Lo facha mola

Resulta que algunos jóvenes –no sabemos cuántos– se apuntan a la ultraderecha. Hay la percepción de que la tendencia crece, aunque necesitamos datos para poner negro sobre blanco. A veces, son todavía adolescentes, como hemos visto en la Bonanova de Barcelona, admirando al personal de Desokupa como si fueran ídolos de rock. Estábamos el miércoles en RAC1 y Jordi Basté sacó el asunto: ¿por qué hay jóvenes que se sienten atraídos por opciones claramente ultras, neonazis y reaccionarias?

La respuesta no es fácil, lo primero que acude a la mente es la ley del péndulo: de padres progres, por llevar la contraria, surge el hijo facha. Sabíamos que padres conservadores han generado hijos hippies, comunistas, okupas... Pero hay que ir un poco más allá. Basté sugería que la querencia ultra podría ser una respuesta a las batallas culturales y legales del progresismo, sobre todo el feminismo y todo lo que lo rodea. La escritora británica Laura Bates ha explorado este terreno y explica lo que ocurre con el machismo malherido y resentido, en algunos contextos.

No obstante, y sin negar lo anterior, uno diría que, en un mundo de consensos complejos y poco épicos, las parafernalias ultras (con su simplicidad, su rotundidad y su panoplia de héroes de todo a cien) resultan muy atractivas porque prometen una aventura total. Lo facha mola porque les recuerda los videojuegos en los que hay que terminar con los malos.

Esto, obviamente, no es nuevo. En los años treinta, la Falange ya prometía lo mismo: los fascismos siempre pulsan el resorte mágico de lo que hoy se etiqueta como “una experiencia única”. Si encima te regalan pizzas, como pasó en la Bonanova, esto mola más que la Kings League.

Para que esto prospere debe haber toneladas de desconocimiento histórico (las selfies en Auschwitz son un síntoma claro), omnipresente moralina de cierta izquierda y padres dimitidos y en caída libre.c

Los fascismos pulsan el resorte mágico de la ‘experiencia única’