Amar es de tontos

Para sublimar el malestar de las campañas electorales, nadie como Shakespeare. Las campañas de ahora pretenden hornear pan nuevo con una harina amasada en la levadura del odio. Shakespeare era experto en odio. Ha fascinado siempre por sus formidables aproximaciones al alma humana. Parece imposible que un pequeño empresario teatral tuviera el don de explorar nuestras pasiones de forma tan precisa y brillante. Por eso le han inventado tantas vidas. Ha costado siglos aceptar que un hombre rústico, con estudios menores, pudiera explorar tan a fondo las pulsiones humanas.

Los caracteres que estudia Shakespeare nos llegan a través de sus obras como el deslumbramiento de un rayo. La ambición (Macbeth), los celos (Otelo), la duda (Hamlet), la malicia (Yago), la paternidad delirante (Lear)... Ahora bien, fascinados por esta espectacular galería de arquetipos, quizá olvidamos que, en una de sus obras agridulces, Romeo y Julieta, Shakespeare nos dice algo quizás definitivo: es más poderosa la llamada del odio que la del amor.

Los expertos en evolución de las especies han refutado esta idea explicando que la victoria evolutiva de la raza humana tiene esencialmente esta explicación: somos seres cooperativos, nos ayudamos. En última instancia: nos queremos. La ley de la selva nos perjudicaba y el amor nos salvó. Con la cooperación ganamos la primacía y dominamos la tierra.

Ahora bien, desde Shakespeare (desde Homero, en realidad), el prestigio de la retórica de la guerra, la fuerza y el triunfo se ha consolidado hasta tal punto que ahora la cooperación da risa, la bondad se considera sinónimo de imbecilidad (buenismo) y el diálogo, el entendimiento o el pacto son percibidos como flaqueza y rendición. El resentimiento de Nietzsche contra la represiva cultura luterana de su infancia se ha convertido en ley estructural de la cultura presente: amar es de tontos y débiles.c

La cooperación da risa, la bondad es de imbéciles, el diálogo es rendición