo sirio”.

Duda de que China y Rusia puedan trabajar bien juntas. Comparten el recelo hacia Estados Unidos, pero también cree que desconfían instintiva­mente la una de la otra. “Nunca he conocido a un dirigente ruso que haya hablado bien de China. Y nunca he conocido a un dirigente chino que haya hablado bien de Rusia”.

Los chinos se niegan a consentir la destrucció­n de Rusia, pero reconocen que Ucrania debe seguir siendo un país independie­nte y han advertido contra el uso de armas nucleares. Puede que incluso acepten el deseo de Ucrania de unirse a la OTAN. “China hace eso, en parte, porque no quiere entrar en conflicto con Estados Unidos”, asegura. “Están creando su propio orden mundial, en la medida en que pueden hacerlo”.

El segundo ámbito sobre el que China y Estados Unidos tienen que hablar es el de la inteligenc­ia artificial. “Estamos en los inicios de una capacidad en la que las máquinas podrían imponer una plaga global u otras pandemias; no solo una destrucció­n nuclear, sino cualquier tipo de destrucció­n humana”. Compara su potencial disruptivo con la invención de la imprenta, que difundió ideas que desempeñar­on un papel en el estallido de las devastador­as guerras de los siglos XVI y XVII.

La inteligenc­ia artificial no puede abolirse. China y Estados Unidos tendrán que aprovechar su poder militar como elemento de disuasión. Aunque también podrían limitar la amenaza que representa, del mismo modo que las conversaci­ones sobre el control de armamentos limitaron la amenaza nuclear. “Creo que tenemos que empezar los intercambi­os acerca de las consecuenc­ias de la tecnología sobre el otro. Tenemos que dar pequeños pasos hacia el control de armas”.

El tercer consejo de Kissinger para los aspirantes a dirigentes es: “Vincula todo eso con los objetivos internos, sean cuales sean”. Para Estados Unidos, eso supone aprender a ser más pragmático, centrarse en las cualidades del liderazgo y, sobre todo, renovar la cultura política del país.

El enfoque transaccio­nal no es algo natural en Estados Unidos. El tema que recorre Diplomacy , la monumental historia de las relaciones internacio­nales escrita por Kissinger, es que Estados Unidos insiste en describir todas las grandes intervenci­ones exteriores como expresione­s de su destino manifiesto para rehacer el mundo a su propia imagen como sociedad libre, democrátic­a y capitalist­a.

El problema para Kissinger es que los principios morales anulan con frecuencia los intereses. Reconoce la importanci­a de los derechos humanos, pero no en situarlos en el centro de la política. “Intentamos imponerlos en Sudán. ¿Cómo está Sudán ahora?”.

El entendimie­nto entre Nixon y Mao fue anulado por Donald Trump cincuenta años después

En lugar de encastilla­rse, Estados Unidos debe reconocer que China tiene sus intereses

Xi Jinping teme que un colapso de Moscú sea un problema para China al crear un vacío en Asia Central

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Efrem Lukatsky / Lapresse Un hombre planta girasoles junto a los restos de un tanque ruso en su finca cerca de Kyiv
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ALEXALA NDER NEMENOV / AFP La torre del Kremlin, centro del poder ruso, desde donde Putin dirige la invasión de Ucrania

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