Una voz lírica químicamente pura
MARIA TERESA BERTRAN ROSSELL (1952-2024) Poetisa
Teresa era puro espíritu. Cuando estabas con ella, tenías esa sensación: su delgadez congénita; los ojos, menudos y de mirada penetrante; el pelo alborotado... A parte de su enjutez, debían contribuir a ello una existencia casi monástica y su vivencia de la religión, que en los últimos años había abrazado con gran convicción. Era una mujer quimérica, extrema, apasionada donde las hubiere. Con su marido y compañero de vida, el pintor Enric Maass (1942-2013), se instaló, a mediados de los setenta, en Horta de Sant Joan, llevando una vida de hippies. Permanecieron allí una década.
La poetisa –término que ella prefería al de poeta– acaba su primer poemario, Aor, en el año 1974, y lo manda a un compañero de la facultad. En el envío, había la intención de deshacerse de unos poemas que eran el reflejo de una crisis aguda. Pero el destinatario presenta la obra, sin que la autora tuviera noticia alguna, al premio Amadeu Oller, y resulta ganadora. Como no recordaba su apellido, encima del título –un concepto que viene de Llull: adoro, significa–, pone Teresa d’arenys, que acabará siendo el nombre de pluma de la poetisa de la Maresma (ella defendía este nombre frente al de Maresme). El compañero universitario en cuestión también ha hecho carrera de literato, y responde al nombre de Xavier Bru de Sala.
Teresa d’arenys es una de las voces líricas más hondas de la generación de los setenta, la más químicamente pura. Muchos de esos poetas se reunieron en torno a la célebre editorial Llibres del Mall: Ramon Pinyol Balasch, Xavier Bru de Sala, Maria-mercè Marçal, Miquel Desclot, Jaume
Creus, Vicenç Altaió, Antoni Tàpies Barba... Sin embargo, ella siempre fue por libre, genio y figura. Entre los citados, solo mantuvo contacto constante con Desclot. La poesía de Teresa d’arenys, un tanto alucinada, se me antoja bajo la férula de la de grandes clásicos como William Blake,
Arthur Rimbaud o Rainer Maria Rilke. Visionarios de la palabra y el verso. Antes que todos ellos, Ramon Llull ya había encendido en nuestra autora el instinto de la búsqueda poética. Y, entre los contemporáneos catalanes, su verso se halla como en casa a la vera del de Carles Riba y, más aún, del de J. V. Foix.
Publicó siete poemarios, que reunió en el volumen Obra poètica (1973-2015), aparecido en el 2017. Además del citado, encontramos Versos de vi novell (19761979), Murmuris (1979-1981), Pensaments simples (1985), Hores (2005-2006), Rèquiems (2012) y Esteles íntimes (1965-2015).
Ha reflexionado sobre la noche, la transcendencia, los ancestros, el vino, la soledad, la muerte, el dolor, la creación, el amor... También publicó una novela, El quadern d’agnès Solà (2001), y las traducciones Tuareg. Cants d’amor i de guerra de l’ahaggar (1999) y Rèquiems, de Rainer M. Rilke (2012), que incluyó en el volumen de su obra lírica completa. Y, en una edición privada, no venal, Epístola a un amic mort (2013).
Teresa sufría lo indecible por el país y la lengua: “¿Hem d’avenirnos / a dir al present pretèrit / tan de sobtada? / Mira’m tots aquests marges / caient... Apleguem pedres”. Nos deja una obra muy sólida, hecha con el máximo rigor y todos los elementos necesarios para que perdure.
La poesía de Teresa d’arenys, un tanto alucinada, respira a clásicos como Blake, Rimbaud o Rilke