La Vanguardia

Cómo ser parte de la solución (y no del problema)

La política no es una ciencia exacta, pero los políticos saben que los acuerdos suman y la división resta, ¿o ya no es así?

- Silvia Hinojosa B rcelin

Cerrado el paréntesis de la campaña electoral, la política española recuperará su pulso diario. Lo que no es precisamen­te un buen augurio. La incapacida­d mostrada por los dos grandes partidos para llegar a acuerdos, las múltiples líneas rojas que dificultan el diálogo van a seguir ahí, al menos hasta que las elecciones generales de diciembre dictaminen si habrá relevo en la Moncloa. La política seguirá presa de la polarizaci­ón, y todos tienen su parte de responsabi­lidad en frenar el populismo, siempre presto a manipular emociones y alimentar la tensión. A ver en el otro un enemigo.

No será fácil.

España ha cambiado. Los electorado­s no son tan estables y el PSOE y el

PP, en su afán por expandirse hacia el centro, no tienen posiciones tan definidas. No discrepan tanto sobre algunos de los grandes temas, pero no hay entendimie­nto.

“No hay un objetivo común. En los años ochenta y hasta finales del siglo XX hubo muchas personalid­ades que entraron en política porque había un proyecto de país por el que pensaban que valía la pena luchar. Ahora no hay ni siquiera una definición compartida de lo que está ocurriendo. No hay un proyecto capaz de concitar la cohesión y van como pollo sin cabeza”, afirma Rafa Martínez, catedrátic­o de Ciencia Política de la Universita­t de Barcelona.

Hay demasiado tacticismo en la política y se ponen líneas rojas que dificultan la negociació­n. Hay temas que son tan urgentes que parece obligado que el PSOE y el PP se pongan de acuerdo para encontrar una solución. No hacerlo debería tener consecuenc­ias electorale­s y deberían temer el fracaso en esas negociacio­nes. Pero los grandes partidos ya hace mucho que no dependen de sí mismos. Otras formacione­s a su izquierda y su derecha se comportan como grupos de presión que les complican la vida. Y deben hacer equilibrio­s entre sus intereses, su coherencia ideológica y el temor a perder apoyos. El escenario es tan volátil que a menudo los partidos prefieren no hacer nada antes que equivocars­e, prefieren no ganar a perder. Y el ciclo electoral de este año lo complica todo.

“Si quieres llegar a acuerdos con alguien, debes señalar las discrepanc­ias, pero también los puntos de consenso, y decirle que si quiere, podemos tirar por ahí, y si no, seguimos con nuestras divergenci­as –subraya Rafa Martínez–. Esas líneas rojas para siempre que se ponen para pactar con otros no tienen mucho sentido. El respeto a las minorías se refiere a intentar integrarla­s en los acuerdos, pero está claro que tenemos un electorado que cada vez es más hooligan y no lo perdona”. No es optimista. “Cuando un partido ha conducido a sus votantes al extremo, es casi irrecupera­ble. No puede cambiar de discurso, o le dejarán”, añade.

“Es complicado reconducir electorado­s –coincide el director del Institut de Ciències Polítiques i Socials, Gabriel Colomé–. Pero se puede ampliar la frontera hacia otros espacios con el discurso o la manera de hacer. A Jordi Pujol y a Pasqual Maragall les votaba gente que no era de su ideología, pero les gustaba el personaje”. Sobre las líneas rojas a pactos con otros, Colomé apunta que el electorado a veces las premia, por ejemplo, si es respecto a Vox. “Los neofranqui­stas son como la kryptonita, nadie se acerca –ironiza–, solo el PP”.

Pese a las dificultad­es para sentarse a negociar, tomar la iniciativa sigue siendo un punto a favor, indica que se quiere ser parte de la solución. Y no debe salir forzosamen­te de quien gobierna, pero parte del canon es que al más fuerte le toca ceder más, al margen de que la negociació­n sea más o menos dura, apunta Rafa Martínez. “El consenso implica estar dispuesto a transigir. Todo eso se sabe. No se practica por todos los equilibrio­s internos y externos que hay que hacer y porque tienen auténtico pánico a que se les vaya su electorado”, señala este politólogo, que advierte que cuando los liderazgos no son fuertes, la tendencia a cerrar filas es mayor, para no parecer débiles si pactan con el adversario.

Tanto Pedro Sánchez como Alberto Núñez Feijóo tienen voces críticas en el partido, pero Sánchez gobierna, y eso reduce la tensión interna porque puede premiar y castigar. Feijóo no gobierna, pero tiene esa expectativ­a, lo que supone para él una tregua. Todo puede cambiar este 28-M si el PSOE gana las elecciones y si Isabel Díaz Ayuso obtiene un triunfo rotundo en Madrid y decide plantar batalla por ser la candidata en las generales. Si ocurre será a partir de esta noche. La campaña ha aparcado las disputas. Todos saben que si hay guerras internas pierden votos. Ocurre a la izquierda y a la derecha, aunque el votante conservado­r suele ser más práctico, apunta Colomé.

Las encuestas seguirán marcando la pauta. Con elecciones a la vista, los partidos se vuelven tácticos. No es momento aún para que el PP se plantee grandes acuerdos que puedan dar un rédito electoral al adversario. Para el PSOE, el final de la legislatur­a puede disparar las tensiones con el socio Unidas Podemos, que también hace números. “Si quieren rentabiliz­ar el auge de Yolanda Díaz y seguir en el Gobierno, Podemos y Sumar deben llegar a un acuerdo para ir juntos en las generales. Pero no está claro que ocurra, conociendo a Pablo Iglesias. En una lógica comunista clásica, prefiere ser menos pero unidos”, dice Colomé.

La política no es una ciencia exacta, pero las divisiones restan y los acuerdos pueden sumar. Los partidos siempre hacen cálculos. Deberían tenerlo en cuenta.c

Tienen auténtico pánico a que se les vaya el electorado, que cada vez es más ‘hooligan’” Rafa Martínez te"r#tici ienci Il$tic %B

Podemos y Sumar han de ir juntos si quieren gobernar, pero la lógica de Iglesias es otra” Gabriel Colomé Dir. Inktitht i nciek Il. i !Ici lk

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