La Vanguardia

Tres maneras de ser culé

- Sergi Pàmies

La alegría de Ernesto Valverde celebrando la Copa del Rey tiene una derivada culé. Es el mismo entrenador que hace unos años definíamos como triste. Era una tristeza matizada. Más que triste, Valverde es un hombre que prefiere la apariencia de seriedad al entusiasmo populista. Tiene, además, una vida interior y una curiosidad que, como fotógrafo, lo impulsan a atrapar el mundo desde una lucidez más realista que bucólica o azucarada. Por eso hace ilusión verlo sonreír y celebrar una victoria que se ha ganado desde el mismo rigor que intentó utilizar en el Barça. No pudo ser porque el equipo vivía un momento de complacenc­ia chusquera, con dependenci­as estructura­les y jerarquías sicilianas que Valverde no pudo –ni quiso– combatir. Cuenta la leyenda que los que tenían que echarle eran tan cobardes que al final tuvo que ser el despedido quien les facilitara el trabajo del despido. Pasado mañana, Valverde, que pertenece a la multitudin­aria categoría de culés de adopción, querrá que el Barça gane al PSG.

Luis Enrique, en cambio, es un culé converso. También se fue del Barça tras un periodo en el que comprobó que no le dejaban hacer todo lo que quería. El día de su presentaci­ón, anunció que incorporab­a un psicólogo al equipo técnico y enseguida subrayó que era para él, no para los jugadores. Era una ironía que la realidad acabó confirmand­o, porque a Luis Enrique le tocó la cuadratura del círculo: gestionar el éxito rutilante del famoso tridente –Neymar, Suárez, Messi– y, al mismo tiempo, explotar un estilo de comunicaci­ón con el famoso entorno que alternaba destellos de sarcasmo totalmente justificad­o con diatribas de una severidad impropia entre personas adultas. Pasado mañana, ya ha anunciado que si pierde contra el Barça, como mínimo habrá perdido contra su equipo. Si eso lo llega a decir

Schuster cuando entrenaba al Madrid...

Xavi es el culé total: de nacimiento, de vocación y de destino. Conoce tanto el club que incluso nos ha sorprendid­o con la aportación de la estrategia de la dimisión diferida. Josep Maria Bartomeu también la utilizó, cuando, para apagar un incendio aparenteme­nte catastrófi­co, anunció unas elecciones que calmaron el furor de una incertidum­bre hipertrofi­ada. Desde que anunció que terminaría su contrato el 30 de junio y que mientras tanto trabajaría para competir, el equipo ha mejorado. Y la estrategia diferida le ha servido para vivir sin tanto estrés, con la satisfacci­ón de haber abierto un nuevo espacio de ingeniería emocional. En el ámbito maledicent­e de los rumores, se comenta que si se va, podría recalar en el Ajax, con Jordi Cruyff como director técnico. Sería pura justicia poética: el hijo de Cruyff y uno de los hijos de Van Gaal juntos en un proyecto que consolidar­ía una propuesta ecuménica de identidad futbolísti­ca neerlandes­a. Pasado mañana, Xavi será, de todos los entrenador­es del mundo, el que más deseará que su equipo gane y, al mismo tiempo, quien más pendiente estará de cómo se interpreta el resultado. Esta vez no estará solo. Hace días que los culés conversos, de adopción, de nacimiento y de destino no hacen nada más que compartir elucubraci­ones diversas y contradict­orias sobre el resultado.

Que Xavi y Jordi Cruyff acaben en el Ajax sería un acto de justicia poética

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Fran Santiago / Getty Un feliz Ernesto Valverde levanta la Copa del Rey, el sábado en Sevilla
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