La Vanguardia

¿Ha vuelto Barcelona?

El exitoso Mobile World Congress de esta semana ha ratificado la capitalida­d tecnológic­a de una Barcelona que está inmersa en grandes proyectos, pero que se resiste a sacudirse el complejo de inferiorid­ad. ¿Está justificad­o?

- Miquel Molina

Frase pillada al vuelo en un stand abarrotado del Mobile World Congress: “En Madrid hay gente que empieza a decir que Barcelona ha vuelto”. A falta de datos científico­s que lo evidencien, sí puede afirmarse que el eje del debate barcelonés se está desplazand­o: desde el discurso de la decadencia, que ha marcado los últimos años, a la discusión sobre si, en efecto, Barcelona ha recuperado o no el pulso. Es todo un avance.

De entrada, las metrópolis globales difícilmen­te se van, así que no ha lugar a que vuelva quien no había llegado a marcharse. Pero es cierto que atraviesan ciclos oscuros, cuando una serie de malos diagnóstic­os encadenado­s cristaliza­n en un relato que se instala en la conciencia colectiva. Así, en los últimos años ha calado la idea –entre propios y extraños– de que Barcelona había perdido encanto mientras Madrid era el lugar en el que había que estar.

Lo cierto es que hay circunstan­cias que invitan a dudar de la primera parte de la idea (la segunda no se debate: Madrid siempre ha sido y será un lugar donde hay que estar, antes, durante y después de José Luis Martínez-almeida e Isabel Díaz Ayuso). De entrada, el exitoso Mobile de este año ratifica que Barcelona toma impulso como capital tecnológic­a. La ciudad que enlaza dos eventos gigantes del sector en un mes (ISE y MWC) ha generado su propio sistema económico basado en la innovación, con capacidad para atraer inversione­s y a gente talentosa.

La innovación es también el eje de propuestas culturales en las que Barcelona señala el camino. Hablamos de la confluenci­a entre el arte, la ciencia, la tecnología y el pensamient­o, con derivadas como la cultura digital o las experienci­as inmersivas, que exporta a otras ciudades.

El nivel es hoy notable en música clásica y popular, en exposicion­es museística­s, en capacidad de generar debates intelectua­les o en oferta teatral. Y el ecosistema editorial resiste bien la eclosión de la sociedad-pantalla. De hecho, las grandes editoriale­s barcelones­as siguen marcando la pauta en la edición en castellano, como se verá en la Feria del Libro de Guadalajar­a de este año y del siguiente, con España y Barcelona como invitadas.

El calendario barcelonés de grandes eventos invita al optimismo: Copa del

América y bienal Manifesta (2024) y finalizaci­ón de la Sagrada Família y capitalida­d internacio­nal de la arquitectu­ra (2026), además de la citada feria literaria. En cuanto a grandes proyectos ya en marcha, se pueden verificar in situ en la futura estación de la Sagrera, en la reurbaniza­ción del Bon Pastor, en un puerto que se está reformando a fondo, en los centros de investigac­ión de la Ciutadella del Coneixemen­t o el Caixaresea­rch Institute...

Todo ello, atención, con una ventaja añadida para Barcelona: el disponer, a menos de tres horas en tren, de una ciudad extraordin­aria como es Madrid, destino complement­ario ideal para los negocios, la vida nocturna, el teatro de gran formato, los cuadros de los maestros o, este año, Taylor Swift en el nuevo Bernabéu.

El mismo planteamie­nto, solo que a la inversa, debería formularse también un Madrid donde, sin embargo, muchos se han acomodado a la foto fija de la Barcelona atribulada de los años del procés. También Madrid debería ver como una ventaja tener cerca una ciudad atractiva e innovadora como la capital catalana.

En definitiva, no se trata tanto de que

Barcelona y Madrid comparten el desapego de una juventud que sabe que nunca podrá pagarse un piso

Barcelona haya vuelto como de que el discurso de la decadencia resulta cada vez más insostenib­le, por mucho que algunas estrellas de la televisión y la prensa se desgañiten para perpetuarl­o mientras loan los prodigios del ayusismo. Tal vez haya que esperar a que sean los elogios de fuera los que mejoren la opinión que sobre su ciudad tienen los propios barcelones­es.

Mientras tanto, harían mejor las dos capitales en asumir como normales sus diferencia­s y en colaborar en los problemas comunes. Por citar dos ejemplos: la brutal amenaza climática y el desapego de unos jóvenes que saben que nunca podrán pagarse un piso en dos ciudades que, poco a poco, van dejando de sentir como propias.

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E ric Fo tcuberta / EFE El presidente de Telefónica, Jose María Álvarez-pallete, en la inauguraci­ón del MWC
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