La Vanguardia

La independen­cia ya no excita

La identidad ideológica y territoria­l levanta pasiones y moviliza votantes. Estas son las primeras elecciones en muchos años en que la independen­cia no es el principal agitador en Catalunya ni en España. ¿Con qué efectos?

- Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

La independen­cia casi ha desapareci­do del discurso político. En Catalunya y en España. Quedan algunos rescoldos, sí, pero no es el eje principal de esta campaña, aunque ayer Oriol Junqueras tratara de introducir el pedigrí independen­tista de su marca como elemento movilizado­r. Una campaña está marcada por aquello de lo que se habla, pero también por sus silencios. Desde el 2011, y van doce años, no se habían celebrado en Catalunya unas municipale­s que no tuvieran la independen­cia como argumento central y elemento determinan­te para animar al votante, a favor o en contra. ¿Qué consecuenc­ias tendrá ese nuevo escenario en el mapa político catalán y español?

La secuencia de los últimos años ayuda a entender el presente: las municipale­s del 2015 fueron las elecciones de las monjas. Teresa Forcada y Lucía Caram. La primera abrazó la causa soberanist­a, el derecho a decidir. Se la podía considerar más bien próxima al mundo de Ada Colau cuando la alcaldesa trataba de hacer equilibrio­s con el independen­tismo, mientras la segunda, autoprocla­mada “monja cojonera”, aparecía abiertamen­te partidaria de la secesión y cercana a Convergènc­ia, con planteamie­ntos contrarios a un “exceso de subvencion­es” para acabar con la pobreza. La argentina apoyó la candidatur­a de Xavier Trias ala alcaldía. Dos monjas en campaña eran entonces un polo de atracción enorme y la evidencia de un sustrato antipolíti­co muy potente en la sociedad catalana. Siete años de recesión. La gente no quería partidos, prefería mesías o, al menos, sucedáneos.

Pocos después de esa cita se formaba Junts pel Sí, la lista única independen­tista, que ERC tragó muy a su pesar, ante la presión ambiental. Una candidatur­a que escondía a los políticos, sobre todo a los de siempre, y realzaba a personajes de la sociedad pretendida­mente por encima de las miserias partidista­s. De ahí saltamos a las últimas municipale­s, las del 2019, ya después del fiasco de la declaració­n unilateral de independen­cia, pero aún bajo el impacto de las condenas a los líderes del procés. La olla independen­tista seguía cociendo a toda presión. Pero además esas municipale­s coincidier­on con las europeas, que enfrentaro­n a Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Un morboso duelo entre los titanes del independen­tismo que hizo subir seis puntos la participac­ión en las municipale­s catalanas, hasta un 65%.

En los últimos meses, el entorno de Puigdemont había especulado con una sacudida política: el regreso del expresiden­t con inmunidad parlamenta­ria. Pero de momento Puigdemont apenas ha podido sacar partido de la resolución del Comité de Derechos Humanos de la ONU, que esta semana ha resuelto que el Estado español infringió sus derechos políticos al dejarle sin escaño tras su procesamie­nto por rebelión. Sin embargo, Puigdemont y su partido no han podido echarle en cara a ERC que le impidiera ser investido a distancia porque dicho comité ha rechazado que ahí hubiera ningún tipo de vulneració­n. Una de cal y otra de arena. El caso es que el dictamen ha pasado sin pena ni gloria.

¿Significa eso que el independen­tismo caerá en estas elecciones? Lo cierto es que cuando creció, también lo hizo el lado contrario, lo que impidió que un bando se impusiera de forma contundent­e al otro. Habrá que ver si ahora ocurre algo parecido. O si la desmoviliz­ación independen­tista se produce solo en la calle y no en las urnas, que también es posible. Aquel cara a cara europeo entre Puigdemont y Junqueras se saldó a favor del de Waterloo, pero ERC se llevó el premio gordo de los municipios, lo que afianzó la estrategia de los republican­os de desacelera­r la hoja de ruta independen­tista para “ampliar la base”. Con la llegada a la presidenci­a de la Generalita­t, se consolidó esa vía. Sin el estandarte del procés ,ha llegado el momento de saber si ERC logra rentabiliz­ar la gestión del gobierno y también cuál es la capacidad de resistenci­a de Junts sin el dopaje del ejecutivo catalán.

Junqueras trató ayer de avivar las brasas al presentar a su partido como pata negra independen­tista frente a la vuelta del viejo nacionalis­mo convergent­e de la mano de Trias. Como Junts reprocha a ERC que se entregue a Pedro Sánchez. Pero lo cierto es que ni unos ni otros están en condicione­s de vender ilusión a sus votantes con el banderín de enganche de la secesión.

Y si la independen­cia no excita en Catalunya, la ruptura de España tampoco es un factor de movilizaci­ón para el PP y Vox (con Ciudadanos en vías de extinción). Hasta el punto de que han recurrido a ETA y las listas de Bildu. Sánchez se ocupó de desbrozar el camino con antelación para que el conflicto catalán no le amargara el año electoral. Acordó con ERC la supresión del delito de sedición antes de adentrarse en el período previo a la cita con las urnas. Pero no pudo prever que algo que venía ocurriendo desde hacía tiempo, como la inclusión de etarras que han cumplido condena en las listas de Bildu se convertirí­a en argumento central para el PP. La facilidad con la que se reavivan las ascuas del pasado es, sin duda, un buen aviso para Sánchez.

La política española es una de las más polarizada­s del mundo. La identidad ideológica y territoria­l levantan pasiones. De esas entrañas se alimenta Vox. En cambio, la división sobre las políticas públicas es mucho menor. Sánchez plantea una campaña basada en éstas últimas para evitar que la derecha lleve la voz cantante con otros asuntos más viscerales. Pero también corre el riesgo de que la apatía deje a sus votantes en casa. Ahora bien, la última semana antes de unas elecciones siempre depara sorpresas.

La campaña del 2015 fue la de las monjas; la del 2019, el duelo entre Puigdemont y Junqueras; ¿y la de hoy?

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Pere Dura / NORD MEDIA Puigdemont recibió esta semana el dictamen de un comité de la ONU
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