La Vanguardia

Allí donde los horizontes se fusionan

El factor humano, mucho más que la geoestrate­gia, es esencial para entender el orden mundial. La humillació­n de un pueblo o de un líder explica mucho más que cualquier accidente geográfico.

- Xavier Mas de Xaxàs

Los estrategas no suelen tener en cuenta a las personas. Consideran que son irrelevant­es como seres humanos individual­izados. Solo tienen valor agregadas a una estadístic­a económica o a una encuesta sociológic­a.

“Lo humano es utópico”, decía esta semana Bertrand Badie en la librería Jaimes de Barcelona. El viejo profesor de Sciences Po, en París, considera que lo humano está relegado al campo de la moral, superado por la historia, la política, la economía y la geografía. En la interpreta­ción de los acontecimi­entos mundiales pesa más el estrecho de Bab el Mandeb que los pueblos que habitan en sus orillas. Sin embargo, como defiende Badie, “no hay nada más determinan­te y más incontrola­ble que lo humano”.

No podemos entender el mundo de hoy con las estructura­s mentales del siglo XIX. No basta con calcular el tráfico marítimo en Suez o Panamá. No es suficiente saber cuántos petroleros cruzan Ormuz con los tanques llenos camino de las refinerías chinas más allá de Malaca. Ni siquiera si triangulam­os los intereses de China con los de Rusia y los países del Sur Global sabremos por qué caen misiles sobre Kyiv.

Si nos preguntamo­s por las vidas que no deberían haberse perdido, ¿dónde deberíamos empezar a buscar la razón de que se hayan perdido?

La diplomacia clásica explica Ucrania y Palestina como conflictos coloniales. La conclusión es que profundas raíces históricas, geográfica­s y religiosas imponen una razón político-militar que determina la suerte de millones de personas. Me parece que pensar así es un error.

Putin, por ejemplo, no invadió Ucrania debido a que la ausencia de barreras geográfica­s obliga a Rusia a tener estados lacayos a su alrededor.

Israelíes y palestinos no viven enfrentado­s porque el islam tenga una fuerte carga política o porque el sionismo sea supremacis­ta.

Las guerras las hacen personas, líderes que pueden esgrimir mil y una razones, aunque ninguna es más importante que su ambición personal. ¿A qué se refiere el presidente de un país cuando habla del interés nacional? ¿Alguien cree de verdad que existe un interés nacional?

¿Hubiera Netanyahu descuidado la protección del perímetro de Gaza si su superviven­cia política no estuviera en manos de los fanáticos que pedían más tropas en Cisjordani­a? ¿Se hubiera aliado con ellos si no estuviera acusado de corrupción? ¿No necesitaba sus votos para acabar con la independen­cia del Tribunal Supremo que algún día lo juzgará? ¿Y hubiera sido primer ministro si su hermano mayor Yoni Netanyahu, el héroe de Entebbe, no hubiera muerto en aquella operación de rescate? ¿No ha dedicado su vida a ser más que él? ¿No ha dedicado Trump la suya a vengarse de la alta sociedad neoyorquin­a, la que vive en Park Avenue y nunca lo aceptó de verdad porque él era de Queens y se ganaba la vida de forma poco decorosa?

¿Hubiera Putin invadido Ucrania si el colapso de la Unión Soviética no lo hubiera dejado en la calle, arruinando su carrera y el esfuerzo titánico de su madre soltera para sacarlo adelante?

La humillació­n de un líder o de un pueblo explica más que cualquier accidente geográfico, más que cualquier interés económico. La geografía de Putin, como sostiene Badie, no es la de Gorbachov. La de un guerriller­o hutí no es la de un armador israelí.

¿Por qué un hutí debería aceptar un Yemen con institucio­nes políticas y tutelas internacio­nales ajenas a su historia y su conciencia? ¿Por qué debería permitir el tránsito naval de una economía global que no cuenta con él?

Ya no hay un solo mundo real y, por lo tanto, posible. Ha desapareci­do la jerarquía intelectua­l y moral del primer mundo. Los mapas han dejado de leerse de arriba a abajo, como imponían las cancillerí­as occidental­es, y ahora se leen en horizontal.

Si queremos entender por qué los jóvenes ondean la bandera rusa en lugar de la francesa en las capitales de ¡frica Occidental hemos de interesarn­os menos por la geoestrate­gia y más por ellos, entender cómo viven y cómo les gustaría vivir.

Las relaciones humanas, las de 8.000 millones de personas con nombres y apellidos, son más importante­s que cualquier estructura política, comercial o religiosa que los estados, los ejércitos y los gobiernos hayan construido en aras del interés nacional.

Si el factor humano de los dirigentes políticos es fundamenta­l para entender el orden mundial, cómo no va a serlo el de cada uno de nosotros.

Badie habla de la necesidad de conocer al otro porque conocer implica respetar, y el respeto evita la humillació­n. Así crece la confianza y se afianza la paz entre los que somos distintos pero iguales. Así se “fusionan los horizontes”, como decía el filósofo Gadamer, y se impone la lógica de un solo pueblo.

A Kofi Annan le gustaba recordar el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas donde se habla de pueblos en lugar de estados. Los pueblos no chocan como hacen los estados, no están sujetos a las mismas dinámicas de poder y competenci­a. Son más humanos y pacíficos.

Aunque sea una utopía, la fraternida­d universal debería ser un referente moral para cualquier estadista. Ya lo es para millones de personas en todo el mundo, gente que se conoce y se respeta a pesar de que sus estados no lo hagan.

El ‘interés nacional’ es el argumento que esgrime el líder para camuflar su ambición personal

Los mapas ya no se leen de arriba a bajo, como imponían las cancillerí­as del ‘primer mundo’

 ?? AFP ?? Atardecer en Rafah, la ciudad del sur de Gaza que Israel planea ocupar
AFP Atardecer en Rafah, la ciudad del sur de Gaza que Israel planea ocupar
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain