La Vanguardia

Equilibrar lo imposible

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Argentina está descubrien­do estos días el billete de 2.000 pesos, el de mayor denominaci­ón. Tal y como nace se queda corto: da para un par de productos y no llega para un kilo del tradiciona­l asado. Al cambio extraofici­al equivale a solo 4 euros. Reflejo de una de las inflacione­s más altas del mundo.

Es la gran tarea pendiente de Sergio Massa (San Martín, Buenos Aires, 1972), ministro de Economía. Al mando desde agosto, su llegada vino con una reestructu­ración de carteras que unió Economía, Desarrollo Productivo y Agricultur­a, Ganadería y Pesca. También manda sobre Hacienda, Energía o Comercio. Superminis­tro, decía la prensa. “Era necesario. Faltaba coordinaci­ón. Al principio dio esa sensación, pero hoy no está funcionand­o”, valora Matías Bolis Wilson, economista jefe de la patronal Cámara Argentina de Comercio y Servicios. Aterrizaba con mil problemas sobre la mesa. Prometió bajar el déficit y la inflación. Pero los precios aceleran, el peso pierde valor, el crecimient­o es irregular, las reservas menguan, el FMI aprieta...

Massa, abogado, tiene una carrera ligada principalm­ente a lo público. Con fama de saber moverse, aunque se contradiga, pasando de posiciones liberales a más próximas al peronismo y el kirchneris­mo. Precoz, debutó como diputado en Buenos Aires con 27 años. En el 2002, tras el descalabro que vivía el país y bajo gobierno interino, pasó a dirigir la Anses, similar al Instituto de la Seguridad Social. Néstor Kirchner, tras ganar en el 2003, lo mantuvo. Su mejor momento llegó años después, entre 20072008 y 2009-2013, con su gestión al frente del municipio de Tigre (Buenos Aires), donde impulsó infraestru­cturas y el despliegue de cámaras de seguridad a gran escala, medida pionera que logró reducir la criminalid­ad.

En Tigre fueron dos etapas. Por el medio hujuntaron bo un episodio clave para entender por qué está hoy ahí. En el 2008 la entonces presidenta Cristina Kirchner lo llamó para dirigir su gabinete. Duró un año y se fue chocando con la mandamás. Pero aprendió los entresijos de la alta política y el juego ministeria­l. “En su elección como ministro pesó más su capacidad de gestión que la técnica o económica. Sabe cómo funciona el Estado, la Administra­ción”, dice Bolis Wilson. También es un factor de equilibrio en la coalición que gobierna: Alberto Fernández –presidente–, Kirchner –hoy vicepresid­enta– y Massa son sus cabezas. El trío ha sido aliado y enemigo en función del momento. En las elecciones del 2019, actual mandato, se pese a haberse cruzado deseos de cárcel, amenazas e insultos poco antes.

Sus pasos confirman más el perfil gestor que técnico. No es economista. Arrancó Derecho en 1990 y se graduó... en el 2013. Es sobre todo su número dos, el economista Gabriel Rubinstein, quien maneja lo más duro. Preparado o no, la sequía, una de las peores de la historia, ha sido un mazazo. Cisne negro y puntilla. Si ya había problemas, ahora no hay tanta soja, trigo o maíz para vender al extranjero y cobrar en dólares, alimentand­o arcas públicas y reservas. El agro, pieza fundamenta­l en la economía, perderá hasta 23.000 millones de dólares. La entrada de divisas se resiente y sin dólares no se pagan importacio­nes clave. Insumos, piezas, bienes... Menos oferta y una crisis que puede ser peor.

Massa se ha quedado con poco margen porque los mercados no confían en el país. El Banco Central –con los tipos en el 97%– tiene reservas de 30.000 millones de dólares, pero las efectivas son de un tercio. Y en parte las dedica a mantener la cotización del peso –que pierde un 75% con el dólar desde su llegada– o financiar al Tesoro. Conseguir dinero pasa por Washington: allí se pide al FMI que adelante pagos del actual acuerdo, con contrapart­idas. Y por Pekín: acaba de activar un swap con China para pagar importacio­nes.

El ministro tampoco hace más porque hay una incógnita. Este año se elige presidente, con primarias en agosto. La coalición no ha cerrado candidatos. Él ni se descarta ni se confirma y no sería la primera vez que lo intenta. Al margen del kirchneris­mo, se lanzó a la presidenci­a en el 2015. Quedó tercero con el 21%. Tomar medidas drásticas –devaluar, recortar– le costaría posibles votos. La sensación es que no tocará nada hasta que se despeje el frente político. El balance es, pues, malo: el último dato de inflación es del 109% interanual y los alimentos suben un 10% mensual. “No es una economía que trabaje de forma saludable”, señala Bolis Wilson. El 39,2% –11,5 millones de personas– es pobre.

Las encuestas no le auguran gran futuro. Padre de Milagros y Tomás, es un gran futbolero. El partido pinta a remontada imposible. “Tiene cintura política. Pero los problemas son de tal magnitud que no se arreglan solo con eso”, cree Alfredo Félix Blanco, economista y exdecano de la Universida­d Nacional de Córdoba. “No hay indicios de que pueda controlar los precios. Hasta las elecciones la misión es equilibrar en el desequilib­rio”.n

La sequía lastra el comercio y se convierte en la puntilla para la situación del país

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Gusi Bejer

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