La baronesa y el poeta
Gatopardo publica ‘El pacto’, sobre la relación entre los escritores Karen Blixen y Thorkild Bjørnvig: se llevaban 30 años y se procuraron protección y devoción
Karen Blixen no dudaba en sentarse en el lugar de Dios cuando sentía que debía hacerlo”. Para cuando Thorkild Bjørnvig escribe esto, hacia la mitad de sus memorias, El pacto (Gatopardo), el lector ya ha acumulado pruebas suficientes de que, en efecto, a la baronesa Von Blixen-finecke, le gustaba jugar a ser dios en unas ocasiones, pero por lo general lo que quería era ser Mefisto.
Bjørnvig (1918-2004), considerado uno de los poetas daneses más importantes de su generación, tenía 30 años cuando conoció a Karen Blixen, Isak Dinesen en la literatura. Él había publicado algunos poemarios, dirigía una revista literaria, Heretica, se había casado con una bibliotecaria, Grete Damgaard, y tenía un bebé con ella, Bo. La baronesa, por su parte, pasaba de los 60, era ya una celebridad internacional, tras la publicación de sus Memorias de África. Vivía casi todo el año en el apartamento de invierno de la gigantesca villa de Rungstedlund, al norte de Copenhague, y pesaba 35 kilos, ya que su cuerpo estaba mermado por la sífilis, la enfermedad que llevó a su padre al suicidio cuando ella era niña y que le transmitió su marido, el barón Bror Blixen-finecke en Kenia.
Tras una cena en la casa y un intercambio de cartas en el que la baronesa vio una especie de destino místico, se estableció entre ambos, la baronesa y el poeta, un pacto semitácito. Ella le daría todo su apoyo y protección para convertirse en un gran autor y poder centrarse en la es- critura. A cambio, él solo tendría que entregarle su confianza total y su devoción. Qué podría salir mal.
El pacto. Mi amistad con Karen Blixen es el libro que publicó Bjørnvig en 1974, doce años después de la muerte de su benefactora, que llega por primera vez a España con traducción de Rodrigo Crespo. Hace apenas un año se estrenó una versión cinematográfica a cargo de Bille August, con Birthe Neumann en el papel de la baronesa, aunque en el cine será difícil que Karen Blixen tenga otra cara que no sea la de Meryl Streep, que la interpretó en la adaptación de su libro más famoso.
Si bien Blixen se mostró al principio de su relación amable con Grete y con Bo pronto decidió que ese matrimonio tan de andar por casa era un obstáculo en la vida y la carrera de su protegido, además de un engorro, puesto que lo que ella quería era tener a su eterno interlocutor a mano, instalado en Rungstedlund, en la llamada “habitación del poeta”, listo para pasear y popo nerse a hablar “del eros, el cristianismo, los animales, el cosmos, la guerra y la vivisección”, o para partir de viaje en cualquier momento, a Londres, a Estocolmo o a Venecia. “¿Ha leído usted la palabra esposa en un buen poema?”, le pregunta, dejando claro que la placidez burguesa del matrimonio está reñida con la vida literaria. El niño también le molestaba: “Y usted creía que podía salir en busca del Santo Grial… ¡con un cochecito!”. Ella nunca tuvo hijos con su marido, del que se separó en Kenia tras seis años de matrimonio (pero de quién conservó el apellido y el título nobiliario) ni con Denys Fynch Hatton, el cazador británico – Robert Redford en Memorias de África– que, según Bjørnvig y todos los biógrafos de Karen Blixen, la única persona a la que llegó a considerar a su altura.
Como Madame de Merteuil en Las amistades peligrosas, pero sin los intereses sexuales del personaje de Chorderlos de Laclos, puesto que la sífilis había puesto fin a su vida sexual cuando era muy joven, la baronesa da la impresión de haber utilizado a su amigo en un juego amoroso para su entretenimiento, como la autora que manipula a sus personajes. Al principio del pacto, en 1951, insiste al poeta para que acepte una beca por la que él no tiene mucho interés en la ciudad alemana de Bonn. Blixen envía allí a otra joven protegida suya, Benedictine. Inician un casto romance que tardaron tiemen consumar, puesto que ella también estaba casada y no querían traicionar a sus parejas. “Karen Blixen (…) quiso que me fuera a la aventura en busca de algo nuevo, terrible, paradisíaco. Por decirlo brevemente: el terreno estaba abonado”, se percata el poeta, a pesar de que a lo largo de sus memorias parece estar dando la razón a su benefactora, que se divierte llamándolo “pusilánime irredento”.
Aunque todo apunta a que la baronesa había propiciado esa relación extramarital, cuando se enteró en una cena en su mansión de que realmente Thornkild y Benedictine estaban juntos, su reacción fue “sorprendentemente violenta”, narra él, en un capítulo titulado “La celestina celosa”. El poeta lo había hecho todo mal. Se había enamorado en serio, y no como ella quería. “No era una simple cuestión de celos femeninos, sino una cólera radical y aniquiladora que parecía sacada del Antiguo Testamento”, cuenta Bjørnvig. El romance terminó de manera trágica cuando la esposa de Bjørnvig intentó suicidarse.
Pero no fue eso lo que sentenció el pacto entre el poeta joven y la novelista mayor. Como suele pasar entre escritores, lo que precipitó el final fue que uno, en este caso Blixen, escribió sobre el otro. En 1957, Dinesen publicó Últimos cuentos. Uno de ellos –Ecos –essu versión en clave de lo sucedido con Bjørnvig. La autora utilizó fragmentos de sus cartas, que eran arrebatadas y llenas de citas bíblicas y mitológicas, y fragmentos de sus conversaciones. Traslada la historia a Italia y se convierte a sí misma en una diva de la ópera, Pellegrina Leoni, que convierte a un joven campesino, Emanuele, en su discípulo. Para enseñarle “coraje”, un concepto que obsesionaba a Blixen, pincha los dedos con una aguja y después se lleva su sangre a la boca, por lo que Emanuele la llama “vampira”.
Blixen murió en 1962 y para entonces ya llevaba años sin verse con Bjørnvig, aunque ella le mandó un ramo de rosas rojas con una nota cuando él publicó un poemario. En el tiempo que duró su absorbente relación él no fue capaz de acabar nada, señaló Javier Marías, cuando escribió sobre el tema en sus Vidas escritas, el libro en el que trazó biografías de algunos de sus autores preferidos. Dinesen, dice Marías, doblaba en edad y “triplicaba en inteligencia” a Bjørnvig, a quien sometió y humilló pero también deleitó con grandes escenas: “En una ocasión, y en medio de una velada dichosa, se levantó y salió de la habitación. Regresó al poco con un revólver, lo alzó y apuntó con él al poeta durante largo rato. Éste no se inmutó, según sus propias palabras, porque en aquel estado de felicidad la muerte no habría importado”.c
En el tiempo que duró su absorbente relación con Karen Blixen, Thorkild Bjørnvig no fue capaz de acabar nada