La campaña y la abstención

Se calcula que dedicaremos unos cuatro meses de nuestra vida a decidir qué ver en las plataformas digitales. Hay tanta oferta que puede resultar desesperante. Finalmente te decides por una película. Empieza, y la abandonas al cabo de unos minutos porque te aburre; no quieres perder más tiempo ni perderte alternativas. Vuelves al menú de inicio. Quizá si tuvieras que pagar cada vez, como en el cine, aguantarías más o te informarías mejor antes de elegir, o harías otra cosa. Lo cual no implica que vayas a acertar, pero tal vez te responsabilizarías de tu opción.

Cuanto menos valoremos las consecuencias de nuestras decisiones, menos importancia daremos a la posibilidad de decidir. Y cuantas más decisiones nimias debamos tomar sin que cambien nuestro día a día, mayor será el agotamiento y la sensación de que tanto da. ¿Pedimos pizza o sushi? ¿Cuelgo la foto en Instagram o en Twitter? O me dejo enganchar por Tiktok, un bombardeo de ideas aparentemente inocuas que perforan el intelecto, la iniciativa y la autoestima.

Si a esto se añade el descrédito de la clase política, las tradicionales promesas electorales incumplidas, la erosión de la confianza, campañas vacías y tediosas que no se sabe a quién van dirigidas, y la exigencia de resultados inmediatos, da la impresión de que ir a votar es un teatro para seguir manteniendo a los mantenidos, que no tienen ningún interés en la realidad y la ignoran. Pura ficción. Es lo que se desprende del mensaje de varios influencers que animan a la abstención.

Para los analógicos creyentes de la transición, el desprecio por la democracia es una herejía, advierten de que así es como el Mal tomará el poder. Pero los principales responsables de cuidar y darle sentido deberían ser sus representantes, que parecen limitarse a tratarla con la frivolidad de una plataforma digital, donde lo peor que puede pasar es volver a la página de inicio.

Los políticos parecen limitarse a tratar la democracia con frivolidad