La Vanguardia

El país de la canasta

Lituania busca soluciones a su sequía de éxitos en el baloncesto, el orgullo nacional del país

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En la confluenci­a del río Nemunas con el río Neris, al oeste de Kaunas, emerge un enorme pulmón verde que da aire a la ciudad. Es el parque Santaka, donde destacan los restos de una fortificac­ión gótica del siglo XIV situada en un lugar estratégic­o que servía para proteger a los ciudadanos de ataques exteriores. En las enormes extensione­s de hierba de este acogedor parque llaman la atención las pequeñas máquinas que van cortando el césped sin necesidad de ayuda humana. Y un vistazo más cercano acaba de confirmar la pasión por el baloncesto que existe en Lituania. Las máquinas son verdes, lucen el escudo del Zalgiris, el equipo más importante del país, y están incluso firmadas por todos sus jugadores. Es algo inimaginab­le en cualquier otro lugar del mundo.

“Todo empezó en 1920, cuankaroli­s do Dineika publiel có primer reglamento del baloncesto lituano. Dos años más tarde, un 23 de abril, se disputó el primer partido en Lituania”, explica amablement­e a este diario Vydas Gedvilas, presidente de la Federación Lituana de Baloncesto (LKF). “Aunque el verdadero empujón llegó cuando la selección ganó los Europeos de 1937 y 1939 gracias a la llegada de varios jugadores norteameri­canos de origen lituano que enseñaron a los jugadores locales cómo jugar al baloncesto”, concreta.

En aquellos años, justo antes de la Segunda Guerra Mundial y de la posterior ocupación soviética del país, se gestó la base de lo que años más tarde convertirí­a al baloncesto como indiscutib­le motivo de orgullo nacional en Lituania. La figura clave fue Frank Lubin (Pranas Lubinas), campeón olímpico en Berlín 1936 con Estados Unidos, que viajó al país de sus padres para conducir a la selección a los títulos de 1937 y 1939, este último incluso como jugador y entrenador. Le apodan el abuelo del baloncesto lituano, y por supuesto ocupa un lugar de privilegio en la recién estrenada Casa del Baloncesto lituano, un museo situado precisamen­te en el parque Santaka.

Durante los cincuenta años de ocupación soviética, los mayores talentos lituanos eran captados por la URSS, así que cada pequeña victoria de un equipo lituano a cualquier nivel traspasaba el deporte. “El baloncesto era un arma silenciosa para luchar contra los ocupantes en las pistas. Era algo que hacía sentir unidos a los lituanos y nos permitía soñar con la independen­cia”, explica el presidente de la LKF. Lituania recuperarí­a la independen­cia en 1990 y apenas dos años después, en los Juegos de Barcelona, lograba subir al podio con la generación de Sabonis, Kurtinaiti­s, Homicius y Marciulion­is. “Recuerdo salir a la calle para celebrarlo. Ellos me empujaron a dedicarme al baloncesto, no había otra opción. Todos queríamos ser como ellos”, repite por vía telefónica Linas Kleiza (38), miembro de la última generación de oro del baloncesto lituano, que militó nueve temporadas en la NBA.

El éxito de Barcelona se reafirmó en los años posteriore­s con Lituania convertida en una habitual en los podios internacio­nales con tres medallas olímpicas, una mundial y cinco continenta­les, incluyendo el oro en 2003 con Jasikevici­us y Macijauska­s al mando. Unos éxitos a los que se sumó el Zalgiris Kaunas conquistan­do la Euroliga de 1999.

Esta catatarata de logros se frenó de golpe en 2015, la última ocasión en la que Lituania se subió a un podio. “Todos aquellos años de alegrías tuvieron, obviamente, un efecto muy positivo pero también un lado negativo. Todo el mundo dio por hecho que seríamos buenos en baloncesto hiciéramos lo que hiciéramos, y se empezó a prestar menos atención a la base, al modelo. Es algo que debemos recuperar y creo que los que mandan se han dado cuenta, porque todos los países han mejorado mucho”, incide Kleiza con un discurso directo y diáfano. “Esta sequía de medallas afecta a las nuevas generacion­es porque los jóvenes necesitan inspiració­n para querer jugar a baloncesto como la tuve yo con la generación de Sabonis y compañía”, clama el de Kaunas.

El fútbol ha aprovechad­o la circunstan­cia y se ha convertido en el deporte más popular entre los niños. “Es un problema para el baloncesto porque si seguimos así nos convertire­mos en un país mediocre a nivel deportivo, nunca seremos buenos en fútbol”, lamenta Kleiza, optimista a pesar de todo con la mejoría del baloncesto en su país. El país de la canasta.c

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Zalgi is Antes de los partidos del Zalgiris Kaunas, la afición canta el himno lituano en el Zalgirio Arena

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