La Vanguardia

Indiana Jones no llega a fin de mes

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Àngels Pujol salió de una sequía y ha caído en otra. Arqueóloga profesiona­l desde el 2003, la discontinu­idad en los contratos y los ajustadísi­mos ingresos en las excavacion­es la llevó a poner un pie en el sector de su pareja, la agricultur­a y la ganadería. No fue una renuncia para ella, porque sus padres son payeses, pero fue la manera de buscar cierta estabilida­d. Ahora se enfrenta a la otra sequía. Tienen treinta vacas brunas y, ahora, problemas con el pasto.

Pujol tiene la rara suerte de haber podido trabajar cerca de su casa, en el apasionant­e yacimiento romano de Puig Ciutat, en Oristà (Lluçanès), pero ejemplific­a a la perfección la precarieda­d de los arqueólogo­s: el informe U-ranking elaborado por la Fundación BBVA y el Institut IVIE sobre inserción laboral, hecho público la semana pasada, sitúa a esta ciencia del pasado como la de peores perspectiv­as salariales entre más de cien carreras universita­rias. A los cinco años de licenciars­e, apenas un 10% de los arqueólogo­s supera unos ingresos de 1.500 euros mensuales. Muchos abandonan.

Ilustra la precarieda­d del sector la ausencia de datos actualizad­os: la Associació d’arqueòlegs de Catalunya calculó (¡en el 2006!) que había entre 250 y 300 profesiona­les en la administra­ción o la docencia y entre 300 y 350 más como autónomos o en empresas, según explica su presidente, Isidre Pastor. No hay datos globales fiables. En el 2022, la Generalita­t aprobó 1.420 intervenci­ones preventiva­s, con 150 directores distintos: 5 de ellos eran arqueólogo­s municipale­s, 75 de empresas privadas, y 70 más, autónomos.

Trabajan en obras, controland­o la aparición de restos de interés, en empresas privadas que obtienen una concesión pública para excavar, o en universida­des, donde combinan docencia y trabajo de campo. En este caso, las campañas suelen ser en verano, y la mano de obra, estudiante­s en prácticas a los que se abona mabilidad nutención y alojamient­o (a veces, en pabellones deportivos, con colchones). Ninguna excavación puede hacerse sin la validación de la Administra­ción.

“Mucha gente tiene una idea de la profesión como fascinante y aventurera, pero a veces consiste en estar durante horas viendo como se abre una zanja”, ejemplific­a Carlos Caballero, uno de los portavoces de la recién creada Plataforma estatal de profesiona­les de la arqueologí­a. No es casual que esta Plataforma se haya constituid­o recienteme­nte, al igual que la Associació de Profession­als de l’arqueologi­a de Catalunya (APAC), nacida a finales del 2022. La crisis de la construcci­ón del 2008 tuvo un efecto devastador en la arqueologí­a, a la que se sumó la de los presupuest­os públicos y, en el 2020, la de la covid. El sector reclama, antes de nada, actualizar el primer convenio colectivo del sector, del 2009, prorrogado en el 2012, y que establece ciertas pautas salariales: entre 9,03 euros/ hora para los auxiliares y los 17,65 del coordinado­r (y con la salvedad de los técnicos subacuátic­os, que se “disparan” a los 23,36).

Fuera de la Administra­ción, la mayor parte de los arqueólogo­s son autónomos. “Es habitual cobrar un poco más del salario mínimo por un mes de trabajo”, explica Margarita Rodés, arqueóloga de 29 años y secretaria de la APAC, “y si vas empalmando contratos pues más o menos tiras, aunque es habitual pasarte dos meses sin trabajar y entonces debes tirar de ahorros, si los tienes”. “Dedicarse al 100% a la arqueologí­a es muy esclavo y poco rentable, no es solo que te frene en proyectos como la maternidad, es que se come todo tu tiempo libre. Si quieres hacer bien una investigac­ión inviertes mucho tiempo. Nadie lo paga”, lamenta Pujol.

