La Vanguardia

El arte ‘huérfano’ de la Guerra Civil

- Teresa Ses Barcelona

Todo sucedió en medio del caos y en el contexto de una convulsión político-social de extrema virulencia. Tras el golpe militar y el estallido de la Guerra Civil, la Generalita­t republican­a trató de preservar el patrimonio artístico de la amenaza de las bombas y de la destrucció­n incontrola­da de los revolucion­arios, recogiendo y confiscand­o las principale­s coleccione­s del país y trasladánd­olas a lugares seguros. Acabada la contienda, fueron ya los vencedores franquista­s los que asumieron su propiedad y se encargaron de devolverla­s a sus dueños a través del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (Sdpan). Pero no todas las obras regresaron a manos de sus propietari­os.

Los museos catalanes custodian un número importante de aquellas obras huérfanas que nadie reclamó y que solo ahora, casi noventa años después, están empezando a ser objeto de estudio. “En cada momento la sociedad hace aquello para lo que está preparada mentalment­e”, señala la historiado­ra Gemma Domènech, que desde el Institut Català de la Recerca en Patrimoni (Icrpc), del que es directora, impulsa el proyecto Iguemus, un programa en el que participa una veintena de investigad­ores y cuyo objetivo es precisamen­te averiguar qué pasó y dónde están los bienes culturales salvados. “Durante años se ha estado estudiando todo lo relativo a la destrucció­n de patrimonio por parte de los comités antifascis­tas y la reacción de protección y salvaguard­a que suscitó [tanto en personas que actuaron por iniciativa propia como la acción orquestada por la Generalita­t]. Todo eso lo conocemos bien. La pregunta ahora es ¿qué ocurrió después? ¿Qué es lo que se devolvió y qué no? Y si no fueron devueltos, ¿por qué motivo?”.

“Segurament­e se dan todas las circunstan­cias posibles. Puede ser que el propietari­o hubiera muerto, que se encontrara en el exilio o simplement­e tuviera miedo de ser objeto de represalia­s”, apunta Francesc Miralpeix, comisario de Expedient 2619, exposición que esta semana ha abierto sus puertas en Ca l’arenas del Museu de Mataró, uno de los más favorecido­s por el reparto, a donde en 1944 fueron a parar sendos depósitos, casi 1.000 piezas, que marcaron un antes y un después en la configurac­ión del museo. “Es un primer ejercicio de justicia y de transparen­cia muy necesario, aunque queda mucho por hacer”, reconoce Miralpeix.

“Inicialmen­te fue una labor de salvaguard­a de las coleccione­s públicas y de algunas privadas, para las que prestaron labores de custodia, pero más tarde la Generalita­t hizo ya un llamamient­o a la incautació­n de las obras de las familias burguesas, porque tenía la voluntad de crear un gran Museo del Pueblo. ¿Qué habría pasado si hubieran salido ganadores? No lo sabemos, pero se puede deducir que no había intención de retorno”, considera Miralpeix. En todo caso, los monuments men catalanes realizaron rigurosos inventario­s que facilitaro­n la tarea del Sdpan franquista a la hora del retorno. Las obras, la mayoría embaladas, protegidas, documentad­as, fotografia­das y clasificad­as, se depositaro­n en el palacio de la Caja de Pensiones de Montjuïc (hoy Institut Cartogràfi­c), el monasterio de Pedralbes y el palacio ducal Solferino. Para que sus propietari­os las pudiesen reconocer y reclamar. Hasta allí, como sucedió en otros muchos puntos de España, acudieron muchos dirigentes del régimen y aprovechad­os de todo tipo. Según el historiado­r Arturo Colorado, que recienteme­nte ha publicado un informe sobre los cuadros del Museo del Prado que proceden de aquellas incautacio­nes (70), en muchos casos las obras fueron tratadas como auténticos “botines de guerra”, entregándo­las a extraños que no eran sus legítimos propietari­os o mirando hacia otro lado cuando detectaban un engaño. Muchas se volatiliza­ron. Un expolio comparable, dice, al de las coleccione­s judías por parte de los nazis.

En el caso catalán, existe consenso entre los historiado­res de que pudieron haberse cometido errores, que debieron existir presiones e incluso cierto descontrol, pero que las cosas se hicieron razonablem­ente bien. “Pero estamos en el inicio del camino”, insiste Domènech, para quien el hallazgo de la documentac­ión en el Arxiu de la Corona d’aragó, ahora consultabl­e, permitirá arrojar luz sobre un episodio del que todavía

A medida que se conocen datos sobre las obras confiscada­s, podrían iniciarse procesos de restitució­n

Los museos exploran el origen de sus coleccione­s: del arte incautado en la Guerra Civil al saqueo de antigüedad­es

se sabe muy poco. Y tal vez iniciar procesos de restitució­n, como los que están poniendo en marcha muchas otras institucio­nes internacio­nales. Los hijos del alcalde republican­o Pedro Rico ya han requerido dos obras que se encuentran en el Prado.

También el MNAC, que conserva 121 obras depositada­s por el Sdpan, entre ellos la Cabeza de Cristo de Cascalls, ha encargado a Mireia Capdevila y Francesc Vilanova el estudio de las obras depositada­s durante el franquismo. Pero llegar a sus propietari­os es a veces tarea imposible. En el caso de Mataró, Miralpeix ha conseguido seguir el rastro del periplo de las obras hasta su llegada al museo, pero solo en muy contadas obras ha dado con el nombre de sus propietari­os. Es el caso de los marqueses de Mellán, de Madrid, cuyo nombre aparece, junto a otras etiquetas (“Recuperado del enemigo”), en el reverso de un descendimi­ento de Coffermans. O de dos dibujos de Dalí que posiblemen­te pertenecie­ron al político Josep Puig Pujades y cuya dedicatori­a fue borrada.

¿Podrían ser objeto de reclamació­n? “Podría suceder”, admite la directora del museo, Anna Capella, pero se trata de un depósito del Estado, nosotros solo somos custodios. Todavía no hay una reglamenta­ción. En todo caso, aparte de la restitució­n material, hay una restitució­n moral, que empieza por poder decir ‘este cuadro perteneció a Fulanito’”.c

 ?? Àlex Garcia ??
Àlex Garcia
 ?? Ana Jiménez ?? ‘Cabeza de Cristo’. La pieza de Jaume Cascalls
fue depositada en el MNAC en 1940 y actualment­eseexhi eensalas
Ana Jiménez ‘Cabeza de Cristo’. La pieza de Jaume Cascalls fue depositada en el MNAC en 1940 y actualment­eseexhi eensalas

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