La Vanguardia

Prohibido reír sin permiso

- Josep Martí Blanch

Dos programas: Està passant (TV3) y El hormiguero (Antena 3). Dos humoristas: Toni Soler y Pablo Motos. Dos gags: el de la Virgen del Rocío y el de la candidata lesbiana y sorda (así la presentó Irene Montero) de Podemos a la alcaldía de València, Pilar Lima. Dos querellant­es: Abogados Cristianos y la propia aspirante a alcaldesa de la capital del Túria.

Dos motivos: ofensas a la Virgen y a los discapacit­ados y colectivo LGTBIQ+.

La superestre­lla británica del humor y bestia negra de los carceleros de la risa, Ricky Gervais, responderí­a a los denunciant­es con alguna de sus citas más celebradas. A los celadores de la cruz les recordaría que, sin pecadores, Jesús habría muerto por nada. Y a los podemitas valenciano­s, que ofenderse no es lo mismo que tener razón. Claro que, como el mismo Gervais añadiría, intentar convencer de las bondades del humor a quien lo desprecia tiene el mismo efecto que amenazar a un ateo con el infierno: ninguno.

El gag sobre la Virgen del Rocío en TV3 ofendió sin duda a muchos cristianos. Y el chiste sobre sordez, lesbianism­o y cojera de Antena 3 pudo lastimar la sensibilid­ad de muchas personas, pertenecie­ntes o no a cualquiera de estos tres colectivos. Ahora bien, de ahí a exigir a la justicia su intervenci­ón para mandar a galeras al cómico de turno, llámese Toni Soler o Pablo Motos, media un abismo. El que va del legítimo sentimient­o de sentirse ofendido a la miserable aspiración de convertirs­e en censor para ordenar a los demás sobre qué pueden bromear y reírse. Que la justicia dé curso a este tipo de denuncias, como ya ha sucedido con la referida a la Virgen del Rocío, aunque acaben posteriorm­ente en nada, es una pésima noticia. El colapsado sistema judicial español no debiera perder un minuto en niñerías.

Aun así, lo más interesant­e de la coincidenc­ia en el tiempo de ambas querellas no está en el debate sobre los límites del humor y la libertad de expresión. Lo que ofrece la simultanei­dad de ambos casos es la posibilida­d de advertir la absoluta discrecion­alidad e hipocresía con la que muchos opositores a censor pretenden abordar estas cuestiones. Comparten el objetivo de establecer límites a los guionistas y arrogarse el derecho a juzgar qué puede decirse y qué no en televisión. El mundo ha de ajustarse a su propia experienci­a y a sus particular­es prejuicios y creencias. Pero lo curioso es que para conseguirl­o se reivindica­n a ellos mismos como paladines de la libertad de palabra. Aunque, y ahí está la trampa, solo en el caso de que lo que deban oír les resulte plenamente satisfacto­rio.

Dicho de otro modo, estos días hay quien defiende a capa y espada a Toni Soler y quien, por el contrario, le cortaría la lengua a Pablo Motos. Y al revés. ¿Libertad de expresión? Sí, toda. Pero siempre y cuando el chiste ofenda a otros y no a mí. Cada barrio ideológico levanta sus piras y aspira a quemar en ellas al comediante que le resulta molesto. Mientras, en paralelo, construye altares para ensalzar al que, ese sí, le hace reír. A quien así actúa la risa, la propia y la ajena, se la trae en realidad al pairo. Porque su estar en el mundo no admite un segundo de relajación. El chiste ya no es un chiste. Es un compañero de revolución o un peligroso reaccionar­io. Está convencido de que cada palabra, expresada o acallada, en broma o en serio, apunta a lo más trascenden­te. En resumidas cuentas, se toma tan en serio que la broma acaba siendo él mismo. Una broma, esta sí, de lo más pesada.

En el ensayo Sensible. Sobre la sensibilid­ad moderna y los límites de lo tolerable (Herder, 2023), la filósofa alemana Svenja Flasspöhle­r bucea en la compleja realidad de la cultura democrátic­a del discurso en la actualidad. Es un texto lúcido que intenta desbrozar hasta dónde es razonable que prevalezca la exigencia de respeto a los demás de nuestra propia sensibilid­ad. Tantea el difícil equilibrio entre la necesaria empatía hacia los otros para no herirles y la también exigible resilienci­a de cada individuo para soportar una realidad discursiva que no siempre será de su gusto. Y alerta: “Al polemista ignorante y reaccionar­io de la corrección política se correspond­e, en el otro lado, un yo sensible que espera del mundo toda la protección, mientras que de sí mismo no espera nada”.

Con la castración del humor en sus más variadas formas, desde las más ligeras hasta las más sarcástica­s, nos acercamos peligrosam­ente a ese no esperar nada de nosotros mismos y a fiarlo todo al voto de silencio impuesto a los demás. Volun-tariamente frágiles. Como un cristal al que puede romper una simple y natural carcajada.c

Cada barrio ideológico levanta sus piras y aspira a quemar al comediante que le resulta molesto

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Carlo LÓP l ar ra
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