La Vanguardia

El racismo que nos rodea

- Jordi Juan Director

Hay que confiar en que la civilizaci­ón progresa adecuadame­nte hacia un mundo mejor, con más respeto y más valores, aunque hay veces que hechos aislados lo pongan todo en duda. Pero estos episodios pueden acabar actuando como catarsis y ojalá sean un antídoto contra la incultura y el incivismo. Vale esta reflexión por lo acontecido en València en el partido de fútbol del pasado domingo que tuvo como protagonis­ta al jugador del Real Madrid Vinícius. Ahora no se trata de culpar a toda la afición valenciani­sta, porque los gritos racistas contra jugadores por el color de su piel son algo habitual en la mayoría de los estadios. Y no solo son patrimonio de España, como nos cuentan hoy nuestros correspons­ales en Alemania, Inglaterra, Francia o Italia. El problema es que en estos países se lleva tiempo actuando con más rigor y contundenc­ia contra estos comportami­entos racistas en los campos de fútbol de lo que sucede en España.

El escándalo suscitado el domingo en València debe servir para que la Liga de Fútbol y la Real Federación Española de Fútbol actualicen sus protocolos para que estas situacione­s sean cortadas de raíz. Pero no son los únicos culpables. Los clubs también deben tomar buena nota de ello y erradicar de sus estadios a todos los aficionado­s que demuestren una actitud xenófoba. Y, también, vale la pena hacer autocrític­a en los propios medios de comunicaci­ón y prestar más atención a estos sucesos cuando se repiten. Tomárselo a broma, minusvalor­ar el problema con el argumento de que son una minoría o primar las antipatías que puede despertar cualquier jugador antes que los insultos que recibe son prácticas que hemos visto o escuchado en algunas crónicas o retransmis­iones futbolísti­cas. No. Estamos ante un caso que merece tolerancia cero y debería de haber un antes y un después de Vinícius.

Las actitudes racistas en España son una realidad aunque no gusten y no se quieran reconocer. Reconforta­ría pensar que es una minoría, pero no es cierto. Y la respuesta no puede ser el silencio y la complacenc­ia. El racismo debe abandonar los campos de fútbol, como también todos los espacios donde hoy sigue desgraciad­amente presente.

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