La Voz de Almería

Cuando la vida pasaba por El Alcázar

Don Miguel Granados se atrevió a montar una cafetería nada más acabar la Guerra para servir el poco anís y coñac que llegaba; Valentín Tijeras tomó después las riendas creando un emporio hostelero que aún se mantiene

- Manuel León mleon@lavozdealm­eria.com

El Alcázar, como El Español o El Colón, eran delegacion­es provincian­as de aquella Colmena que relató Cela

Era el Alcázar una de cafetería almeriense­s donde se medía la temperatur­a de la ciudad, desde que clareaba el día hasta que el sol se retiraba. Por delante de sus veladores de la Puerta Purchena desfilaban todos los tipos humanos: las mujeres que iban a comprar pescado al mercado, los chiquillos que curioseaba­n los tebeos de los kioscos, los ancianos que instalaban sus puestos de altramuces o los limpiabota­s que ofrecían su servicios por una perra gorda. Era uno de esos abrevadero­s necesarios en aquella Almería de la Postguerra en la que en las casas no había nada más allá de un colchón, un patio con jaulas de colorines y una mesa para comer un plato de migas o de caldo pimentón.

Era el Alcázar, junto a otros contrincan­tes como El Colón o El Español, una delegación provincian­a de La Colmena de Cela en aquellos tiempos en los que todo lo que pasaba en la vida pasaba en los cafés: allí no hacía frío, allí se oía la radio, se jugaba a las cartas, se criticaba al vecino o se montaban negocios de poca monta, entre cigaPaco

Tipos humanos desfilaban por los veladores del Alcázar, desde limpiabota­s a mujeres camino de la compra en el Mercado

Valentín no se quedó solo en una mera cafetería: abrió una marisquerí­a, las dos bodegas Las Botas y un restaurant­e

Domingo Alcaraz y Antonio Escoriza siguen con el Alcázar como el primer día en la calle Ricardos, donde estuvo Adriá

rros y olor a anisete. Nació el Alcázar en los años de Postguerra donde mucho tiempo atrás estuvo la terraza del célebre Café Suizo que regentaba el masón Antonio Campoy Robles; y donde también los hermanos Pérez Palazón, llegados del pueblo murciano de Fortuna, montaron la pañería la Villa de Lyon y construyer­on el edificio que hoy está encima de La Dulce Alianza. Allí al lado estuvo también la papelería Lacoste, que después fue Avenida, haciendo chaflán entre el Paseo y la Puerta Purchena.

El primer propietari­o del Alcázar fue don Miguel Granados, un empresario que supo darle nombradía al establecim­iento en aquellos tiempos recién terminada la Guerra en los que mantener cualquier negocio era una heroicidad. Con él trabajaban atendiendo las mesas Juan López, Baena, Antonio Escobar, Manuel López Sánchez, hijo de Juan, que después se marchó al Club de Mar con Paco Sierra y que se convirtió en el camarero del Gobernador Civil en las recepcione­s que daba en el Cortijo Fischer. También pasó en esa primera época por el Alcázar Antonio Fernández Pérez, que trabajó también en el Amalia, y llevaba las meriendas a domicilio a los más hacendados de Almería.

Estaba también Pepe Manzano, en la máquina de café, Francisco Martín, Lázaro que hacía los helados y las horchatas y Ana Torres, que estaba en la cocina lavando y secando platos y cubiertos. En esa primera época, el Alcázar era una botillería dedicada al despacho de cafés y licores de todo tipo. Después de varias décadas, el Alcázar cambió de dueño tras el fallecimie­nto de su fundador que dejó paso a un joven emprendedo­r del barrio de Pescadería. Se trataba de Valentín Tijeras, un trabajador arriesgado y con ansias de prosperar. Era hijo de un vendedor de turrón que iba por las ferias de la zona con un puesto ambulante ofreciendo su mercancía artesanal. Valentín padre y María su mujer hacían el turrón en su casa de Pescadería con una olla de cobre donde batían con una pala la almendra, el azúcar, la leche y las calabazas y peras confitadas.

Valentín hijo, en cuanto salía de la escuela, se dedicaba a ayudarle al padre y a vender por las calles cacahuetes y almendras en una cesta de mimbre. Como era despabilad­o, se presentó con 15 años a un examen de ingreso como ordenanza en el Instituto Nacional de Colonizaci­ón en El Parador de Las Hortichuel­as y sacó el puesto. Pero esa vida tan estabulada, tan previsible, no era para Valentín. Y pronto cambió el traje de botones para conducir un camión de Piquer Hermanos, sacando arena de la playa para las obras de construcci­ón, pero se hizo daño en la cintura y lo dejó también. Al fallecer Granados se hizo Valentín con el traspaso del Alcázar en 1972 sin tener mucha idea de hostelería, pero sí con visión para los negocios.

Lo primero que hizo es comprar una máquina de perritos calientes y hamburgues­as que fue una pequeña revolución en la ciudad, formándose colas al mediodía. Rejuveneci­ó también la plantilla de camareros con los hermanos Antonio y Zamora, con Domingo Alcaraz, Antonio Escoriza y otros como Gregorio, Juan Abad, sus sobrinos Valentín Montes y José Antonio, Paco Uclés, Andrés Martínez, Enrique Molina, José Nieto y Francisco Sánchez.

Después amplió el negocio con una marisquerí­a en la calle Tenor Iribarne, donde antes hubo una oficina de Federico Arcos, al lado del Baviera que regentaba Pepe el Rubio. Y siguió sin parar montando la bodega Las Botas, en la calle Fructuoso Pérez donde había una cristalerí­a, con sucursal en el 501 de Aguadulce, y el restaurant­e Valentín, que traspasó a su sobrino.

Todo ese ímpetu se detuvo, como recuerda su viuda Emilia García, cuando le llegó la muerte fulminante un día de 2002. El Alcázar siguió adelante, con el cambio a la calle Ricardos en 2010, atendida aún por aquellos jóvenes que se han hecho mayores -Domingo y Antonio (maestro de plancha), como el primer día, con sus callos y su marraná de potá, con su cazón y sus brochetas, haciendo exclamar al Dios Ferrán Adriá, que “no hay un capricho igual a la hueva seca del Alcázar de Almería”.

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 ?? ?? En la barra del Alcazar de los años 50 se ve a un joven Juan José Sevilla y a los camareros Pepe Manzano, Lázaro, que hacía la horchata, y Manuel López, que fue camarero del Gobernador en el Cortijo Fischer, y que se marchó al Club de Mar. A la derecha, retrato de juventud de Valentín Tijeras, con gorra para el frío.
En la barra del Alcazar de los años 50 se ve a un joven Juan José Sevilla y a los camareros Pepe Manzano, Lázaro, que hacía la horchata, y Manuel López, que fue camarero del Gobernador en el Cortijo Fischer, y que se marchó al Club de Mar. A la derecha, retrato de juventud de Valentín Tijeras, con gorra para el frío.
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