La Vanguardia

La verdad aristotéli­ca

- Sandra Barneda

Estos días las espadas de la palabra están en alto y repletas de intencione­s calumniosa­s. Tal como decía Cary Grant, lanzar una calumnia “es como subirse un día de vendaval a una terraza, romper una almohada de plumas y ver cómo el viento se las lleva. Cuando luego se rectifica ya es imposible meter otra vez todas las plumas en la almohada”. Este es el juego preferido de aquellos que, sujetos al poder, necesitan desviar la atención (sean políticos, empresario­s o líderes de opinión) del verdadero foco de la cuestión.

Andamos la mayoría confundido­s y pocos somos capaces de ver, como Aristótele­s, que “la única verdad es la realidad”. El incipiente juego cambiante, de cruce de acusacione­s, de insinuacio­nes malintenci­onadas, hace que ya no sepamos qué realidad es la que pisamos e, incluso, que haya dejado de importar. Impera el disfraz, la falsa franqueza… cualquiera es capaz de lanzar una calumnia y ninguno capaz de volver a poner las plumas de nuevo en la almohada.

Hemos perdido el foco de lo importante: la política sigue a la deriva de estériles discusione­s, volvemos a hablar de Bildu, de derechas o izquierdas, de debates poco concretos y hechos para el juego del desenfoque, con la intención de llenar de máscaras la realidad para que seamos incapaces de reconocerl­a, de saber qué es importante y qué banal.

Estas semanas previas a las elecciones, los medios colapsan con la política y los políticos hacen la ronda en los programas… Es tiempo de reflexión conjunta, de merecernos otro tiempo mejorado, de debates que otorgan sentido a nuestra existencia y no nos adormilan como sociedad. Puede que debiéramos plantearno­s el sentido primigenio del voto, de volver a darle el valor y el sentido que tuvo. El derecho a decidir quienes nos gobiernan y las ciudades que deseamos tener.

Hay que poner atención en nuestra desidia ciudadana, en el ruido inválido que nos genera el discurso calumnioso y la necesidad imperiosa de cambiar de rumbo, de dirección. Es momento de alzar la voz sin distraccio­nes, de mirar los problemas de frente, de dejar las falsas acusacione­s, de penalizar los debates anacrónico­s y desgastant­es. Es tiempo de crecer como ciudadanos, y nuestra única arma sigue siendo nuestro voto. Esa es la única realidad.•

Es tiempo de debates que dan sentido a la existencia y no adormilan la sociedad

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