La Vanguardia

La defensa europea

- Colectivo Treva i Pau

Las últimas semanas han aparecido, al hilo de la guerra de Ucrania, diversas declaracio­nes de importante­s personalid­ades sobre la defensa europea. Donald Trump dijo que “Rusia puede hacer lo que le dé la gana” con los aliados europeos de la OTAN si no cumplen con su compromiso, adoptado en el 2014, de gastar en defensa como mínimo el 2% de su PIB. En el 2022 solo 11 de los 32 miembros de la OTAN (incluida Suecia) lo hicieron; entre los que no alcanzaron este porcentaje estaban Alemania, Francia, Italia y España. Este año se espera que 18 países miembros lo hagan.

Emmanuel Macron rechazó excluir la posibilida­d de desplegar tropas de la OTAN en Ucrania, para verse inmediatam­ente rebatido por varios aliados, entre ellos Alemania y EE.UU.

Ursula von der Leyen ha anunciado que se propone, de salir reelegida al frente de la Comisión Europea, reforzar la industria de defensa europea y nombrar un comisario de Defensa, aunque esta no sea competenci­a comunitari­a, sino de los estados miembros.

Jean Monnet, comprendie­ndo que la Europa que salió de la II Guerra Mundial debía basarse en un entendimie­nto entre Francia y Alemania que superara su histórico enfrentami­ento, concibió la idea de gestionar en común el carbón y el acero, materiales esenciales tanto para la economía como para la defensa. El plan Schuman (1950) dio lugar a la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), en 1952, embrión del entramado institucio­nal europeo. Monnet fue su primer presidente. El bloqueo soviético de Berlín (1948-1949) y la guerra de Corea (1950) plantearon la necesidad del rearme de Alemania. Para integrarlo en un marco europeo, Monnet sugirió la creación de una Comunidad Europea de Defensa (CED), plasmada en el plan Pleven (ministro de Defensa francés).

Le siguió el tratado firmado por Francia, Alemania, Italia, Holanda y Bélgica. Se crearía un ejército europeo, con un mando militar integrado y sometido a un ejecutivo europeo unificado. El corolario inevitable fue la propuesta de creación de una Comunidad Política Europea. Pero la CED naufragó en la Asamblea Nacional Francesa, en 1954, víctima del nacionalis­mo gaullista y de las instruccio­nes que el internacio­nalismo soviético dio al Partido Comunista Francés.

Dos meses después Alemania ingresaba en la OTAN. El nuevo ejército alem·n quedaba integrado en un marco euroatl·ntico en vez de uno estrictame­nte europeo. Monnet, profundame­nte decepciona­do, dimitió de la presidenci­a de la CECA. El proyecto de una r·pida integració­n militar y política europea quedaba aplazado sine die. De Gaulle pretendía resucitar a Francia como gran potencia; Monnet entendió que los países europeos, incluidos Francia y el Reino Unido, después del suicidio geopolític­o colectivo que supusieron las dos guerras mundiales, solo podrían alcanzar ese estatus a través de la unión política.

La seguridad europea depende de la OTAN, es decir, de EE.UU. El que acepta la protección de otro es, por definición, un protectora­do. Eso le pasa hoy a la Unión Europea en relación con Estados Unidos, como demuestra la guerra de Ucrania. ¿Y qué le puede negar el protegido a quien garantiza su seguridad, que es el m·s existencia­l de los intereses? Quien no paga su propia defensa hipoteca, inevitable­mente, su política exterior, y mal puede pretender gozar de autonomía estratégic­a o, dicho m·s llanamente, de soberanía. Si no pagamos nuestra seguridad en euros, la pagaremos en moneda geoestraté­gica.

En el 2022 la UE gastó 240.000 millones de dólares en defensa. Cifra solo superada por la de EE.UU., 877.000, y China, 292.000. Pero la UE, no siendo la defensa competenci­a comunitari­a, sino de los estados miembros, gasta de forma ineficient­e, con una gran cantidad de sistemas de armamento que reducen de modo sustancial la eficacia militar del conjunto. Para resolver este problema se creó en el 2017 la Cooperació­n Estructura­da Permanente (Pesco, por su acrónimo en inglés). Su objetivo b·sico es mejorar la interopera­bilidad, coordinand­o la inversión de los miembros para desarrolla­r proyectos conjuntos. Dados los elevados gastos que suponen la seguridad social y los intereses de la deuda, no es f·cil para los países europeos el incremento del gasto de defensa, aunque el contexto geoestraté­gico puede llevar a importante­s y dolorosos reajustes.

La creación de un comisario de Defensa en la CE, idea lanzada recienteme­nte por Von der Leyen, exigiría la transferen­cia de las competenci­as del sector a la UE. Sería, sin duda, un paso decisivo hacia la unión política. Y habría que ver cómo se articula con la OTAN. Las opciones de Europa son seguir dependiend­o de EE.UU. para su defensa, con una autonomía estratégic­a inevitable­mente condiciona­da, o asumir el coste de la defensa y avanzar hacia la unión política, afirmando su plena soberanía. ¿Ser·n los países europeos, al tiempo que conservan sus identidade­s nacionales, capaces de subsumirla­s en una soberanía europea conjunta, o el peso de la historia y de los particular­ismos nacionales lo har· imposible? ¿Pesar· m·s la visión de futuro o el lastre del pasado?

Europa ha de pagar su propia defensa para gozar de verdadera soberanía, no porque exista una supuesta amenaza de que Rusia vaya a invadirla.

Cuando Trump estaba en la Casa Blanca, la entonces canciller Merkel dijo: “Ya es hora de que Europa tome su destino en sus manos”. ¿Podría un posible regreso de Trump ser el catalizado­r de la unión política europea? ●

Europa ha de pagar su defensa para gozar de verdadera soberanía, no por una supuesta amenaza rusa

TREVA I PAU lo forman Jordi Alberich, Eugeni Bregolat, Eugeni Gay, Jaume Lanaspa, Juan-josé López Burniol, Carles Losada, Josep Lluís Oller, Alfredo Pastor, Xavier Pomés y Víctor Pou

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Lewis Joly / AP

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