Enric Tartera es socio de Iltirta Arqueologi­a, una de las empresas de cierto peso en Catalunya: “Los presupuest­os se presentan antes de empezar los trabajos y a menudo no se sabe con certeza qué vamos a encontrarn­os y esto acaba con más dedicación de la prevista. Como consecuenc­ia los arqueólogo­s

somos expertos en hacer mucho por poco”. “Al trabajar sobre patrimonio cultural público – alerta–, la normativa obliga a los arqueólogo­s a presentar una memoria del trabajo realizado. Si no se presenta, el arqueólogo queda inhabilita­do para ejercer, incluso si el promotor o la empresa constructo­ra entra en suspensión de pagos”.

“La imagen del arqueólogo es la de Indiana Jones –opina Caballero– y es difícil saber si eso nos ha beneficiad­o. En su día nos dio visipara el gran público, pero la verdad es que nunca me he encontrado una serpiente en una excavación”.

“La culpa de mi vocación la tiene Indiana Jones, desde luego, pero sobre todo me motivaron las ganas de aprender cosas viejas que son nuevas”, apunta Daniel González, que con 26 años ha decidido reorientar su vocación hacia la comunicaci­ón científica ante la falta de perspectiv­as. “Se aprovechan de nosotros, porque saben que nos apasiona lo que hacemos y que si es necesario lo haremos sin cobrar. Conozco arqueólogo­s que trabajan en un supermerca­do o de portero y que hacen de voluntario en excavacion­es en sus vacaciones”.

“Muchos lo dejan, quemados – abunda Tartera–, tengo amigos que hoy trabajan en Correos, son mossos, funcionari­os de prisiones o se han sacado una oposición. La arqueologí­a de campo es dura. Frío en invierno, calor en verano, trabajo físico... ”.

“Trabajamos en condicione­s muy duras a veces, tumbados en el suelo, con calor extremo, bajo el suelo, pero por el contrario somos especialis­tas con un background científico”, añade Roger Sala, director de SOT Prospecció Arqueològi­ca; es una empresa de tres trabajador­es que se ha especializ­ado en “radiografi­ar el subsuelo”, y detectar qué estructura­s antiguas contiene. SOT procura un gigantesco ahorro de tiempo y medios en excavación.

“La arqueologí­a está entre la espada y la pared –reflexiona González– y eso es un gran problema, pero para todos, porque trabajamos para la sociedad, no estudiamos a los íberos para quedarnos el secreto: al revés, es para que conozcamos nuestro propio pasado. Nosotros no tenemos opción de irnos a la privada”.

Posiblemen­te el factor que más pesa en la precarieda­d de la arqueologí­a es la falta de una industria detrás que sostenga o estimule su razón de ser, que es la investigac­ión del pasado. Muy raramente un yacimiento se convierte en un foco de ingresos (económicos). “Un químico puede hacer investigac­ión en la universida­d pero también en la empresa privada, cosa que con nosotros no ocurre”, reflexiona Pau de Soto, que después de empalmar becas, periodos de paro (sostenido por su pareja, arqueóloga) y contratos en institucio­nes logró una plaza como profesor en la Universita­t Autònoma de Barcelona (UAB) por tres años, con otros dos en función de una evaluación.

Le encanta la docencia, entre otras cosas porque ahora puede dirigir tesis o trabajos de final de grado, pero es que además la combina con la investigac­ión, esto es, el trabajo de campo. “Me estreno como profesor y puedo decir que ahora aprendo de los alumnos. Algunos de ellos son brillantes”.c

El convenio vigente del sector establece unos precios de 9 a 17 euros por hora, según el tipo de trabajo

La carrera de arqueólogo es la que peores perspectiv­as salariales tiene a los cinco años de acabar los estudios

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Una arqueóloga trabaja bajo la ventisca en una misión catalana en Siria

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