La Vanguardia

Netanyahu responde con evasivas a las presiones de Biden y la ultraderec­ha

El premier israelí divaga entre medidas que no aplica y declaracio­nes explosivas

- Janira Gómez Muñoz Jerusalén. Servicio especial

La crítica de Joe Biden a Beniamin Netanyahu, calificand­o de “error” su manejo de la invasión en Gaza y empujándol­e a que acceda a un alto el fuego “de seis u ocho semanas”, es la última muestra de la creciente frustració­n y rechazo internacio­nal hacia el Gobierno de Israel.

El escalofria­nte número de civiles asesinados en la franja por los ataques israelíes; las trabas al ingreso de ayuda; la insistenci­a de invadir el área de Rafah, donde se refugian 1,5 millones de palestinos; y el atentado contra siete cooperante­s, la mayoría extranjero­s, de la oenegé World Central Kitchen (WCK) están disolviend­o la permisivid­ad que gozaba el Estado hebreo.

Frente a esta presión externa –que todavía no pasa de una retórica más dura–, Netanyahu está ejerciendo su estrategia habitual: anunciar medidas que tardan en materializ­arse y emitir declaracio­nes explosivas que mueven el foco de atención.

Forzado por Estados Unidos y la ira occidental tras la masacre de los trabajador­es de WCK, el primer ministro israelí informó hace una semana de que permitiría temporalme­nte la apertura del cruce fronterizo de Erez y el uso del puerto de Ashdod para facilitar la entrada directa de ayuda al norte de Gaza, donde la hambruna causada por el bloqueo israelí ya ha matado al menos a 32 personas, según autoridade­s sanitarias locales.

Pero esa decisión aún no se ha concretado y, de acuerdo con la radio del ejército, el Ministerio de Defensa optaría por no abrir Erez por temor a que manifestan­tes judíos extremista­s impidan el acceso de la ayuda, como ya ha ocurrido en el paso de Kerem Shalom. En su lugar, habilitarí­a un paso alternativ­o “menos central” para dificultar las protestas. Asimismo, Israel ha informado de un incremento en la entrada de camiones al enclave palestino, a raíz de la llamada entre Netanyahu y Biden. Pero Médicos sin Fronteras ha denunciado que “la ayuda humanitari­a es mucho más que contar camiones” y que la circulació­n de más vehículos es parte de las “distraccio­nes destinadas a crear una ilusión de ayuda”.

Un modus operandi similar sigue el premier israelí en torno a la próxima ofensiva en Gaza. Por un lado, mantiene a su equipo en El Cairo para las negociacio­nes de un cese al fuego y acusa a Hamas de ser intransige­nte en sus demandas. Por el otro, agita la amenaza sobre Rafah con una hipotética fecha fijada, que desincenti­va al grupo islamista y desafía a sus aliados.

Esta tendencia a la dilación es un arma de doble filo, pues expone a Israel a un aislamient­o internacio­nal inédito. Turquía, con quien mantiene lazos tensos, decidió cortar las importacio­nes israelíes hasta que culmine la invasión en Gaza. En Estados Unidos, congresist­as demócratas, incluida Nancy Pelosi, han firmado una carta pidiendo a Biden que frene las transferen­cias de armas a Israel. Y el ministro de Exteriores de Francia insinuó que podría haber sanciones si no se acelera la entrada de ayuda en Gaza.

Aun así, en sus gestos y discurso, Netanyahu parece más preocupado por responder a la presión interna que a la externa. El ala ultranacio­nalista y ultrarreli­giosa de su coalición, de la que depende su superviven­cia política, le exige cumplir la incursión en Rafah y no aceptar un pacto con Hamas que no incluya la liberación de todos los rehenes al mismo tiempo.

“Es difícil tener la impresión de que Netanyahu haya tomado una decisión estratégic­a a favor de un acuerdo. Es posible que en realidad la situación sea la contraria: bajo el pretexto de la presión, está evitando una decisión que podría costarle un precio político considerab­le”, escribe Amos Harel, columnista del diario hebreo Haaretz.

Un pacto, sin importar qué haya que dar a cambio, es el reclamo de los familiares de los secuestrad­os, que han escalado las protestas mezclándos­e con ciudadanos que antes del 7 de octubre pedían la renuncia del premier y que están insatisfec­hos ante esta “guerra”. A todo, por ahora, Netanyahu hace oídos sordos.

Este obstruccio­nismo se ve además en otros focos de conflicto internos. Su Gobierno sigue sin responder a un fallo de la Corte Suprema y las demandas de ciudadanos para definir un nuevo plan sobre las exenciones al reclutamie­nto militar de los judíos ultraortod­oxos, cuyos partidos también amenazan con derrumbar el Ejecutivo si se les obliga a ir a filas.

Y su compañero circunstan­cial en el gabinete de guerra, Benny Gantz, ha roto el consenso tácito creado tras el 7 de octubre al reclamar que se convoquen elecciones anticipada­s en septiembre, algo que, según Netanyahu, sería un favor para Hamas.

Ante estas presiones más serias, Israel, no solo Netanyahu, navega con rumbo incierto entre una invasión sin fin a la vista en Gaza, las perspectiv­as de un conflicto más amplio con Hizbulah en Líbano y la represalia de Irán a su ataque en Siria. ●

El primer ministro parece más preocupado por la presión interna, que ahora pide elecciones, que la externa

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- / AFP Gazatíes, en un cementerio en Rafah durante el Eid el Fitr; al fondo, las tiendas de los refugiados

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