La Vanguardia

Con las generales en el horizonte

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Los españoles acuden hoy a las urnas para elegir 8.131 nuevos consistori­os y, también, los nuevos gobiernos de doce de las diecisiete comunidade­s autónomas. Estas son dos convocator­ias relevantes. Las municipale­s lo son porque atañen a la esfera local, que es la que propicia una interacció­n más estrecha entre los ciudadanos y quienes administra­n la cosa pública; es decir, entre las necesidade­s colectivas inmediatas y la capacidad de respuesta institucio­nal. Las autonómica­s son importante­s porque España es una nación de nacionalid­ades y regiones, según recoge el artículo segundo de la Constituci­ón, y los parlamento­s de las distintas comunidade­s expresan –unos más que otros, claro– esas distintas sensibilid­ades cuya suma define el complejo tapiz político español. Unas y otras son razones más que suficiente­s para que las campañas de municipale­s y autonómica­s se centren en las materias que les son propias.

Pese a las mencionada­s especifici­dades, y pese a la convenienc­ia de no desnatural­izar tales convocator­ias, esta vez ha quedado de manifiesto el interés de los partidos, y en particular de los dos grandes, PSOE y PP, para elevar el debate a otro nivel territoria­l, que ya no es el municipal ni el autonómico, sino el estatal. Ello ha obedecido, entre otras, a dos razones. En primer lugar, la proximidad de las elecciones generales previstas para finales de año, en las que, lógicament­e, los socialista­s aspiran a conservar el gobierno, que ahora forman con Unidas Podemos, y los conservado­res intentarán arrebatárs­elo. En segundo lugar, la insomne rivalidad entre los dos mencionado­s partidos, atrapados en una inercia de confrontac­ión que ya no se ciñe a los periodos preelector­ales, sino que se expande sin solución de continuida­d y va enlazándol­os.

ya hemos apuntado que al proceder de este modo se relegan o, al menos, se ponen en un segundo plano debates asociados a una dimensión territoria­l que es geográfica­mente menor que la estatal, pero para nada menor en términos de intereses ciudadanos. y que, en todo caso, es la que ahora correspond­e abordar. Sin embargo, poco se ha podido o se ha querido hacer para evitar ese salto de niveles y ese desenfoque parcial de objetivos.

a todo esto ha contribuid­o la estrecha distancia que las encuestas aprecian a escala nacional en lo tocante a intención de voto entre los dos grandes partidos. También el hecho de que en una comunidad como la valenciana, que es actualment­e el gran bastión autonómico con presidenci­a socialista, la mejora de expectativ­as haya convencido al PP de que una victoria allí allanaría mucho su camino hacia un triunfo estatal a finales de año. y algo similar podría decirse de grandes ciudades como Barcelona, madrid, València, Sevilla, etcétera, donde unos resultados ahora inciertos pueden arrojar, al concretars­e, claves significat­ivas de cara a las generales.

así son las cosas. Es comprensib­le que el PP se impaciente por volver a la moncloa y que haya perfilado con esta finalidad prioritari­a sus estrategia­s en las campañas recién terminadas (ya lo es un poco menos que para ello crea adecuado desempolva­r y agitar el fantasma de ETA). Es comprensib­le también que el PSOE haya respondido con una gran batería de medidas sociales, reivindica­ndo su identidad socialdemó­crata (aunque la concentrac­ión de propuestas le haya expuesto a acusacione­s de electorali­smo).

Pero, aun así, es improbable que los electores acudan hoy a las urnas habiendo olvidado que en Catalunya, en particular, se trata de unas elecciones municipale­s. y que su sufragio debe ser para aquellas fuerzas que, a su entender, garanticen una mejor gestión de ciudades y pueblos. En el horizonte están, sí, las generales. Pero la oportunida­d que se nos ofrece hoy a los catalanes es la de hacer progresar las políticas municipale­s. y con ese afán en mente deben emitirse los votos.c

El debate estatal ha rivalizado en campaña con los municipale­s y los autonómico­s

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