Lo que no dicen las encuestas
El único pronóstico sólido ante las tres próximas citas electorales es el de una clara victoria del PP en las europeas de junio
La primavera del 2024 va a escenificar una apretada triangulación electoral: Euskadi (21 de abril), Catalunya (12 de mayo) y Europa (9 de junio). Frente a estas convocatorias: ¿qué dicen las encuestas? Y, sobre todo, ¿qué no dicen?
Lo que dicen supone una gran paradoja: las elecciones más lejanas (las europeas de junio) son las que presentan el pronóstico más definido: una clara victoria del Partido Popular por una diferencia de en torno a 10 puntos sobre el PSOE. En escaños, un máximo de 26 eurodiputados para el PP, y de 19 para el Partido Socialista.
Sin embargo, el desenlace final podría ofrecer algunos cambios: estancamiento del PP (cuyo electorado está ya altamente movilizado) y mejoría del PSOE (si logra reactivar a sus votantes indecisos: hasta un 16%), así como de los grupos nacionalistas, que también activarán en mayor grado a sus electores potenciales a medida que se aproxime la cita electoral. Sin descartar un reequilibrio entre Sumar y Podemos en su estrategia de “destrucción mutua asegurada”.
En cuanto a las otras dos convocatorias –Euskadi y Catalunya–, resulta tan significativo lo que dicen los sondeos como lo que no dicen. El dilema entre continuidad o cambio presenta en ambos casos indicadores contradictorios que alimentan la sospecha de movimientos de fondo que podrían pasar desapercibidos (como ya ha ocurrido en el pasado reciente).
En el caso vasco, las encuestas de la primera semana de campaña mantienen el empate técnico entre PNV y Bildu en torno al 34% de los votos y 28 o 29 escaños. En teoría, la decantación de ese 30% de electores que decide su voto la última semana debería favorecer al PNV. Según el CIS, más del 50% de los consultados aprueba la gestión del Gobierno vasco y un 75% juzga positiva la situación económica de Euskadi. Además, el candidato peneuvista aventaja a su rival de Bildu en preparación, confianza y preferencia como lehendakari (aunque cada vez menos).
De hecho, Bildu se impone de forma abrumadora al PNV en las franjas de edad de 18 a 44 años (con ventajas de 15 puntos). Entonces, ¿qué es lo que no nos dicen los sondeos? Una cuestión clave: cómo se resolverá la pugna entre indicadores antagónicos. ¿Prevalecerá el ansia de renovación o la cautela a favor de lo ya conocido?
Finalmente, el antaño oasis catalán se ha convertido en un laberinto que parece conducir a una inacabable travesía del desierto. En este caso se adivina el ganador, pero no quién podrá gobernar. Las encuestas se mueven en una horquilla de escaños que sitúa al independentismo en la peor de sus pesadillas: la eventual pérdida de la mayoría absoluta en el Parlament. Pero se trata de una posibilidad que no todos los sondeos contemplan. Y, además, aun en el caso de que los independentistas se quedasen por debajo de los 68 escaños, el probable ganador, el socialista Salvador Illa, podría tropezar con varias mayorías de bloqueo. Con un techo de 50 escaños junto a los comunes, pero el voto en contra de los secesionistas, Illa no lograría la mayoría relativa para ser investido. Es decir, necesitaría al menos el voto de los populares y la impensable abstención o incluso el apoyo de Vox.
A partir de ahí, solo una improbable ruptura de la disciplina de bloques podría abrir la puerta a un gobierno de coalición de naturaleza tripartita, con mayoría en el Parlament. Pero para que eso ocurriera, debería producirse un descalabro en el espacio nacionalista. Una quiebra que, además, debilitase a una de las dos principales formaciones, aunque sin fortalecer demasiado a la otra. ¿Es eso posible? Algunos estudios no lo descartan. Por ejemplo, a diferencia de Euskadi, en Catalunya los indicadores del actual Govern no son buenos. Según el sondeo de Ipsos para La Vanguardia, hasta un 64% de los consultados suspende su gestión. Y, en paralelo, un 77% (e incluso más de la mitad de los votantes de ERC) anhela un relevo al frente de la Generalitat.
En este contexto, Carles Puigdemont podría romper el empate con una Esquerra desgastada por su acción de gobierno. Buena prueba de ello es que quienes votaron en el 2021 a Pere Aragonès expresan hoy, según Ipsos, una débil preferencia por el candidato de ERC como nuevo presidente (su apoyo llega apenas al 30%, mientras el 16% opta por Puigdemont y una tasa similar por Illa).
El problema del ex president es que carga con su propio desgaste después de tres convocatorias pidiendo el voto para un retorno que nunca se acaba de producir. De ahí que su nivel de desaprobación sea de los más altos (70% según Ipsos y casi el 50% según el CEO). Eso sí, cuenta con la aprobación incondicional de sus seguidores (hasta un 90%) y de una porción significativa (entre el 40% y el 70%) del resto de votantes del espacio independentista.
El eventual trasvase de voto desde ERC y la CUP a Junts (que, según los sondeos, no iría mucho más allá del 10% del sufragio que cosecharon en el 2021) permitiría a Puigdemont acortar distancias con Illa, pero no necesariamente reunir una mayoría secesionista a causa del simultáneo vaciado de sus competidores directos y del enigma electoral que supone la ultranacionalista Aliança Catalana. O sea: el dilema entre continuidad y cambio presenta en Catalunya una fisonomía de bloqueo que solo podría romper un potente movimiento de fondo que, por ahora, tampoco desvelan los sondeos. ●
Las encuestas apuntan quién gobernará, pero no quién ganará, en el País Vasco, y lo inverso en el pronóstico catalán
Los sondeos no revelan la correlación definitiva entre continuidad y cambio en los escenarios de Catalunya y Euskadi
Solo un descalabro nacionalista, que los estudios no descartan, podría abrir la puerta a un nuevo tripartito