La Vanguardia

Ciudad de terrazas y congresos

La pérdida de la industria en los años setenta obligó a repensar las grandes ciudades americanas. La digitaliza­ción es hoy el motor de una nueva metamorfos­is. La turística Barcelona observa esos cambios de reojo.

- Ramon Aymerich

El turismo ha vuelto a la ciudad. No hay cifras exactas. Pero según los expertos, la afluencia de turistas está prácticame­nte en los niveles previos a los años de la pandemia si no por encima de ellos (y a pesar de unos precios más elevados). Es 1 de mayo. Hace un día espléndido en Barcelona y caminar desde la plaza de la Catedral hasta el Eixample significa hacerlo al ritmo que permite la marea, como cualquier otro guiri.

Llegados a la calle Consell de Cent con rambla Catalunya, nos piden por favor que avancemos pegados a la pared. Las cámaras siguen a la alcaldesa en charla animada con dos vecinos. Ada Colau está rodando un vídeo de campaña y lo hace en un espacio distintivo de su mandato: la supermanza­na de Consell de Cent.

En esta zona, hace diez años, había mucho tráfico. Los vecinos aparcaban en la calle y el local más concurrido era un colmado de pakistaníe­s. Solo había un restaurant­e. Hoy hay cuatro y hay previstos dos más. La zona, según la nueva terminolog­ía urbanístic­a, ha sido “pacificada”.

“Pacificar” es restringir o eliminar el tráfico de vehículos, ganar espacio verde y dar más cancha a los peatones. “Pacificar” tiene efectos colaterale­s. Dispara los alquileres y las rentas de los comercios, causantes de la gentrifica­ción (cuando los vecinos con más dinero que acaban de llegar desplazan a los más pobres). También favorece la actividad nocturna. Cuando la supermanza­na esté terminada, dará continuida­d a la parte baja de Enric Granados, área de terrazas muy frecuentad­a por turistas, expatriado­s y jóvenes locales.

Edward Glaeser y Carlo Ratti acaban de proponer un nuevo modelo de ciudad para Nueva York (The New York Times, 10 de mayo). Lo llaman playground city. Razonan que los alcaldes deben pensar más en el placer de sus ciudadanos y estar menos pendientes de la productivi­dad. Si el talento no pisa la ciudad porque ha sido abducido por internet y Netflix, las autoridade­s deben llenar la calle de bares, restaurant­es, biblioteca­s, teatros, mercadillo­s, colmados y tiendas pop-up.

Nueva York es la ciudad de las metamorfos­is. En los setenta entró en depresión al perder la industria manufactur­era. Lo solucionó con la industria del conocimien­to y las finanzas. Aquellos cambios fueron importante­s para Barcelona, también descolocad­a por la pérdida de la industria tradiciona­l. Pasqual Maragall vivía entonces en Baltimore y tomó nota de todo aquello. La Barcelona postolímpi­ca es en parte hija de aquella visión. Pero al no poder aspirar a capital financiera, encontró el recambio en el turismo.

La transforma­ción actual tiene que ver con la digitaliza­ción. Y el catalizado­r es el gran número de oficinas vacías que ha dejado la pandemia. Los economista­s comparan esas ciudades con un donut. En el centro, los de Nueva York, San Francisco o Chicago, están las oficinas vacías. En la periferia, los residentes.

El efecto donut se combate con un centro bien comunicado con una periferia próxima, ya sea en transporte público o privado y en un tiempo razonable. La segunda receta es cambiar ese centro. Convertir los edificios de oficinas en viviendas. Hacer las calles más atractivas con más oferta cultural y recreativa.

Glaeser y Ratti, economista el primero y arquitecto el segundo, son habituales del urbanismo global. El primero conoce las supermanza­nas de Barcelona. La playground city de la que hablan se parece a proyectos urbanístic­os anteriores (consumer city). La diferencia es que ahora se da por hecho que el teletrabaj­o (en su versión absoluta o híbrida) se quedará.

Es interesant­e comparar Barcelona con las preocupaci­ones americanas. La capital catalana no tiene problemas para que la gente vaya al centro. No los tenía. Pero la falta de mantenimie­nto en Rodalies de Renfe complica mucho las cosas. La restricció­n al coche quizás también.

Barcelona no sufre del efecto donut. Tiene oficinas vacías, pero lejos del centro. Fueron pensadas para albergar empresas tecnológic­as, las que más practican el teletrabaj­o. Pero es difícil transforma­rlas en viviendas: la legislació­n obliga a reservar un 30% de las promocione­s a vivienda social (para la población low cost que atiende al turismo o para los jóvenes, que se van). Resultado: los promotores no se mueven. Como las grandes ciudades americanas, Barcelona tiene un grave

Los alcaldes de las grandes ciudades se hacen todos la misma pregunta: qué hacer con tantas oficinas

problema de vivienda, pero es más difícil de solucionar aquí. La ciudad es ya demasiado pequeña para ello.

Barcelona no tiene problemas para llenar el centro. Tiene los turistas que quiere (y los que no quiere). Es un destino ideal para los “nómadas digitales”, los expatriado­s que habitan cada vez más barrios.

Finalmente, la gran paradoja. El Eixample de Barcelona se acerca cada día más al ideal de la playground city de Glaeser y Ratti. La “pacificaci­ón” barcelones­a, nacida de una visión “alternativ­a” de la ciudad, converge con los modelos del capitalism­o global. Con efectos contrarios a los pretendido­s: más turismo y más desigualda­d en los barrios en los que actúa.

La Barcelona olímpica de Maragall no obtuvo en su día un consenso absoluto. Hubo contestaci­ón y nostalgia por la ciudad preolímpic­a, sobre todo en el mundo de la cultura. Hoy se ha idealizado.

Las supermanza­nas de Colau nacen con un apoyo más exiguo. El tiempo dirá si son un acierto o acelerarán las tendencias en marcha (más turismo, gentrifica­ción). Sabremos si Barcelona es la ciudad global de los milagros. A la que todos quieren ir. La que compagina hostels con nómadas digitales, congresos con vivienda social.

La gentrifica­ción puede ser la otra cara de las políticas de ‘pacificaci­ón’ urbana de Barcelona

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Europa Press News e Getty Terraza en una calle del centro de Barcelona
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