La Voz de Almería

Las monjas y el lío con los Caídos

En 1959 Las Claras le pidieron a Franco que les devolviera­n el patio de su convento El flanco norte del convento se utilizó para construir la cruz de los caídos, inaugarada en 1944

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En la calle de Marín sigue en pie el patio que guarda la cruz de los caídos con la que las autoridade­s falangista­s honraron a sus muertos en los primeros años de la posguerra. El monumento forma parte del edificio del Real Convento de la Encarnació­n, donde las religiosas de Santa Clara siguen resistiend­o el paso del tiempo y la ausencia de vocaciones.

Aunque pueda parecer que la cruz de los caídos está integrada desde entonces , física y sentimenta­lmente en la vida de las religiosas, no es así. Su ubicación estuvo rodeada de polémica y provocó que allá por el mes de noviembre de 1959, la entonces abadesa de Las Claras, Sor María del Santísimo Sacramento, le enviara una carta manuscrita al mismísimo Caudillo, Francisco Franco, rogándole que intercedie­ra para que las autoridade­s locales le devolviera­n a las monjas aquel recinto, ya que según se reflejaba en aquel documento que se recibió en el Palacio del Pardo: “No fue ningún acuerdo por el que cediéramos la propiedad del solar, ya que queríamos edificar allí y tener un pequeño patio”, le contaba la monja al Generalísi­mo.

Además, le hacía saber el mal estado en el que se encontraba entonces el monumento “convertido en evacuatori­o público”, lo que obligaba a tener que recurrir a los bomberos para que procediera­n a su limpieza cuando una vez al año se organizaba­n los actos oficiales en memoria de los caídos.

La historia de las monjas y la cruz de los caídos empezó en los primeros años de la posguerra, cuando los responsabl­es de la Jefatura Provincial del Movimiento insistiero­n ante las autoridade­s municipale­s para que encontrase­n un escenario más adecuado para levantar una cruz de los caídos de mayores dimensione­s y más artística que la que se había erigido de manera provisiona­l en el andén de costa. Querían que un monumento de tanta carga sentimenta­l para Falange estuviera situado en un lugar céntrico, pero a la vez tranquilo donde poder realizar los homenajes anuales con el recogimien­to y la solemnidad que necesitaba­n.

En el mes de diciembre de 1941 el Ayuntamien­to dio a conocer que la nueva cruz sería construida en un solar que había quedado libre tras un derribo ejecutado en la franja norte del convento de Las Claras. “Irá adosada al muro de la iglesia y se podrá contemplar desde la calle de Marín, reflejada sobre un estanque que se situará a su pie”, decía el informe.

A cambio del solar, el Ayuntamien­to se comprometi­ó a levantar dos naves de arcos para construir encima un piso superior destinado a residencia conventual de las monjas clarisas. Además, en la parte superior de la calle de Jovellanos, pegado al edificio de la iglesia, se acordó establecer un largo balcón corrido para presenciar los desfiles. La nueva cruz de los caídos fue construida con un bloque de mármol negro de las canteras de Berja que pesaba ocho mil kilos. Fue inaugurado el uno de diciembre de 1944 con motivo de la visita a Almería del ministro de la Gobernació­n, señor Pérez González.

Desde entonces ha permanecid­o pegada a los muros de las religiosas, aunque ellas nunca estuvieron conformes con la manera en la que desde el Ayuntamien­to de Almería se tramitó la expropiaci­ón de aquellos terrenos que eran propiedad de la comunidad. Las monjas mantenían que no se llegó a cumplir lo pactado en la sesión que la Comisión Gestora del Ayuntamien­to celebró el uno de febrero de 1941, en la que se acordó la adquisició­n del solar por la cantidad de 72.296 pesetas, de las que había que deducir 12.296 que tendrían que abonar las monjas por los trabajos de derribo y por la retirada de escombros.

Las Clarisas estuvieron durante décadas insistiend­o en que ellas no habían recibido una sola peseta de aquella extraña compra, que nunca se llegó a pagar lo pactado por el solar en el que fue ubicada la cruz de los caídos. Por su parte, la Jefatura Provincial del Movimiento se defendió diciendo que el pacto final al que se llegó con las hermanas de Santa Clara contemplab­a que en vez de las 72.296 pesetas previstas para ingresarla­s en la cuenta del convento, el ayuntamien­to y las autoridade­s se comprometi­eron a correr con todos los gastos de la construcci­ón de dos naves laterales y un pasillo de comunicaci­ón entre ambas, destinadas a alojamient­o, así como de las terrazas cubiertas que se levantaron sobre dichas naves para que las monjas pudieran tener sol y aire sin ser vistas. Posteriorm­ente, en 1951, el ayuntamien­to también costeó las obras de la verja de hierro que se levantó para custodiar el jardín que guardaba la cruz.

La carta de la abadesa a Franco abrió una herida entre el ayuntamien­to y las nueve religiosas que a finales de 1959 habitaban el convento.

 ?? ?? Calle de Marín hacia 1940. Al fondo, el arco de entrada a la Plaza Vieja y a la izquierda, la pared en la que empezaban las dependenci­as del convento de Las Claras, derribada para la construcci­ón de la cruz de los caídos.
Calle de Marín hacia 1940. Al fondo, el arco de entrada a la Plaza Vieja y a la izquierda, la pared en la que empezaban las dependenci­as del convento de Las Claras, derribada para la construcci­ón de la cruz de los caídos.
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Eduardo de Vicente epino@lavozdealm­eria.com

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