La Vanguardia

Fantasmas y zombis

- Francesc-marc Álvaro

El escándalo de la presunta compra de votos por correo en varias localidade­s nos trae los aires tumefactos de la España de la Restauraci­ón, como si fuera cierto aquello tan sobado de Marx sobre la repetición de la historia, primero “como una gran tragedia” y luego “como una miserable farsa”. Para no caer en un exceso de solemnidad, más vale etiquetar el show como una parodia que el sistema se aplica a sí mismo, mediante alguna forma de inteligenc­ia colectiva, para purgarse. La política elimina a sus roedores.

Salvo en Melilla, el fraude amenaza la credibilid­ad de los dos grandes partidos estatales, que ponen de manifiesto eso que repetía nuestra abuela: “Nunca se sabe con quién uno se acuesta”. Hablando de política, las sorpresas a la luz del día –tras la magia de una noche de amor– pueden ser de lo más variopinto. La presunta compra de votos, mediante técnicas de lo más simple, indica hasta qué punto algunos se han movido con esa tranquila paz de espíritu que regala la sensación de impunidad y la costumbre. “¡Pero si es lo de siempre!”, ha pensado el listo, que considera ese trapicheo lo más normal.

Aunque la conversaci­ón en el bar (el del barrio) sobre el mercadeo de votos es notable, y más tras la orden del fiscal general para que Anticorrup­ción tome cartas en el asunto, lo que más me fascina de estos días (además de la necesidad que tienen los candidatos de mostrarnos su escaso talento para el baile) son las listas fantasma. Ya saben, se trata de listas –siempre en localidade­s pequeñas– integradas por personas que no viven en el lugar, para rebañar votos con vistas a la subvención oficial en función de los sufragios y la presencia en los consejos comarcales. Leo en el Segre que, en la demarcació­n de Lleida, se han presentado más de cuarenta listas fantasma, la mayoría del PSC, PP y Vox.

A veces, para legitimar al candidato fantasma, las direccione­s de los partidos aducen cosas tan curiosas como que el individuo trabajó en la zona o que tiene allí remotos vínculos familiares. Que tales maniobras den una pésima imagen de la competició­n democrátic­a no parece importar a los estrategas de turno. Nadie se escandaliz­a. Será porque saben que lo que da más miedo es otra cosa: esos cabezas de lista tan perdidos en su rollo que recuerdan a los zombis más espeluznan­tes.c

Algunos se han movido con esa paz que regala la sensación de impunidad y la costumbre

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