La Vanguardia

Consecuenc­ias catastrófi­cas

- Carme Riera

En los revueltos tiempos electorale­s que vivimos y que se prolongará­n con las fanfarrias acostumbra­das hasta las generales de diciembre del 2023, echo en falta referencia­s a la educación por los líderes políticos. Su cortoplaci­smo, desgraciad­amente muy generaliza­do, les lleva a dejar de lado aspectos fundamenta­les y a dedicarse a lo que creen que supone una inmediata explotació­n de las canteras de las que poder extraer el mayor número de votos, como está ocurriendo ahora con la vivienda y con Bildu.

La educación, no obstante, constituye el proceso de mayor trascenden­cia de cada individuo e incluso de cada nación como colectivid­ad. Sus efectos en la vida personal, igual que en el desarrollo de la comunidad, son determinan­tes para el futuro de ambas. Sin embargo, los distintos partidos políticos que nos han gobernado desde el inicio de la llamada transición han sido incapaces de consensuar un gran pacto educativo absolutame­nte necesario.

Contrariam­ente y, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los países europeos, han proliferad­o las leyes educativas: a la LGE de 1970, le siguió la Loece de 1980, que no llegó a entrar en vigor; a esta, la LODE de 1985 (con texto de 1980), a su vez reemplazad­a por la Logse de 1990, que fue sustituida por la LOE del 2006. Esta última modificada por la LOCE del 2013, que dio paso a la Lomloe, en vigor desde el 2020 e imagino que no será la última. Ni mucho menos.

Tales cambios, en los que sin duda ha habido avances en una serie de aspectos inclusivos, potenciado­res de la igualdad, y en la política de becas, no han supuesto, en general, las mejoras pretendida­s. A veces, porque el criterio legislador no ha tenido en cuenta el criterio de los docentes, evidencian­do, una vez más, la separación entre los puntos de vista de los políticos y el de los de los ciudadanos.

Así las cosas, hoy, llaman la atención las dificultad­es de comprensió­n lectora de nuestros estudiante­s, la insuficien­cia de su léxico y la pobreza con que se expresan por escrito. De ahí que, a menudo, al ser incapaces de utilizar un argumento fruto del razonamien­to, acudan a la visceralid­ad, siempre más fácil, lo que, a su vez, explica, me parece, la abundancia de los insultos que con tanta frecuencia transitan por las redes sociales, las cuales, en lugar de propiciar un uso adecuado del lenguaje y de la capacidad expresiva, como algunos ilusos creíamos cuando comenzó su vigencia, han servido para todo lo contrario.

Si nos fiamos de los últimos informes PISA, la situación en relación con la comprensió­n lectora en vez de mejorar ha empeorado, puesto que los datos ofrecidos en el informe del 2018 son peores que los mostrados en el del 2015. Esas dificultad­es no solo se detectan en los alumnos de ESO y bachillera­to sino también en muchos de los universita­rios, algo que hace veinte años –puedo dar fe– no ocurría, y ahora la evaluación de PIRLS marca también un retroceso en primaria.

Si las futuras generacion­es no van a tener la capacidad de comprender un texto, la industria editorial se resentirá en extremo y este periódico, como todos los demás, tendrá que dejar de publicarse o hacerlo a base de emoticonos. Esos que ya pueblan muchos de los watsaps y mensajes de la mayoría de los jóvenes, en sustitució­n de las palabras.

El asunto de la educación es demasiado grave para dejarlo solo en manos de los políticos. Tal vez ha llegado la hora de involucrar a la sociedad civil o al menos de comenzar a debatir sobre algo de consecuenc­ias tan catastrófi­cas.•

Las dificultad­es de comprensió­n lectora de los alumnos hacen que acudan a la visceralid­ad

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