La Vanguardia

Los muertos vip de Windsor

El palacio de Buckingham se niega a devolver a Etiopía los restos de un príncipe

- Rafael Ramos Windsor. Correspons­al

La práctica se ha vuelto habitual con la llegada de Amazon y el boom de las ventas por internet, pero hace ya décadas que en EE.UU., país del hiperconsu­mo, era habitual comprar ropa u objetos, usarlos una o dos veces y devolverlo­s como si tal cosa. Para mantener clientes, raros son los vendedores que hacen preguntas o no devuelven el dinero. Parecería poco ético, pero forma parte del juego.

Los británicos son la antítesis. Aquí no se devuelve nada. Ni los frisos del Partenón, ni las joyas y tesoros expoliados durante el colonialis­mo. Ni siquiera los restos del príncipe etíope Alemayehu, de triste y breve vida, cuyo cuerpo está enterrado en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor. Junto a vecinos de lujo como la reina Isabel, su marido el duque Felipe de Edimburgo, su hermana Margarita, sus padres, abuelos y hasta diez monarcas ingleses, entre ellos

Enrique VIII.

Esa es la razón que alega el palacio de Buckingham para negar a Etiopía la entrega del príncipe, negro, traído al Reino

Unido en el siglo

XIX, a instancias de la reina Victoria, cuando solo tenía siete años: no molestar a los muertos que yacen en las catacumbas del castillo, “porque es muy improbable que fuera posible la exhumación del cuerpo sin perturbar el descanso y alterar la dignidad de quienes están enterrados a su lado”, auténticos vip del Reino Unido. Si se tratara de cadáveres comunes y corrientes, de un cementerio de tres al cuarto, otro gallo cantaría.

El caso de Alemayehu tiene impronta colonial por todos los lados. En 1862, su padre, el emperador Teodoro II, buscó una alianza con Gran Bretaña para hacer frente a sus enemigos, pero la reina Victoria, en un ejercicio de prepotenci­a imperial,

Alemayehu fue traído de niño al Reino Unido, junto a tesoros expoliados por una fuerza expedicion­aria

ni siquiera se molestó en contestar a sus misivas. Ni corto ni perezoso, enfadado por el silencio, tomó rehenes a un puñado de europeos, entre ellos el cónsul de este país y un funcionari­o del Museo Británico. A esa ofensa sí que reaccionó Londres, que envió a trece mil soldados, que tomaron en pocas horas la fortaleza de Magdala, en el norte de Etiopía.

La fuerza expedicion­aria aprovechó para saquear miles de artefactos culturales y religiosos, coronas de oro, manuscrito­s, collares y vestidos, repartidos hoy por museos y coleccione­s privadas de todo el país, para lo cual los invasores necesitaro­n decenas de elefantes y cientos de mulas. Teodoro optó por suicidarse y convertirs­e en mártir, figura heroica entre su pueblo. Y los británicos se llevaron de vuelta a casa, junto con los tesoros, a su viuda, Tirurork Wube, y al pequeño Alemayehu, aduciendo que era para “mantenerlo­s a salvo y evitar que fueran capturados y asesinados por los enemigos políticos del emperador”.

Tras su llegada al Reino Unido, la condición de huérfano del príncipe tocó una fibra sensible en el corazón de la reina Victoria, que lo invitó a pasar las vacaciones en su residencia de la isla de Wight, le cogió cariño, lo apoyó económicam­ente y lo puso bajo la tutela del capitán que lo había acompañado en el viaje desde Etiopía (difícil negarse tratándose de una petición expresa de la monarca). Con él viajó a India y a otros confines del imperio, pero ello no le hizo feliz, como tampoco los estudios en un exclusivo colegio privado, o el ingreso más tarde en la academia militar de Sandhurst. Añoraba su país y lo que quería era regresar a casa, entre su gente.

Nunca pudo cumplir ese anhelo. Con tan solo dieciocho años, cuando vivía con una familia en Leeds, cayó enfermo de neumonía y rechazó el tratamient­o por creer que estaba siendo envenenado (no hay pruebas ni en un sentido ni en otro). Su muerte fue noticia en la prensa nacional y cuentan que la reina Victoria se entristeci­ó profundame­nte, y hasta derramó alguna lágrima. “El pobrecillo –dijo– ha fallecido solo, en un país extraño, sin ningún pariente o ser querido a su lado. No ha tenido una vida feliz, con dificultad­es de todo tipo, creyendo que la gente lo miraba con curiosidad por el color de su piel”. Compadecid­a, dispuso que fuera enterrado con honores en el castillo de Windsor.

Pero ese gesto también se ha vuelto en contra del desgraciad­o Alemayehu, porque Isabel II primero, y ahora Carlos III, han negado la solicitud del gobierno etíope de devolver los restos. Los vecinos de tumba son demasiado vip para perturbar su sueño. Aquí no se devuelve nada.

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J l M rg re C meron / Ge y

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