Un horrendo crimen sin castigo
El crimen del apreciado comerciante almeriense Enrique Arriola Gómez ha sido uno de los casos que judicialmente pertenece a las estadísticas de la página negra de Almería durante la Transición ya que el caso no quedó esclarecido, aunque para la Policía técnicamente el crimen estaba resuelto. El asesino acumuló una importante serie de indicios criminales y llegó a estar plenamente identificado por los investigadores, aunque finalmente fallaron las pruebas incriminatorias y el autor del asesinato no llegó nunca a sentarse en el banquillo de los acusados.
La victima, una persona entrañablemente respetada y querida en la capital, cuando se produjo su alevosa muerte tenía entonces 83 años de edad. Estaba jubilado. Había sido durante varios años profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Almería y un conocido comerciante, propietario de distintos establecimientos dedicaco dos a la venta de muebles en la capital. El 2 de diciembre de 1977 se produjo la tragedia en el seno de la familia Arriola. Esa fría tarde de invierno poco antes de las cinse encontró su cadáver violentamente desfigurado en la casa de planta baja de su propiedad ubicada en la rambla de Belén a la altura del antiguo badén del Barrio Alto. Ese día, su hija, inquieta al no haber tenido noticias del padre en las ultimas horas, alarmada por su silencio, decidió presentarse en la vivienda para ver si se encontraba enfermo o le había ocurrido algún percance. Al abrir la puerta del domicilio la mujer se dio de bruce con el terrible cuadrado que tenia ante sus ojos. Quedó petrificada y sin capacidad de reacción.
El cuerpo sin vida del anciano se encontraba en la entrada de la vivienda, boca arriba, con el rostro tumefacto y rodeado de un gran charco de sangre. Fueron momentos de una enorme crisis y angustia. La hija. desesperada y a gritos pidiendo auxilio, enseguida dio la alarma entre los vecinos, uno de los cuales aviso a la Policía.
Una vez en la casa, tras la preceptiva inspección ocular y recogida de huellas y muestras, dedujeron que la víctima durante el forcejeo había sido atacada brutalmente por su agresor o agresores golpeándoles brutalmente en la cabeza con unos herrajes y tiradores metálicos de las puertas en el momento en que el anciano pretendía zafarse de los asaltantes y escapar de la vivienda.
El autor o autores, se supone que participaron más de una persona en el asesinato, lograron penetrar en la vivienda con la clara intencionalidad de robar-fundamentalmente dinero-, ya que conocían que el anciano vivía solo y pertenecía a una familia con una acomodada posición económica, aunque posteriormente no se pudo determinar que los asesinos llegaran a consumar el robo o la cantidad precisa de dinero sustraído.
La Policía investigó a fondo el caso, aunque no se llegaron a tener pruebas concluyentes sobre la identidad del autor que estuvo prácticamente cercado, aunque finalmente no se le pudo probar su participación. Se sospechó de un miembro importante en aquellas fechas de un conocido clan de etnia gitana que fue investigado y contrastadas todas sus manifestaciones y coartada, pero que finalmente ante la falta de pruebas contundente no pudo ser llevado ante la justicia.
Al entierro de la victima, muy conocida en la capital, se sumaron centenares de almerienses para testimoniar su pésame a la familia y darle el último adiós al infortunado anciano en el cementerio de San José.