Kiliçdaroglu conserva el apoyo kurdo, a pesar de su pacto con la ultraderecha
arreciado las voces a favor del retorno de los 3,7 millones de refugiados sirios en Turquía. Las privaciones de millones de turcos tras el terremoto han agudizado la presión.
Aksaray, en Estambul, es uno de esos barrios “que ya no parecen turcos”. Aunque a muchos sirios y afganos ni siquiera les ven porque están trabajando en sótanos textiles de otros barrios periféricos como Bagcilar.
Hay mucha población flotante, a la espera de que alguna mafia les pase a Europa. Sirios, afganos, subsaharianos, magrebíes y cada vez más iraquíes.
A pocos pasos de una barbería somalí, un puesto en la acera vende pares de zapatos usados. La “tercermundización” del distrito histórico de Fatih, que es también una reislamización, se extiende a zonas limítrofes. Este no es el tipo de cosmopolitismo –el restaurante indonesio cierra los viernes– que esperaban muchos de los jóvenes de clase media. Estos están migrando a barrios más tolerantes de la orilla asiática, cuando no pueden hacerlo a Occidente.
“O cerramos las puertas al infierno o abrimos una nueva fase de lucha en una Turquía más oscura, con más opresión, pobreza y dolor”, confiesa a La Vanguardia el escritor Burhan Sönmez, a la postre presidente del Pen Internacional.
En un puesto del CHP, Duygu, una cocinera que nació el año en que Erdogan subió al poder y que votará por primera vez, culpa a este “de la injusticia y la división”. De fondo suena la machacona canción de campaña del AKP: “Es la voz de los oprimidos, la voz libre del mundo sin voz, Reeecep Tayyip Erdogan, la pesadilla de los tiranos, Reeecep Tayip Erdogan”.
“Es un hombre fuerte”, resume mientras se agita Beyda, velada, hermosa y criada en Alemania. En contraste, el Vakifbank acaba de proclamarse campeón de Europa contra otro equipo de voleibolistas turcas en pantalón corto.
Una turista, Valerie, aporta perspectiva: “Esta animación y esta convivencia de extremos en Francia es ya imposible”.c