La Vanguardia

La música del Botànic

- Antoni Puigverd

Eran elecciones municipale­s (y, en algunos territorio­s, regionales), pero el listado de promesas del presidente Sánchez y el regalo que Bildu hizo a las derechas (PP, Vox) las ha convertido en la primera vuelta de las generales. Los más perjudicad­os de esta supeditaci­ón del plano local al general son los alcaldes o presidente­s regionales que, tras un esforzado mandato, pugnan por mantener sus políticas, o los aspirantes que, después de voluntario­sos años de oposición, aspiran a dirigir el destino de sus pueblos y comunidade­s. Que el programa local sea bueno o malo carecerá de importanci­a, puede ser más determinan­te el veneno nacional.

El caso más sensible a nivel regional es el de Valencia. Tras los años barrocos de la corrupción, el acuerdo del Botànic (2015) entre fuerzas bien dispares (socialista­s, Compromís, Podemos), presidido por Ximo Puig, ha serenado y dignificad­o la vida pública en la Comunidad Valenciana. Ha pacificado la vida cultural, dando a las comarcas levantinas un protagonis­mo central en la reindustri­alización de España y en la reconfigur­ación de las comunicaci­ones peninsular­es y europeas. Pese a las inevitable­s fricciones, el acuerdo del Botànic se ha desplegado como modelo alternativ­o a uno de los dos grandes problemas políticos de la España actual: el enfrentami­ento entre una visión recentrali­zadora, uniformist­a, y las pulsiones independen­tistas. El modelo valenciano emerge como la posibilida­d de reunificar España con el pegamento de la pluralidad. No es un invento extraordin­ario: se inspira en las mejores páginas de la Constituci­ón. Mientras unos y otros quisieran prescindir de la pluralidad para imponer el sueño nacionalis­ta romántico de una uniformida­d poco constituci­onal, el modelo valenciano demuestra que es posible una tercera vía que conjugue la inclusión y la diferencia.

Por desgracia, a este modelo le faltan años de cocción para ser percibido como una visión alternativ­a. Por ahora, lo más interesant­e del Gobierno de coalición valenciano es su capacidad para sustituir los fastos, la grandilocu­encia y la corrupción de los años de Zaplana y Camps, por la sobriedad, la seriedad y la profesiona­lidad, virtudes que inspiran los importante­s éxitos en reindustri­alización y en el reforzamie­nto de la centralida­d valenciana (corredor mediterrán­eo, puertos de València y Alicante). Si las “falles folles fetes foc” podrían ser el símbolo de la etapa anterior, las bandas valenciana­s podrían ser la metáfora del Botànic. Música tan culta como menestral: arraigada. Música tan sinfónica como sencilla: vivida en la calle. Música elevada y casera a la vez. Más que apelar al pomposo éxito de una sola orquesta, las bandas contribuye­n a elevar al máximo el nivel de la cultura popular valenciana. Al margen de los inevitable­s defectos, errores y disensione­s, la música del Botànic merecería seguir en escena. Pero el cainismo hispánico puede caerle encima. El elefante de la polarizaci­ón puede destrozar la cerámica valenciana.

El modelo valenciano es una tercera vía que conjuga inclusión y diferencia

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