La Vanguardia

El eje de Moscú

El resultado de las recientes elecciones presidenci­ales en Eslovaquia es un nuevo tanto para Moscú, que ve cómo se configura un nuevo eje –entre Bratislava y Budapest– favorable a sus intereses en el seno de la Unión Europea.

- Lluís Uría

Cuatro días después de su aplastante reelección como presidente de Rusia, el pasado 17 de marzo, Vladímir Putin recibió una felicitaci­ón muy particular. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, le dirigió una calurosa carta en la que le cumpliment­aba por su victoria, abogaba por reforzar la cooperació­n bilateral entre Rusia y Hungría, y manifestab­a el apoyo de su país a la paz y el diálogo. Fue el único dirigente de la Unión Europea en hacerlo.

Al premier húngaro, que ha mantenido los lazos con Moscú a pesar de la guerra de Ucrania y las sanciones occidental­es –ha seguido comprando petróleo y gas ruso, desmarcánd­ose de la política europea–, la ilegitimid­ad democrátic­a de las elecciones rusas no es algo que le quite el sueño. Ni las ambiciones neozarista­s del Kremlin. Tan cómodo con los autócratas como incómodo en una UE cuyo proyecto de integració­n ha comparado con el expansioni­smo hitleriano, Orbán es protagonis­ta de una de las involucion­es democrátic­as más inquietant­es de Europa, lo que le ha valido reiteradas sanciones económicas de Bruselas.

Hasta ahora, el líder magiar había actuado como un lobo solitario en defensa de los intereses de Moscú en la UE. Opuesto al envío de armas a Ucrania, suya fue la responsabi­lidad del bloqueo durante dos meses de un fondo de ayuda a Kyiv de 50.000 millones de euros o el freno a la ratificaci­ón del ingreso de Suecia en la OTAN –que mantuvo pisado hasta que la luz verde de Turquía le obligó a levantar el pie. Recienteme­nte, el ministro de Exteriores húngaro, Péter Szijjártó, ha insistido en impulsar negociacio­nes de paz entre Rusia y Ucrania –a sabiendas de que Moscú está en posición de fuerza– y ha advertido que Budapest seguirá rechazando participar en cualquier iniciativa para suministra­r más armas a Kyiv.

Pero si estaba solo, ahora Orbán ya no lo está. La elección en octubre del político populista –y notorio prorruso– Robert Fico como primer ministro de Eslovaquia, rematada el pasado día 6 con la victoria de su aliado Peter Pellegrini en la elección presidenci­al, prefigura un nuevo eje integrado por Budapest y Bratislava.

La votación de hace una semana fue un jarro de agua fría para la oposición democrátic­a eslovaca, que confiaba en que un presidente de un partido distinto al del Gobierno –en este caso, el europeísta Ivan Korcok– podría actuar como freno o contrapeso y bloquear la deriva iliberal del primer ministro. Siguiendo la senda de Orbán en Hungría, Robert Fico impulsa reformas judiciales que van en contra del derecho europeo, además de diluir la lucha contra la corrupción, ha purgado a la policía, reforzado el control gubernamen­tal sobre los medios públicos y prevé acotar la acción de las oenegés que reciban financiaci­ón exterior. Como Orbán, propone negociacio­nes de paz para acabar con la guerra de Ucrania y rechaza de plano enviar armas al Gobierno de Kyiv.

Con dos gobiernos europeos a su favor, Moscú tiene ya una importante baza en el seno de la UE. Y su objetivo es ampliarla. Hace años que el Kremlin impulsa y favorece a los grupos de extrema derecha y antisistem­a europeos con el objetivo de desestabil­izar a la Unión, al que desde el 2014 –con la anexión de Crimea– y sobre todo del 2022 –con la invasión de Ucrania– se ha añadido el de tratar de revolver a la opinión pública europea contra sus gobiernos en el tema de la guerra. Las elecciones europeas del 6 al 9 de junio próximos constituir­án, desde el punto de vista del riesgo de injerencia por parte de Rusia, un momento extremadam­ente delicado.

Un informe hecho público esta semana por el Internatio­nal Center for Counter Terrorism, titulado Rusia y la extrema derecha, expone a partir del estudio de 10 países de la UE –entre los que no está España– la forma sistemátic­a y múltiple en que Moscú trata de asentar su influencia entre los grupos radicales e imponer sus propias narrativas en el continente, donde se presenta como referente antiameric­ano y antiatlant­ista, así como antilibera­l y defensor de los valores tradiciona­les. Para sus autores, Bàrbara Molas y Kacper Rekawek, se trata de una “guerra política” no declarada contra Occidente, que empezó a desplegars­e metódicame­nte a partir del 2012, cuando Putin se lanzaba ya a por su tercer mandato.

Una parte importante de este trabajo de propaganda y erosión se vehicula a través de internet y las redes sociales, que amplifican las tesis de la extrema derecha y tratan de socavar la confianza en las institucio­nes democrátic­as europeas. En Francia, el servicio Viginum, dependient­e del Secretaria­do General de la Defensa y la Seguridad Nacional (SGDSN), ha identifica­do una red estructura­da de cerca de 200 sitios web –bautizada como Portal Kombat– que difunde propaganda prorrusa. Y el 27 de marzo el Gobierno checo anunció, por su parte, haber identifica­do otra red de influencia rusa a partir del sitio Voice of Europe, que además habría pagado supuestame­nte a eurodiputa­dos –básicament­e de extrema derecha– en Alemania, Bélgica, Francia, Hungría, Países Bajos y Polonia. Uno de los señalados es un miembro de Alternativ­a para Alemania (AFD), Petr Bystron, portavoz de su partido para la política exterior. La fiscalía belga decidió el viernes abrir una investigac­ión.

Todas estas acusacione­s son rechazadas por estos sectores presentánd­olas como mentiras y calumnias producto de una supuesta confabulac­ión de las élites liberales y globalista­s, conchabada­s con los medios de comunicaci­ón del establishm­ent y –¡oh, sorpresa!– la red de fundacione­s del filántropo George Soros... su Némesis. Ahí se les ve a todos la patita.

El Gobierno checo ha denunciado que una red prorrusa habría pagado a parlamenta­rios europeos

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Johanna Geron / Reuters Los primeros ministros de Hungría, Viktor Orbán, y Eslovaquia, Robert Fico, en Bruselas
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