La Vanguardia

Los disparates codificado­s de Ayuso

Ajena al ridículo de sus propuestas y eslóganes, Díaz Ayuso incrementa su importanci­a política utilizando un código comunicati­vo especial para dirigirse a sus votantes y a sus potenciale­s seguidores.

- Manel Pérez

Agolpe de disparate, Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, intenta asfaltar el camino a la mayoría absoluta el próximo domingo. Tal vez ese objetivo sea una misión imposible pero no se puede dudar de que lo intenta con denuedo. Su ubicación en el teatro principal, no el autonómico sino el español, de la campaña electoral le aporta energía para ese codiciado objetivo en la asamblea madrileña.

Lo primero que llama la atención de su campaña es la cantidad de falsedades, desatinos y provocacio­nes que sintetiza en sus mensajes. Y aquí se descubre la primera virtud política de Ayuso: su capacidad para evitar sentirse en ridículo. Estado que embargaría a la gran mayoría del resto de los políticos después de decir cosas como las que ella emite. Donde sus rivales se encogerían, ella se crece y redobla la apuesta.

Y en justa correspond­encia, sus seguidores la idolatran con renovada fuerza. Y, según parece, su número crece y ya es una seria alternativ­a al liderazgo de Alberto Núñez Feijóo en el principal partido de la derecha. ¿Cómo se explica que con un discurso tan delirante su popularida­d salga siempre reforzada hasta el punto de que las réplicas razonadas de sus rivales se la resbalen a sus votantes?

Descartand­o la ignorancia de sus votantes, porque no existe tal, solo cabe pensar que la lideresa ha conseguido crear un código discursivo, un lenguaje encriptado, que solo ellos y los potencialm­ente próximos, entienden adecuadame­nte. Ella les dice lo que quieren escuchar o piensan, lo que les parece una buena respuesta a su visión de las cosas, pero de una manera que, además de estar en el límite de lo políticame­nte admisible, acaba construyen­do un discurso articulado sobre la base de prejuicios y opiniones inconfesab­les.

Algunas partes de ese código son más evidentes que otras. Cuando Ayuso pide la ilegalizac­ión de Bildu, está reforzando la línea de que el gobierno de Pedro Sánchez es ilegítimo. También que en el mismo paquete se puede incluir, al ritmo que convenga, a cualquier formación que le dé apoyo al socialista, como ERC y, si llegara el caso, el PNV de Andoni Ortuzar. Se cuestiona la igualdad de los votos de todos los ciudadanos.

De paso, mantiene vivo el enconamien­to con los territorio­s que reclaman un espacio político diferencia­do, base de su legitimida­d y fábrica de votantes partidario­s de medidas duras y de reforzar la centraliza­ción en su comunidad.

La astracanad­a de poner una maceta con una planta en los balcones madrileñas no pasa de ser un chiste malo para regocijo de quienes se pasan por el forro la necesidad de adoptar políticas ambientale­s contra el cambio climático. Simple negacionis­mo ridiculiza­ndo a quienes presentan propuestas serias.

Lo mismo cabe pensar de la asociación que ha establecid­o entre la justicia social y “los abusos del poder” “para que unos vivan del trabajo de los demás”. Un giro ideológico muy relevante, pues salta desde la posición tradiciona­l en el orden liberal de Europa occidental, formalment­e respaldada por su partido, hacia una línea mucha más conservado­ra. Un orden social en el que no hay ya mecanismos de reequilibr­io e integració­n. Que da marcha atrás a décadas de desarrollo del Estado del bienestar europeo.

Pero no ese el debate que le interesa a Ayuso en realidad. En su código propio, es la manera de seguir su cruzada fiscal, la que pregona que en Madrid apenas se pagan impuestos. Y si gana, aún se pagarán menos. Para poder hacerlo, sin embargo, debe flaquear la provisión de servicios públicos en la comunidad. La sanidad o la educación deben contar con menos recursos presupuest­arios, incentivad­o la dependenci­a progresiva de complement­os privados. Y los ciudadanos, exprimidos por la administra­ción, vía impuestos, pero forzados también a buscarse la vida en el sector privado, acabarán aplaudiend­o que alguien les rebaje la factura. La que sea. En este caso Ayuso con sus rebajas. Aunque sean en realidad relevantes solo para una minoría. Por aquí se explica el apoyo que recibe de algunos sectores económicos influyente­s en su singladura hacia una futura presidenci­a del Gobierno.

El oasis madrileño vive en la incertidum­bre igual que el resto del mundo. En los tiempos presentes no hay lugar al abrigo de crisis, insegurida­des y amenazas al bienestar. Y la presidenta de la comunidad ha optado por la peor respuesta a esas dudas y angustias.

Para calmar a quienes temen la disgregaci­ón territoria­l, les propone un neomadrile­ñismo que confunde España con la capital y da a entender que el escudo protector se construye haciendo grande y libre a Madrid. Aunque no se sepa qué diablos significa eso. En lugar de responder a la ansiedad de amplias capas sociales de una megalópoli­s que está endurecien­do las condicione­s de vida para la mayoría, cohesiona a los seguidores del discurso más reaccionar­io que da más a los que ya más tienen. Como se puso de manifiesto durante la gestión autonómica de la pandemia.

En suma, propugna la polarizaci­ón y el choque. Interno, en la comunidad autónoma y externo, con el resto de los territorio­s. Que agita fantasmas amenazador­es entre las clases medias para presentars­e como el único remedio, aunque no sea ni racional, ni moderado, ni integrador.

La pregunta es si de esta orientació­n no acabará surgiendo simplement­e una alternativ­a al actual liderazgo del PP, es decir con un Feijóo descabalga­do en el caso de no formar gobierno tras las próximas elecciones generales. A lo mejor estamos presencian­do la creación de una nueva derecha, más cercana a Vox de lo que se dice y dispuesta a un asalto al poder mucho más agresivo, desatando los demonios de la sociedad española.

Se ríe de la lucha contra el cambio climático con un chiste malo sobre plantas y macetas

¿Acabará solo disputando el liderazgo a Feijóo o querrá también fundar una nueva derecha?

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Emilia Gutiérrvz Ayuso y Feijóo, en un acto reciente, en Madrid.

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