La Vanguardia

NIGERIA La devastació­n verde de Boko Haram

Imágenes de satélite descubren 220 pueblos arrasados y engullidos por la vegetación tras una década de violencia en el bastión de la milicia yihadista

- Xavier Aldekoa

El terror de Boko Haram son doscientas cicatrices verdes. En el 2015, la ciudad de Kirinowa, en el estado de Borno del nordeste de Nigeria, era un enclave de notable importanci­a comercial. Las imágenes de satélite de entonces mostraban un enjambre de cientos de casas, escuelas, edificios públicos, un puente e incluso un canal de irrigación. En aquellos días, Kirinowa bullía de vida. Pocos meses después, la ciudad se convirtió en un fantasma: el avance en la región de la banda yihadista Boko Haram, cuyo nombre en lengua hausa se traduce como la educación

La investigac­ión del medio nigeriano Humangle evidencia la brutalidad de la insurgenci­a

occidental es pecado, significó la huida de todos sus habitantes y la destrucció­n de la localidad.

Hoy la naturaleza cubre aquel horror: desde el cielo se observa el avance de la vegetación, que ha recuperado su sitio entre casas, escuelas o puentes derruidos. No queda un solo edificio en pie. Si el verde dibuja una escena de naturaleza exuberante e imparable, en la distancia corta, la concatenac­ión de imágenes muestra la magnitud de la devastació­n tras más de una década de violencia. Desde el inicio de la insurgenci­a en el 2009, que se recrudeció cinco años después cuando el grupo rindió pleitesía al Estado Islámico, Boko Haram ha asesinado a más de 50.000 personas, ha secuestrad­o a miles de civiles y ha provocado más de cinco millones de desplazado­s.

La inaccesibi­lidad a la zona, donde la banda islamista llegó a controlar un territorio intermiten­te del tamaño de Bélgica y organiza emboscadas que convierten en trampa mortal los desplazami­ento por carretera, impidió tener un visión completa de la destrucció­n en el estado de Borno, bastión del grupo. Hasta ahora.

El medio nigeriano Humangle publicó esta semana una investigac­ión de varios meses a partir de imágenes por satélite que descubre hasta 221 ciudades, pueblos y aldeas en el nordeste de Nigeria arrasadas y engullidas por la espesura. La devastació­n en Borno, epicentro de la crisis, es descomunal: según fuentes oficiales, más de un millón de casas y estructura­s públicas han sido destruidas por los yihadistas o, como denuncian algunos grupos de derechos humanos locales, por las actividade­s de contraterr­orismo del ejército nigeriano, a quienes acusan de cometer abusos y acciones de castigo a comunidade­s sospechosa­s de colaborar con los fundamenta­listas.

Para el reportero nigeriano Murtalla Abdullahi, coautor de la

La pugna por el poder entre Boko Haram y el Estado Islámico de África Occidental ha disparado los ataques

investigac­ión, tras años de cubrir el conflicto desde el ángulo humano y desde los campos de desplazado­s, decidieron tomar perspectiv­a desde el cielo. Para Abdullahi, el resultado es “la mayor evidencia de la catástrofe de la insurgenci­a de Boko Haram”. Según el periodista, fueron los propios desplazado­s quienes le dieron la idea. “En esta última década hemos entrevista­do a muchas víctimas de la insurgenci­a. Son historias de agricultor­es que han tenido que huir y nos decían que ya no tienen ningún lugar adonde regresar, porque sus aldeas ya no son habitables”, explica a este diario.

Precisamen­te, las imágenes de ciudades y pueblos engullidos por la naturaleza constatan también una imposibili­dad de retorno que ha llevado a miles de personas a un callejón sin salida. Desde hace unos meses, coincidien­do con un descenso en la cifra de ataques de la banda, el Gobierno ha instado a decenas de miles de desplazado­s en zonas urbanas a regresar a sus aldeas. Para Human Rights Watch, la medida provoca un sufrimient­o extra a las víctimas. “Los cierres (de los campos de desplazado­s) cortan las ayudas a miles de personas y les obligan a abandonar los campamento­s sin asistencia, informació­n adecuada o alternativ­as razonables que aseguren su seguridad y su capacidad de subsistir en las comunidade­s a las que han sido forzados a regresar e instalarse”.

Según cálculos del reportero Abdullahi a partir de los datos e imágenes de satélite, la cifra de localidade­s desmantela­das y desapareci­das bajo la vegetación es de entre dos y tres veces más de las publicadas y podría superar el medio millar. “En muchos casos, la gente no puede regresar a ningún sitio, sus hogares forman parte de ciudades fantasma”. Para Josep Siegle, director del

think tank Centro Africano de Estudios Estratégic­os, el abandono es general. La violenta campaña de Boko Haram ha significad­o el aislamient­o del territorio. “A medida que aumentan los ataques violentos de Boko Haram, menos comerciant­es cruzan la frontera para correr el riesgo. El acceso a internet y a los teléfonos móviles también se ha visto restringid­o debido al bombardeo de 24 estaciones de transmisió­n de seis empresas de telecomuni­caciones por parte de Boko Haram”. Según Siegle, el ostracismo sirve a los objetivos de la banda. “Ideológica­mente, la secta afirma que busca una versión purificada del islam. Cortar los vínculos de la región con el mundo exterior frena la influencia de ideas, tecnología y recursos externos y deja más espacio para el mensaje del grupo”.

Aunque las cifras de ataques y muertos provocados por Boko Haram habían descendido significat­ivamente desde el 2017 hasta el año pasado, se trata de un espejismo. La causa del descenso está en la escisión dentro del grupo de la rama del Estado Islámico de África Occidental (ISWA en sus siglas en inglés), que sigue las directrice­s estrictas del ISIS mundial y que se ha convertido en otro actor mortal. Entre ambos grupos yihadistas fueron responsabl­es de 952 ataques violentos en el norte de Nigeria o la zona del lago Chad, fronteriza con territorio nigerino, camerunés y chadiano.

Precisamen­te el lago Chad es la tercera zona más mortífera del continente después de Somalia y el Sahel, donde se produce un 20% de las muertes por ataques islamistas de África.

Desde el cielo o desde tierra, la devastació­n y el sufrimient­o continúan.

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En el 2015, Kirinowa era una aldea de gran actividad económica, con escuela, mercado, puente y un canal de irrigación. Tras siete años de insurgenci­a, el verde lo invade todo
. 2022 En el 2015, Kirinowa era una aldea de gran actividad económica, con escuela, mercado, puente y un canal de irrigación. Tras siete años de insurgenci­a, el verde lo invade todo
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2015
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El pueblo de Tunbun Buhari, en el lago Chad, tenía en el 2010 cientos de casas y edificios públicos. Tras la llegada de los fundamenta­listas, la localidad fue destruida. El a o pasado, la naturale!a cubría toda la !ona B010
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