El fútbol a la luz de las velas
Los partidos nocturnos en el estadio de la Falange eran una aventura por la falta de luz Las torretas proyectaban una luz llena de sombras y había zonas en penumbra
Vivíamos a media luz. Las calles del casco histórico, las que se alejaban del Paseo y formaban parte de los barrios, no tenían otra iluminación que la que daban aquellas bombillas viudas que colocaban en las fachadas principales y que a veces servían de entretenimiento para los golfos de turno que ponían a prueba su puntería a fuerza de pedradas.
Hace cincuenta años estábamos tan habituados a la oscuridad que los niños habíamos adquirido la habilidad de jugar en la calle entre tinieblas, adaptando la retina a la realidad de nuestros callejones. Los mayores se preguntaban cómo podíamos ver la pelota sin luz, pero la veíamos perfectamente y el que no la veía, la intuía o se la imaginaba, que era suficiente.
En una ciudad tan mal iluminada como era Almería a comienzos de los años setenta, cualquier actividad deportiva nocturna era un riesgo y muy rara vez, cuando no había más remedio, se programaban partidos de fútbol a la luz de la luna.
La directiva del Almería procuraba que no se jugara de noche por dos motivos: primero porque los almerienses de aquella época no estábamos acostumbrados a permanecer en la calle después de las diez, salvo en los días de feria, y el estadio se llenaba a medias; y en segundo lugar porque jugar un partido en el viejo estadio de la Falange con la luz de los focos era una aventura de tebeo. Aquellas torretas proyectaban una luz llena de sombras y había zonas que se quedaban en penumbra porque la luz no llegaba. Si se lanzaba un córner había que procurar que el balón no cogiera mucha altura porque arriba se perdía de vista.
A pesar de la precariedad de los focos, los partidos nocturnos tenían para nosotros un sabor especial porque nos invitaban a salir de noche, a conquistar un horario desconocido en una época en la que los jóvenes no podían llegar a su casa más tarde de las diez salvo que se tratara de un acontecimiento extraordinario. El partido nocturno nos descubría la noche y ese pequeño placer de comerse un bocadillo con un refresco en el tranco de cemento del estadio mientras comentábamos lo sucedido en el primer tiempo. Es verdad que cuando la pelota rozaba las esquinas había que imaginarse la jugada, pero jugar de noche era siempre un misterio agradable que nos sacaba de la rutina diaria de la cena en la mesa de camilla viendo el Telediario.
Los partidos nocturnos solían ser de poco importancia, casi siempre los del Trofeo Remasa que se jugaban en agosto para preparar la temporada. En 1974, al Almería, que estaba en Tercera División, le tocó enfrentarse en una eliminatoria de la Copa del Rey con el
Real Oviedo, que militaba en Primera. El partido de ida se programó en un día de diario, pero no se pudo disputar de noche como hubiera querido la directiva, ya que el estadio de la Falange no contaba con la potencia suficiente de luz para garantizar que un partido de tanta importancia transcurriera por los cauces normales. La precaria iluminación obligó a que el encuentro se programara para el miércoles 9 de enero a las tres y media de la tarde, para aprovechar al máximo la luz solar. Con el fin de que este extraño horario, que chocaba con la jornada laboral de miles de almerienses, no afectara a la respuesta del público, tuvo que intervenir el Gobernador civil que en los días previos se dirigió al comercio y a las industrias de la ciudad para pedirles que flexibilizaran el horario ese día, o lo que es lo mismo, que le dieran la tarde libre a sus trabajadores.
La pobreza del fútbol de aquel tiempo se reflejaba en aquellas rudimentarias torretas que iluminaban el recinto y que encajaban perfectamente en aquel escenario decrépito que nos tocó vivir en los años setenta, cuando la aparición de la A.D. Almería revitalizó aquel fútbol maltrecho e inestable que vivía a fuerza de estrenos y desapariciones. Un club en Almería era una promesa que no tardaba en esfumarse. Aquí, cuando los socios se cabreaban, rompían el carnet y para poder tener un equipo de garantías necesitábamos a alguien que se rascara el bolsillo.