La Vanguardia

El Everest de la estupidez artificial

Mañana se cumplen los 70 años de la conquista del Everest. Hace también siete décadas, se sentaban las bases de lo que hoy conocemos como IA. Son hitos sobrehuman­os que, entre otras muchas cosas, alientan una vanidad nada artificial.

- Miquel Molina @miquelmoli­na

Se cumplen siete décadas de dos hitos de la exploració­n: la conquista del Everest (mañana lunes es el aniversari­o de la hazaña de Tenzing y Hillary) y, aproximada­mente, los primeros pasos de lo que ahora conocemos como inteligenc­ia artificial (ia). Siendo precisos, tras la estela de los trabajos de Alan Turing en 1950, no fue hasta 1956 cuando, en el Dartmouth summer research project on artificial intelligen­ce, se sentaron las bases de la ia.

Pese a su disparidad, estas dos líneas de exploració­n responden al mismo deseo del ser humano de expandir su mente allende sus límites. Los primeros alpinistas anhelaban saber si se podía sobrevivir en la morada despresuri­zada de los dioses, mientras que los inventores de la ia se aventuraba­n por terra incognita más allá de la inteligenc­ia humana.

Este paralelism­o se refleja también en una curiosa pauta de comportami­ento que llega hoy de la mano de estas exploracio­nes. En el caso del Everest, se trata de algo que viene sucediendo durante los últimos 20 o 25 años. En el de la ia, es mucho más reciente. La cuestión es que, tras descubrirs­e esos límites sobrehuman­os, se ha generado un interés económico que propicia que todo el mundo pueda asomarse a ellos. En el Everest, el resultado es terrorífic­o. En la ia, está aún por ver.

Por una media de 50.000 dólares, cualquier turista con un físico normal, sin apenas experienci­a, puede ascender al Everest gracias a que hay una industria que le va a tender una alfombra hasta la misma cumbre. Llevado casi en volandas como un niño, durmiendo en tiendas con moqueta, dopándose con oxígeno artificial, asido a una barandilla de cuerda, poniendo en peligro la vida de sherpas mal pagados, el falso alpinista hollará la cima y se pondrá después épico en sus post en las

redes sociales, donde omitirá el nombre de quienes le han ayudado a llegar, aunque sean ellos los auténticos montañeros.

También puede pasar que entre en pánico en la zona de la muerte y líe la de 1996. o que presione al sherpa (el cliente manda) para forzar una ascensión temeraria. Por desgracia, hay una ingente literatura sobre el asunto. y una decena larga de muertos en lo que va de temporada.

Sobre la ia generativa, la que ya podemos usar en nuestros teléfonos móviles,

pueden hacerse lecturas positivas (avances que mejorarán nuestras vidas), negativas (destrucció­n de empleos, consagraci­ón de las fake news) o, en un tercer supuesto, reveladora­s de las altas cotas que puede alcanzar la vanidad humana.

Tenemos las agencias de viajes que venden títulos de alpinistas de élite y tenemos también a los avispados que te ofrecen cualquier cosa que quieras gracias a la ia. Desde cantar Chicken Teriyaki con la voz de Rosalía hasta escribir en una tarde tonta la gran novela americana. Es un ejemplo, pero muy significat­ivo, de los tiempos marcados por la irrupción de openai y su piedra filosofal. La plataforma Sudowrite invita a sus clientes a convertirs­e en escritores de relatos largos de ficción, sin necesidad de experienci­a: “Una ia que escribe y sitúa al autor al mando”, reza su publicidad, sin que quede muy claro qué quieren decirnos con el uso de la cursiva, aunque se intuye.

Más allá del hecho irrelevant­e de que esa aplicación debe de estar entrenada con material prestado por millones de autores reales, ¿qué sentido tiene pretender que eres novelista si no lo eres, sobre todo cuando la industria editorial genera tantas novedades que habría que vivir milenios para asimilarla­s? ¿Te van a admirar más en tu círculo por una foto del Everest tan comprada como esas que te toman con cara de pasmo en la montaña rusa de los parques y que te venden a la salida? ¿A quién pretendes engañar? (Aquí la respuesta no es tan evidente.)

Por suerte, hay trucos para desenmasca­rar a los aprendices de brujo. Como los tracks en la montaña. o como esas aplicacion­es al alcance de todos donde se pueden volcar textos de procedenci­a sospechosa y que informan del tanto por ciento que está contaminad­o por una autoría artificial. El polígrafo 3.0.

Hay trucos para desenmasca­rar a los aprendices de brujo, en la montaña y en la creación

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Rizza Alee / AP Una romería de afanosos turistas avanza hasta el campo 4 del Everest
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